Capítulo 37: Un tal Alfredo Vargas

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Al día siguiente.

Al salir de clases, agarramos un taxi que nos llevó a la terminal de transportes. Dafne no estaba muy convencida de que realizáramos ese viaje. Yo, por el contrario, lo necesitaba. Necesitaba saber quién era el dueño del portarretratos o qué foto había en él. Una vez compré los tiquetes, no había vuelta atrás. El autobús llegó en no menos de cinco minutos y el abordaje fue rápido. Por suerte, alcanzamos a sentarnos juntas en la parte de atrás. Ocupé el asiento cerca a la ventana y ella el que quedaba próximo al corredor.

-No puedo creer que estemos haciendo esto -murmuró.

-Yo tampoco -confesé más para mí que para ella.

-¿Quieres un poco? -me ofreció una bolsa de Doritos.

-Por supuesto.

Agarré un puñado y me recosté al vidrio de la ventana. Cuando me llevé el primer trozo a la boca, recordé el día que Marianne y yo fuimos a la playa por su cumpleaños. Su risa, sus besos, su piel temblando por el frío, la luz del atardecer en su rostro, el dolor tras sus ojos, su voz flaqueante, sus lágrimas desconsoladas... sin lugar a dudas, fue un día agridulce para las dos. Por mi lado, aunque nos sentía más cerca que nunca, sentía impotencia por no poder aliviar su dolor.

-¿Sabes? Nunca habíamos viajado juntas -comentó Dafne.

-¿Y qué hay de aquella playa abandonada a la que fuimos para la electiva de Medio Ambiente?

-Eso no cuenta. Esa playa es aledaña a la ciudad y yo me refiero a algo como esto. Si no quedamos para el intercambio, deberíamos irnos durante un par de días a una ciudad veraniega en busca de alcohol y chicos. O tal vez alcohol y chicas.

Sonreí levemente de verla intentando animarme.

-Puedo quedarme la parte del alcohol por ahora.

Dafne me ofreció uno de sus audífonos y nos pusimos a escuchar música en aleatorio. Cinco o seis canciones después, me giré para verla y la encontré plácidamente dormida. Lo que menos quería era causarle más molestias, así que intenté no moverme ni hacer algún ruido que pudiera despertarla. Me concentré en el paisaje mientras escuchaba My Love Was Like The Rain de Låpsley. Poco a poco, la repetitiva imagen de la carretera en línea recta y la tonada melancólica me arrullaron hasta hacer que también me quedara dormida.

Recuerdo haber soñado con Marianne. Al principio, me encontraba sola en una modesta habitación de hotel donde todo era blanco. En cuestión de segundos, ella entró. Estaba desnuda y me miraba fijo mientras se acercaba hacia donde estaba. Allí fue cuando supe que yo tampoco tenía ropa. Las dos quedamos frente a frente, ella acarició mi brazo y subió hasta a mi cuello. Entonces me agarró por la nuca y me besó. Al tocar sus labios, sentí la brisa de mil océanos inundando cada recoveco de mi cuerpo. Yo rodeé sus hombros con mis brazos como queriendo decir "no te vayas". Ella sonrió y me llevó a la cama.

No pasó nada más allá de besos, pero yo podía sentir cómo con su presencia me hacía el amor. De un momento a otro, se aproximó para susurrar unas palabras en mi oído. Yo sabía de qué se trataba: iba a decirme "te quiero", pero cuando pronunció las primeras sílabas, el conductor hizo sonar el claxon. Me desperté de golpe.

-¿Ya llegamos? -Dafne frotó sus ojos.

Miré a través de la ventana.

-Parece que sí.

En cuestión de minutos, llegamos a la estación de buses de aquella ciudad. Buscamos en Google Maps la marquetería y descubrimos que quedaba a unas cuantas calles de donde estábamos. Decidimos que lo mejor era irnos caminando para no gastar más dinero. A pesar de que ninguna de las dos había estado allí antes, nos fue fácil desplazarnos y no tuvimos inconvenientes para encontrar el lugar.

SERENDIPIA PARTE I: MARIANNEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora