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Sobre las historias ocurridas en la cafetería

Tenía 20 años cuando empecé a trabajar aquí, desde el día de su inauguración. En las primeras semanas, todo era normal, había días en los que llegaban muchas personas y otros días no teníamos la misma clientela. En 1968 había un chico que frecuentaba la cafetería, se la pasaba hablando conmigo ya que siempre venía solo, semanas después me hice amigo de él. Un día de tantos entró una chica, era tan blanca como la nieve misma, sus ojos eran cafés, de esos que quitan el sueño a cualquiera que se atreviera a verlos fijamente, recuerdo que su pelo era corto y rizado, además era pequeña, justamente la chica perfecta para Mateo, ese día llevaba puesto un vestido con estampado de flores, Mateo y yo nos quedamos boquiabiertos, pues chicas como ella no frecuentaban el lugar.
—Hola señorita, ¿Qué le trae por estos lares? —dije.
—Soy nueva en la ciudad y escuché decir a unos chicos que aquí es un buen lugar para comer —respondió ella. Mateo sólo escuchaba y trataba de mantener la boca cerrada para que su baba no cayera de su boca.
—Ha escuchado bien —le sonreí— por favor, tome asiento mientras le muestro el menú.

Mateo se había quedado petrificado, diría que fue amor a primera vista, aparentemente Mateo no había visto a una musa como ella.
—Ve a hablarle —le dije a Mateo.
—Lo haría, pero las probabilidades de desmayarme en el intento son muy altas.
—No seas cobarde —protesté.
—Dijo que este lugar es magnífico, seguro vuelva otro día. Aún no estoy preparado mentalmente para hablarle sin que se me caiga la baba —se rió.

Y así fue, pasaban los días y él no se animaba, la chica llegaba y se sentaba a la misma hora en la misma mesa de siempre y el tonto nunca se acercaba a hablarle. Pasó un mes completo, un día me retrasé porque no encontraba las llaves de mi Ford Maverick y al llegar aquí, los vi a ambos hablando, Mateo finalmente se había animado a hablarle.
—Rosa tiene cautivo mi corazón —me dijo.
—Con que ese es su nombre —dije—, en fin, me alegra que le hayas hablado.
—Tenía que hacerlo, no podía perder a una chica como ella.

Cada vez que ella llegaba, usualmente, Mateo le llevaba rosas y le hacía pequeños detalles que llenaban de satisfacción a Rosa, aún más cuando Mateo le decía que era hermosa. Empezaron a salir juntos, hacían sus citas aquí justamente en la mesa de allá —nos señaló una mesa que estaba en la esquina de la cafetería—. Antes, Mateo temía hablar con ella, y lo que ahora temía era hablar con sus padres, lo que se hace de costumbre para pedirle permiso a tus suegros para tener la bendición de salir con ella. Así que un día antes, se me ocurrió esta asombrosa idea de llevarle serenata, él no protestó, así que aquella noche estuvimos parados frente a su casa durante media hora, ninguno de los dos sabía cantar, pero pensé que a ella le importaría más el gesto romántico. A su madre y a ella le encantó, así que la madre de ella lo invitó a cenar al día siguiente. Él me dijo que fue exactamente a cómo cuando se acercó a hablarle a ella por primera vez, sintió una calma profunda y cualquier acción que iba a realizar, estaba seguro de que era la correcta.

Fueron novios por un tiempo, todo iba bien, no les voy a mentir diciéndoles que era una relación perfecta, eso no existe, peleaban, no todo el tiempo, ya saben, las típicas peleas, pero eso no impidió que el amor acabara, ambos eran muy felices. Un día, Rosa había llegado llorando acá, me había dicho que últimamente Mateo había estado actuando misterioso y no contesta preguntas que ella le hacía, así que ella me dijo que hablara con él y exactamente eso hice. Estaba un poco molesto con él porque iba arruinar todo si estaba engañando a Rosa con otra chica. Pero no.
—¡Qué va! —exclamó Mateo—. He estado saliendo a escondidas porque le propondré matrimonio mañana.
—Menos mal, ella estaba triste —sentí satisfacción cuando dijo eso.
—Lo sé, a partir de mañana dejará de estarlo para siempre.
—Así se habla Mateo.
—Dile que venga mañana acá, pero no le digas que yo vendré, será una gran sorpresa y cuando se lo digas, que no sea en plan alegre.
—Está bien —reí.

Llegó el día, ella entró por la puerta y pensó que Mateo estaría acá, se acercó a hablarme y le dije que estaba ocupado, que tomaría unas órdenes y luego me sentaría a hablar con ella. Hice que se sentara en una mesa donde no tuviera vista hacia el exterior. Mateo llegó impecable, como si fuese a charlar con el presidente de la nación, llevaba un ramo de margaritas y únicamente una rosa.
—¿Cómo me veo? —preguntó.
—No hagas preguntas, ve por tu chica.

Ella dijo que «Sí» y Mateo ni siquiera había terminado de decir la frase. Todos los que estábamos presentes aplaudimos y felicitamos a la pareja, Mateo le explicó todo a ella y lo terminó perdonando, a cómo era de esperarse.

El día de su boda él no estaba nervioso «¿Por qué habría de estar nervioso si me voy a casar con la mujer que más amo en el mundo?» dijo Mateo, y le di la razón. Fueron una pareja magnífica, luego de eso tuvieron hijos y se las arreglaron para vivir como una familia feliz.

Pero, un día, varios años después de casados, Mateo enfermó, un día estaba bien y al otro estaba internado en un hospital. Le diagnosticaron cáncer, no recuerdo qué tipo de cáncer era, pero lo trágico tenía que estar. Le hicieron varias operaciones y luego de varias sesiones de quimioterapia por varios meses, lamentablemente falleció, Mateo no pudo lograrlo.

—Lo siento mucho Ed —le dije

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—Lo siento mucho Ed —le dije.
—No pasa nada chico, eso fue hace mucho tiempo atrás.
—¿Qué pasó con ella? —preguntó Violet.
—Ella se puso muy triste, le llevaba la cena cuando salía de aquí, luego de eso no vino mucho por estos lares y ahora no sé nada de ella, no sé dónde está, cómo están sus hijos o sus nietos, si es que tuvo nietos.
—Wes, creo que debemos irnos, las puertas ya están por abrirse —dijo Harry.
—Está bien. Señor, volveré, se lo prometo, me gustó la comida y, además, tengo que escuchar las demás historias.
—Bien, fue un gusto conocerte chico, aquí estaremos esperándote, las historias y yo —me estrechó la mano y se levantó de la mesa.

Antes de que saliéramos, nos dijo:
—¿Ya vieron por qué seguimos siendo los mejores desde el 68? —todos reímos y seguimos con nuestro rumbo.

Es hora de una aventura.

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