Capítulo 36: El portarretratos

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El mensaje que Marianne me dejó sonaba bastante definitivo, pero no abandoné la esperanza durante los días siguientes a eso. De verdad creía que se iba a dar cuenta del error que cometió, se arrepentiría y volvería a mis brazos. Me aferré tanto a ese pensamiento que cada vez que tenía la oportunidad, marcaba su número esperando que atendiera. El resultado siempre era el mismo: la contestadora automática seguida por un frío silencio que encogía mi corazón.

Dafne intentó animarme de todas las maneras posibles. Me invitaba a comer helado con la excusa de que “nunca había probado aquellos sabores y que no quería hacerlo sola”, se ofrecía a hacer cosas por mí, me contaba sobre sus desventuras con Santiago, me contaba sobre la serie que estaba viendo e, incluso, me obligaba a estudiar con ella para que no me bajara el promedio académico. Entre nosotras nunca hubo momentos silenciosos, siempre hablábamos de algo, pero Marianne nunca salió a flote como tema. Suponía que ella pensaba que, si no la mencionábamos, me sentiría mejor. La verdad es que era lo contrario. Sentía que estaba obligada a seguir con mi vida como si nada.

Cuando se hizo martes de nuevo, me armé con la escasa fuerza que me quedaba y me preparé para ir a clase de Ética. Aquel salón estaba impregnado de ella y sus recuerdos: allí la conocí, allí empezamos a hablar, allí se me insinuó en varias ocasiones, allí la veía dos veces a la semana y, poco a poco, allí me fui enamorando de ella. Tener una silla vacía a mi lado nunca antes me había pesado tanto.

—Katheleen —la profesora me llamó—, ¿puedo hablar contigo?

Me puse de pie y me aproximé a su escritorio.

—Dígame, profesora.

—Tu compañera, Marianne, no vendrá más a clases.

—¿Por qué? —fingí que no estaba al tanto con intención de ver si arrojaba información sobre su actual paradero.

—Fue decisión de los directivos. Tuve que realizarle un examen; al aprobarlo, homologó las horas que faltan.

—¿Y qué pasa con el trabajo final? No puedo hacerlo sola. Tal vez en vez de haber formulado un examen, debió pedirle que se reuniera conmigo para terminar el trabajo —reclamé.

—Estoy de acuerdo contigo, pero el protocolo me ataba de manos. Entiendo si sientes que el proyecto es demasiado extenso para que lo realices sola; por eso que te propongo que elijas un grupo y te unas a ellos. Ni tu calificación ni la de tus compañeros se verá afectada.

Suspiré ya que eso no me servía de mucho.

—Está bien —dije de mala gana—. Gracias.

Fui a donde se encontraban Dafne y Grecia. Agarré una silla y me senté junto a ellas. Grecia me miró confundida mientras que, a juzgar por la cara de mi amiga, sabía lo que estaba pasando.

—Buenas noticias —intenté sonar animada—. Parece que de ahora en adelante seremos un trío.

—¡Qué bien! —exclamó Dafne.

—¿Qué pasó con Marianne?

Me quedé en silencio pensando qué decir.

—Nos viene muy bien tu ayuda —mi amiga cambió de tema—. ¿Te mostramos cómo vamos?

—Perfecto. Manos a la obra —forcé una sonrisa.

Delante de Grecia, no podía mostrarme vulnerable. Eso implicaría contarle todo lo que había pasado, es decir, revivir la historia una vez más y enfrentar el desenlace. Tuve que fingir que estaba de maravilla. Intercambié chismes, hice bromas, hablé sobre celebridades y me reí cuando por dentro estaba rota en mil y un pedazos. Dafne, quien lo sabía, en ocasiones me miraba con gestos de preocupación, como si en cualquier instante pudiera derrumbarme.

—Chicas, debo irme. Mi grupo de danza tiene una presentación y debemos ensayar —Grecia nos contó—. ¿Pueden seguir solas?

Dafne y yo asentimos.

—No te preocupes por nosotras.

—Muchos éxitos con la presentación —le deseé.

—¡Gracias! —se despidió de ambas con un beso de mejilla—. Nos vemos el viernes.

La chica cogió su bolso y se fue.

—¿Estás bien? —Dafne me preguntó apenas quedamos solas.

Negué con la cabeza.

—¿Puedo mostrarte algo?

—Por supuesto.

Agarré mi maletín y lo coloqué sobre mis piernas. Ante su mirada expectante, saqué el mismo portarretratos que encontramos en la casa de Marianne. Sus ojos se abrieron sorprendidos.

—¿Por qué conservaste eso?

—Lee lo que dice aquí —le di la vuelta y señalé una firma, a duras penas perceptible, que estaba en la parte inferior del marco.

—Marquetería A&A —leyó en voz alta.

—Ese es el nombre de quienes lo diseñaron.

—¿Y qué hay con eso?

—Ayer cuando estábamos en la biblioteca, utilicé un computador para buscar ese nombre en el buscador. Resulta que esa marquetería es una de las más famosas del país y sólo hacen trabajos personalizados bajo encargo. Se me ocurrió que tal vez podríamos ir allá.

—¿Estás loca? —me reclamó.

—Es una buena idea —defendí.

—Deberías olvidarte de ella de una vez por todas. Y enfocarte en hacer el ensayo para irnos a Australia.

—¿Crees que no lo he intentado? Dafne, necesito atar los cabos sueltos y entender ciertas cosas —por primera vez fu sincera—. Hasta que no lo haga, no podré olvidarme de Marianne.

Soltó un largo y profundo suspiro.

—¿Si vamos, harás el ensayo?

—Lo prometo.

—Así que… ¿dónde queda esa marquetería?

Sonreí de oreja a oreja.

—En una ciudad a dos horas de distancia.

—¡A dos horas de distancia! —exclamó—. ¿Ya pensaste qué vas a hacer para que tu mamá te deje ir? Porque en definitiva no vamos a perder más horas de clases.

—Ya me adelanté. Le pedí permiso para pasar la tarde en tu casa haciendo un trabajo. No me creyó, pero mañana cumple meses con su novio y me imagino que no me quiere cerca.

—¿Entonces iremos mañana?

—Así es —dije con firmeza—. Salimos de clase a las diez. Eso nos da tiempo suficiente para ir y regresar.

SERENDIPIA PARTE I: MARIANNEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora