El viernes a las once de la noche estaba teniendo una videollamada con mi novio. Él estaba en Inglaterra con sus padres y su prima ya que la boda se celebraría ahí. A pesar de que era la primera vez que visitaba aquel país, no se mostraba tan entusiasmado.
—Ojalá hubieras venido —hizo un puchero—. De nada sirve estar en un país nuevo si no tengo con quien explorarlo.
—Ambos sabemos que sólo quieres escapar de tu familia.
Matthew se rio.
—Tal vez… ¡pero es Londres! ¿Quién quisiera perder el tiempo en estúpidas ceremonias de boda, en una ciudad como esta? Debiste haber aceptado mi propuesta.
—¿Que usaras todos tus ahorros para comprarme tiquetes de avión de ida y vuelta? Ni loca. Además, no habría valido la pena.
—Tú me haces más feliz que cualquier otra cosa en la que pudiera gastar ese dinero.
—Eso es tierno —sonreí.
Él miró fijamente a la cámara.
—Te… te quiero, Katheleen.
Guardó silencio esperando mi respuesta. Yo me quedé callada a la vez que pensaba cómo escaparme de esa situación tan incómoda. De repente, me pareció haber escuchado que una piedrecilla golpeó mi ventana. Miré en esa dirección y vi a otra impactar contra el vidrio. Regresé mi mirada la pantalla.
—Discúlpame un momento —colgué la videollamada.
Mientras me acercaba, una tercera piedra volvió a golpear y yo ya estaba convencida de que eso era intencional. Aparté las cortinas con cuidado, me asomé por una esquina y vi a Marianne a unos pocos metros. Estaba sorprendida de verla, pero abrí la ventana. Ella caminó lo que faltaba para que pudiéramos cruzar palabras. La lampara de la calle alcanzaba a iluminarnos. Noté enseguida que tenía el labio partido, un pómulo hinchado y que sangraba por la nariz.
—Estaba por aquí cerca y…
La abracé con fuerza.
—¿Qué te pasó?
—Me metí en problemas con una mujer casada.
—¿Todo esto te lo hizo el esposo?
Me separé para examinarla.
—Sí —arrugó su cara y contrajo el abdomen por el dolor.
—Entra —le ofrecí mi mano—. Puedo limpiarte con alcohol.
—Gracias —ella la tomó y entró a mi habitación.
Se sentó en el borde de la cama mientras que yo revolvía las gavetas buscando alcohol y algodón. Para cuando los conseguí, ella estaba sin camisa. Me di cuenta de que tenía unos rasguños en los brazos. Apreté los labios y me senté a su lado.
—No te asustes; estoy bien. Deberías verlo a él —bromeó.
Fue inevitable reírme. Le seguí el juego:
—Oye, si es una vecina, tengo derecho a saberlo.
Se rio brevemente, pero luego empezó a quejarse por su pómulo lastimado. Agarré un pedazo de algodón, lo mojé con alcohol y le pedí que extendiera su brazo. Ella acomodó su mano sobre mi palma; sus nudillos estaban inflamados y tenían restos de sangre seca. La limpié pasando el algodón con sumo cuidado.
—La verdad es que no estaba cerca. Estaba en el sur de la ciudad.
La miré a los ojos.
—¿Entonces qué hacías lanzando piedras a mi ventana? —cogí otro algodón con alcohol y lo pasé por su nariz.
ESTÁS LEYENDO
SERENDIPIA PARTE I: MARIANNE
RomantikKatheleen es una adolescente obediente, sumisa y callada. Durante sus veinte años, ha estado acostumbrada a complacer a las demás personas llegando incluso a dejar en segundo plano su propia voluntad. Sin embargo, cuando conoce a Marianne, una chica...