Marianne me llevó al centro de la pista de baile y yo no puse resistencia, sólo me reía sin parar. Estaba sonando una electrónica que hizo que la gente enloqueciera. Todos empezaron a saltar de un lado a otro; bajo las luces intermitentes, el movimiento se veía robótico. De repente, la DJ mezcló la pista con un reguetón viejo provocando un aullido del público. Las luces bajaron de intensidad dejando nuestros rostros apenas iluminados por un foco azul oscuro que alternaba entre uno verde y uno blanco.
Cuando menos lo esperaba, ella me tomó del brazo y me pegó a su cuerpo. Acomodó sus manos en mi cintura. Bailamos lento, muy de cerca a la otra. Entre ambas hubo una intensa y prolongada sesión de miradas. Ella me miraba como si pudiese devorarme sólo con sus profundos ojos negros, y lo lograba, espiritualmente lo lograba.
Yo sentía un hormigueo esparciéndose por todo mi organismo, invadiéndome de pies a cabeza, como... como miles de palomas liberadas del cautiverio; no saben qué demonios hacer ni a dónde ir y, aun así, vuelvan sin rumbo saboreando la efímera libertad. Era una experiencia única. Y la música... puedo jurar que la música penetraba los poros de mi piel y que mi corazón bombeaba sangre a su ritmo.
No recuerdo cómo sucedió, pero me dejé llevar e hice algo que estando en mis cinco sentidos nunca habría hecho: bailé de forma descontrolada como si no hubiera un mañana. No pensaba en si mis movimientos eran demasiado arriesgados o si lucía bien ejecutándolos. Simplemente me moví cómo se me antojaba y disfruté de cada una de las canciones que la DJ colocaba.
Cada cierto tiempo, mi acompañante me obligaba a parar y tomar agua para evitar que me diera un golpe de calor. Ella antes me había explicado que era algo de lo que nos debíamos cuidar, pero incluso a sabiendas de eso, era difícil controlarme. Allí estaba yo, empapada en sudor y despeinada, pero eso no importaba. Todo era un cóctel de estados de felicidad y plenitud que no sabía que existían. Las personas que bailaban junto a mí se veían tan libres y sueltas; pero, entre todos ellos, quien se robaba mi atención era la chica del cabello corto.
-Tiempo de tomar agua -susurró en mi oído.
Me tomó de la mano y me llevó a la barra de tragos. Hizo que me sentara en un banquillo y vigiló que acabara el contenido de la botella. Después de eso, le pedí que fuéramos al baño. Nos encontramos con que la puerta estaba cerrada con seguro. Tocamos un par de veces, pero no funcionó, así que nos dispusimos a esperar. Minutos más tarde, cuando mi vejiga ya estaba a punto de explotar, la puerta se abrió y salieron dos chicas.
-Todo suyo -una chica de cabello rosa le lanzó una mirada cómplice a Marianne. Su pareja, otra chica más bajita y de maquillaje colorido, nos sonrió con picardía.
Me quedé observando cómo se alejaban tomadas de la mano. Para cuando regresé la mirada al frente, descubrí que Marianne ya había entrado al baño. Desde afuera, toqué con fuerza y le rogué que me abriera la puerta.
-¿No puedes esperar un poco? -preguntó desde adentro.
-¡No! -exclamé-. ¡Por favor, ábreme!
Acabó por dejarme entrar. De inmediato me dirigí al retrete y, sin reparar en su presencia, me bajé el short y oriné. Marianne estaba concentrada lavándose las manos. Al terminar, me levanté y le di la espalda para subirme el pantalón. Sentí cómo sus manos me rodeaban por detrás y me detuve antes de abrochar el botón.
Hizo que me diera la vuelta y quedamos frente a frente. Sus ojos contenían la máxima expresión de lujuria que alguna vez he visto. Entonces alzó mi mentón con suavidad, colocó su mano detrás de mi cuello y me besó. Sólo puedo decir que lo que sentí en ese momento superó, por mucho, lo que había sentido en la pista de baile.
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SERENDIPIA PARTE I: MARIANNE
RomanceKatheleen es una adolescente obediente, sumisa y callada. Durante sus veinte años, ha estado acostumbrada a complacer a las demás personas llegando incluso a dejar en segundo plano su propia voluntad. Sin embargo, cuando conoce a Marianne, una chica...