Después de ese momento tenso con Deborah y, en vista de que el dueño estaba tardando en entregarle el dinero, Marianne se ofreció a ir por cervezas para pasar el mal trago. Justo cuando me quedé sola, los empleados sacaron las tres ruletas. Las pusieron en medio de la pista. Desde donde estaba pude observar todo. La ruleta de la categoría A estaba casi que abandonada mientras que alrededor de la B y la C había cientos de personas aglutinadas.
Pronto el juego comenzó. Las ruletas empezaron a girarse mientras que la multitud festejaba y aclamaba. Los primeros en participar salían con caras sonrientes y con sus respectivos premios en la mano. El resto les aplaudía como si hubiesen realizado alguna gran hazaña. Una sensación que ni siquiera puedo describir me invadió: era algo situado entre el miedo y la lástima. Lo único que quería era encontrar a mi acompañante y salir de allí, es por eso que me levanté de mi silla y me aventuré en su búsqueda.
Me abrí paso entre el tumulto sin saber hacia dónde me dirigía. Descubrí que la barra de tragos estaba destinada a la compra de manillas, es decir, allí no se vendía alcohol. Tuve que mirar a todos lados, desesperada, hasta que por fin pude divisarla. Ella estaba recibiendo las cervezas a través de una ventana situada en la esquina derecha del establecimiento. Cuando me estaba acercando, una chica de cabello negro la abrazó por detrás y le robó un beso. Casi estallo de los celos. Marianne reaccionó con confusión. La rechazó y la apartó en el acto. Haber presenciado eso hizo que una enorme sonrisa se dibujara en mi rostro. Sin embargo, la chica era insistente.
Estaba decidida a intervenir cuando, de repente, un tipo corpulento de casi dos metros me abordó. Lucía notablemente drogado.
—Anda mamacita, baila conmigo una canción —me agarró de los brazos y se acercó a mi cuerpo.
—¡No! —puse resistencia—. ¡Suéltame!
—Dame un beso y te dejo ir.
Aparté la cara y seguí negándome, pero él era persistente. En el forcejeo, logró ponerme contra la pared y, al tenerme arrinconada, bajó sus manos hasta mi trasero. Entonces solté un grito tan fuerte que quienes estaban cerca lo escucharon incluso con la música a tope. De inmediato, Marianne corrió hacia donde estábamos, agarró al tipo de la camisa y lo apartó con un empujón.
—¡¿Qué crees que haces, idiota?!
—Sólo quería bailar —contestó el muy cobarde desde el suelo.
—¿Acaso no sabes lo que significa “no”?
—Lo siento, amiga —se cubrió el rostro con las manos—. No sabía que ella estaba contigo.
—No debiste ponerle un dedo ni aunque estuviera sola —empuñó su mano. La abracé por detrás en un intento por frenarla antes de que las cosas se complicaran más.
—Déjalo, ¿sí?
—Katheleen, ¡suéltame!
—Oye —la obligué a mirarme—, no te metas en más problemas. Déjalo y vámonos de una vez.
—Vaya, vaya… —la chica de cabello negro apareció por detrás de nosotras—. ¿En serio me rechazaste por esta? —se acercó a mí—. Princesa, espero que no te vayas a hacer ilusiones. De seguro sólo eres su chica de la semana.
—¿Disculpa? —solté a Marianne y entonces fue ella quien corrió a detenerme—. Ese título de “chica de la semana” sólo está vigente para las zorras como tú.
Tuvo el descaro de reírse a carcajadas.
—¿Quieres pelear, nenita fina?
—Chicas, cálmense —dijo Marianne.
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SERENDIPIA PARTE I: MARIANNE
RomanceKatheleen es una adolescente obediente, sumisa y callada. Durante sus veinte años, ha estado acostumbrada a complacer a las demás personas llegando incluso a dejar en segundo plano su propia voluntad. Sin embargo, cuando conoce a Marianne, una chica...