Capítulo 6: S.O.S

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—Por favor, ¡no te quedes callada! —exclamé desesperada—. Di algo, ¡lo que sea!

—Wow.

—¿Wow?

Me llevé la mano al cuello y desvié la mirada.

—Lo siento, pero es que… ¡Wow! No puedo creer que te hayas drogado primero que yo.

—No estás ayudando, ¿sabes?

—Y además tuviste una aventura… ¿lésbica? Debo admitir que eso es lo que más me tiene sorprendida. Cuando vi a Marianne por primera vez, supe que había algo extraño en ella, pero jamás pensé que estaría detrás de ti.

—¡Dafne!

—¿Qué? —se encogió de hombros—. Sólo digo que es increíble que una extraña apareciera y, en un día, lograra revolver tu mundo.

—Lo sé, y me odio tanto por eso.

—¿Te gusta?

—¿Qué? —pregunté nerviosa.

—Ya sabes, Kathe… ¿Sientes algo por ella?

—¡Por supuesto que no!

—Pero lo que me acabas de contar…

La interrumpí enseguida.

—Debió haber sido efecto del éxtasis.

—¿Y entonces dónde está el problema?

—¿Que no entiendes? ¡Me besé con la que será mi compañera de trabajo por lo que queda del semestre! —me levanté—. Y me drogué por primera vez. Dafne, ¡eso no estaba entre mis planes! —volví a dar vueltas—. ¿Y si me vuelvo adicta? ¡Dios, soy tan estúpida! Ni siquiera sé cuánto tiempo tendré esa cosa en mi organismo.

—Tranquila —hizo que me sentara—. Vamos por partes. Sobre lo primero, podrías hablar con la profesora y pedirle que te cambie de compañera. Quizá Grecia esté dispuesta a trabajar con Marianne.

—¿Y si eso no funciona?

Se quedó pensando.

—Tendrás que dejarle claro que la relación que hay entre ustedes es de carácter académico.

—¿Cómo hago eso?

—Sencillo: sácale el cuerpo, encuéntrate con ella sólo en la U, responde nada más a mensajes que tengan que ver con trabajos y, si te vuelve a proponer algo, dile que no.

—Bien —dije más para mí que para ella.

—Hay otra cosa.

—¿Qué?

—Matthew.

—¿Qué pasa con él?

—Nada. Y eso es lo que tenemos que cambiar. Entre más rápido regreses a tu vida normal, mejor.

Asentí determinada.

—Me encargaré de eso en la fiesta. ¿Y sobre la droga?

—Fue tu primera y será la única vez. No te preocupes por eso, sólo toma agua y en un par de días la eliminarás de tu cuerpo.

—¿Cómo sabes eso?

—Porque… Soy una persona curiosa —se encogió de hombros—. Sabes que no estoy cerrada a probar.

La notificación de un mensaje de texto interrumpió nuestra charla. Las dos nos miramos. Mi teléfono estaba más cerca de ella, así que lo agarró. Miró la pantalla y, al ver que se trataba de Marianne, arrugó la cara y me pasó el aparato.

—Olvidé decirte que puedes sentirte de bajón y más ansiosa de lo normal; son efectos colaterales del éxtasis, pero no te preocupes, duran poco tiempo —leí en voz alta.

—No me digas —Dafne murmuró con tintes de sarcasmo.

Dejé el teléfono a un lado y me acosté sobre la cama.

—¡Me siento tan estúpida!

—Vamos por algo de comer. Quizá un nevado te ayude a distraerte.

—Mi madre no vendrá por ahora, así que ¿por qué no?

Me quedé con la blusa blanca que llevaba puesta, agregué a mi vestuario un cárdigan floral y cambié mi short por un jean oscuro. Estando las dos listas, salimos de la casa y caminamos hasta un Juan Valdez que quedaba unas cuantas calles arriba de mi casa. Una vez allí, hicimos fila para pedir dos nevados de arequipe, una empanada para ella y un palito de queso para mí.

Nos sentamos en la mesa más cercana al mostrador.

—¿Quién necesita hacer dieta cuando existen estas maravillas? —le dio una mordida a su empanada—. Esto es perfecto.

—Tus dietas nunca duran más de cuatro días —la sonrisa que tenía se borró de mi rostro en un milisegundo—. ¡Ay no!

—No es para tanto; sólo comeré una.

—No es eso —oculté mi cara con mi brazo derecho.

Dafne se giró hacia en diagonal y casi escupe su nevado al verla.

—¿Qué hace ella aquí?

—¡Y yo qué voy a saber!

—Tranquila —volvió a mirar con más disimulo que antes—. No nos ha visto, pero creo que va a entrar.

—¿Qué hago?

Se quedó callada un momento.

—Katheleen, parece que viene con una chica.

—¿Qué? —pregunté sorprendida.

Me asomé y comprobé que Dafne tenía razón. Una rubia, que aparentaba ser de su misma edad, estaba agarrada de su brazo, y no la quería soltar para nada.

—Me esconderé en el baño. Avísame cuando se vayan.

Me alejé caminando a paso rápido, pero procurando no llamar la atención. Entré al baño y me encerré en el último cubículo. Un rato después, el primer mensaje de mi mejor amiga llegó: Están haciendo fila. La rubia no se despega ni un solo segundo. Fruncí el ceño. No hacía falta que me diera tantos detalles. Minutos más tarde, el celular vibró de nuevo. La rubia va para el baño. Casi de inmediato, entró otro mensaje. S.O.S. Las dos se dirigen hacia allá.

Desesperada, miré a mi alrededor. Recordé que sólo había un punto de acceso al baño, por ende, si salía, debía encontrarme con ellas. De repente, escuché el sonido de la puerta abriéndose. La risa de Marianne me confirmó que se trataba de ellas. Recogí mis pies y me senté sobre el inodoro; esperar era lo único que podía hacer.

—Creí que tenías hambre —dijo la chica que la acompañaba.

—Puede esperar un poco.

—Revisaré los cubículos.

La rubia recorrió el corto pasillo mirando hacia el suelo. Pude escucharla acercándose a dónde estaba, así que me llevé la mano a la boca para evitar hacer algún ruido delator.

—No hay moros en la costa.

Marianne caminó hacia ella, la recostó contra mi puerta y la besó. Poco después, entraron al cubículo de al lado. Tuve que volver a escuchar el grotesco ruido que sus bocas producían, pero esta vez acompañado de algo más: una cremallera bajándose. Eso fue más que suficiente para que entendiera lo que iba a suceder. De ninguna forma iba a quedarme para presenciarlo. Abrí mi puerta con mucho cuidado, me escabullí hacia la puerta principal y salí del baño. Antes de irme, di mi primer gran portazo.

—¡Vámonos de aquí! —le dije a Dafne en cuanto llegué a nuestra mesa—. ¡Ya mismo!

Ella me miró confundida.

—¿Te descubrieron?

—Aún no —tomé mis cosas y me fui del lugar.

Dafne no tardó en alcanzarme el paso. De regreso a casa, intentó sacarme información sobre lo que había ocurrido allá adentro y, para variar, fracasó. No le dije ni una sola palabra.

SERENDIPIA PARTE I: MARIANNEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora