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Han pasado tres meses y dos semanas desde aquel día en la playa. Recuerdo que dormimos en la intemperie y, a la mañana siguiente, fuimos despertados por el agua de la playa, ya que la marea había subido.

En este momento voy saliendo del gran salón, habiendo culminado mi último examen trimestral de Cálculo I sobre ecuaciones diferenciales e integrales triples.

Estos tres meses han sido los mejores que he pasado en un salón de clases, porque no hay ningún idiota y todos me caen bien. Pensé que no me había librado de los idiotas cuando hace dos meses atrás, en el campus, unos tipos subieron un tractor al techo de nuestro edificio. Al principio me había parecido algo estúpido e infantil, pero después de tanto pensar en ello, me pareció lo más brillante en el mundo, porque tuvieron que calcular cómo subirían ese tractor hasta arriba sin que nadie se diera cuenta, entre otras cosas. Brillante.

Veía a Samantha algunos días de semana, pero pasaba casi todo el día con ella los sábados y domingos, y en esos días que pasábamos juntos, nos ayudábamos a hacer trabajos, tareas, etc. La distancia entre su campus y el mío era de dos campos de fútbol, aproximadamente. Tenía que caminar mucho para estar con ella en algunos intervalos de tiempo por la tarde o la noche. Samantha me decía que también ella debía ir a mí campus, pero le dije que no hacía falta y, además, también hacía ejercicio. Pero, al final acordamos de encontrarnos en el campo de fútbol americano que estaba a mitad del camino. Samantha, siempre tan considerada, por eso la amo.

Quedamos de encontrarnos en ese campo para así empacar e irnos a casa de Ed, bueno, la casa que era de Ed; era nuestra nueva guarida y Harry, Violet, Samantha y yo, decidimos vivir ahí. Tal vez Violet y Harry tarden más en llegar a casa, aunque estoy con la certeza de que ambos estarán el día de mi cumpleaños que está cerca.

Mientras espero la llegada de Samantha, me puse a leer Cosmos de Carl Sagan —el libro que me regaló Harry—, el cual me ha servido de gran ayuda en algunas clases. Fue muy considerado de su parte. Algunas noches lo llamo a él y a Violet para saber cómo la están pasando y si tienen planes para hacer algo en el futuro.

Leer el capítulo «Blues para un planeta rojo» me hizo recordar a Samantha, aunque ella no sea Marte, pero el color del planeta me recuerda su pelo. Aunque tampoco hable sobre una chica guapa y cosas así. Básicamente, habla sobre Marte; la posible existencia de vida en él y su semejanza con nuestro planeta, además de los cientos de estudios que han realizado sobre el planeta rojo durante mucho tiempo.
­—Hola —susurra Samantha detrás de mí. Volteo mi rostro y le doy un pico—, ¿cómo te fue?
—Excelente, al principio pensé que me iba a costar un poco, pero luego se hizo fácil. ¿Y a ti cómo te fue?
—Bien, no obtendré una gran nota, así que no te preocupes, tú seguirás siendo el genio en nuestra relación —se ríe y me guiña el ojo.
—No soy un genio, sólo soy alguien que sabe muchas cosas como cualquier otra persona.
—No te subestimes —acerca su rostro y vuelve a besarme—. Vamos a empacar, ya quiero estar en casa y así, dejar que mi cerebro descanse por unos días.

Chris me llamó durante toda la primera semana de nuestra estadía en la universidad; llamaba justamente después de hablar con Samantha para asegurarse de que ella no le mintiera con el propósito de hacerlo sentir bien y no preocuparlo. Luego me llamaba algunas veces por semana, hasta que finalmente, sólo llamaba una vez por semana de por medio. Hace unos minutos le envié un mensaje para que nos fuera a traer al aeropuerto en unas cinco horas. Al menos eso dice mi boleto de avión.

—¿Ya tienes todo? —le pregunto mientras sostengo un bolso de ella con una mano y mi maleta con la otra.
—Sí, creo que no me hace falta nada más, aunque de ser así, tendré que regresar aquí hasta dentro de un mes, entonces no me preocupa perder algo.

Desde las estrellas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora