Capítulo 40: Desentrañando la verdad

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—Tienes suerte de que hubiera salido a cerrar un trato —me dijo mientras caminábamos por el largo y oscuro pasillo—. ¿A qué debemos la visita de su realeza en esta pocilga?

—No juegues conmigo. Tú sabes muy bien qué hago aquí.

Deborah se rio.

—Me hago una idea, pero sería reconfortante escucharla de ti.

—Marianne —dije a secas.

—Entonces los rumores son ciertos: se largó de la ciudad. ¡Es una lástima! Era de mis clientes más recurrentes.

—¿No sabes a dónde fue?

Negó con la cabeza.

—Pensé que tú lo sabrías. Eras su chica favorita, ¿no?

Abrió la puerta de golpe. La luz cegó mis ojos y me dejó aturdida. Antes de que pudiera recuperarme, Deborah me jaló del brazo y me obligó a cruzar la multitud. Estaba tan desorientada que choqué con varias personas, pero eso a ella no le importó. Continuó caminando a paso firme y arrastrándome con ella.

—Aquí es donde la diversión está —sonrió.

Estábamos en una zona un poco diferente a donde Marianne y yo solíamos sentarnos. En ese rincón las luces casi no llegaban. El olor a marihuana mezclado con otros aromas era abrumador. Alcancé a ver a varias personas; todas estaban desinhibidas.

A mi izquierda estaba una chica con poca ropa que bailaba sobre la mesa y, alrededor de ella, había un grupo de hombres alentándola a quitarse la ropa entretanto le arrojaban dinero. A mi derecha había un grupo de amigos turnándose para inyectarse heroína con una jeringa compartida. Atrás, en lo más oscuro, había una mujer que, a juzgar por el movimiento de su mano, estaba masturbando a un hombre.

—¿Te gusta lo que ves, princesa? —me agarró por la cintura. Yo le quité las manos enseguida.

—En realidad no. Esto es desagradable.

—Qué mal que no tengas más opción.

Me hizo acompañarla, mesa por mesa, a vender su mercancía. Me sorprendí de la gran cantidad de gente que la conocía y los tipos de sustancias que le compraban. Para cuando terminamos, los pies me dolían, así que le pedí que tomáramos asiento para descansar antes de que se paseara por los otros sectores del bar.

—Sé que te caigo mal, pero has estado siguiéndome toda la noche y aguantando mis bromas. ¿Qué es lo que quieres de mí? —me lanzó una mirada seductora.

—Información —aclaré.

Soltó un impaciente suspiro.

—Ya te dije que no sé dónde está Marianne.

—No es sobre eso.

—¿Entonces?

—Bueno… —divagué.

—Deja de dar rodeos, que mi tiempo es dinero, princesa.

—Antes de cerrar la primera venta, le preguntas a las personas cuál es su historia. Dime que te respondió Marianne.

Sonrió de oreja a oreja.

—Me sorprendes, Katterin.

—Katheleen —le corregí de nuevo—. ¿Vas a responderme o no?

—Me encantaría, en serio, pero tengo algo parecido a un código de confidencialidad con mis clientes.

—¿Qué te crees que eres? ¿Una terapeuta?

Se echó a reír con fuerza.

—Eres muy grosera para la pinta de niña buena que tienes. A ver, Katheleen, si quieres que te diga la historia de Marianne, lo menos que debes hacer es comprarme, ¿no crees?

SERENDIPIA PARTE I: MARIANNEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora