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A pesar de las ansias que sentía de llorar para conseguir desahogarme de todo el pánico y el miedo que estaba sintiendo, notaba como mis ojos se secaban y tenía que parpadear varias veces para conseguir humedecerlos.
Entré a casa sin apenas aire en los pulmones buscando el inhalador que, como siempre, no estaba donde lo dejé. Corrí hacia el cajón donde lo había encontrado la última vez pero en vez de eso había una nota en la que había escrito:
"Me voy a las farmacia a comprarte uno nuevo que este está muy viejo, mamá"
Fruncí el ceño histérica y recordé que hace poco había leído un artículo en el que decía que se podía utilizar una bolsa en caso de emergencia.
Di un repaso a la cocina y sin apenas poder andar, alcancé una bolsa, la coloqué en mi boca y comencé a respirar. Todavía me costaba respirar pero era mejor que nada.
Segundos después, mi madre entró tarareando una canción con una bolsa de la farmacia.
Corrí hacia ella y cogí el inhalador.
Creo que pocas veces me había sentido tan feliz de poder volver a respirar.
—¿Qué ha pasado?— preguntó mi madre poniéndose a mi altura ya que yo me encontraba exhausta, agachada, con las manos en los muslos.
—He... tenido... un... ataque... de... asma...— contesté cansada.
—Ya veo, pero... ¿Por qué? Quiero decir, me he encontrado el inhalador en el sofá y me he asustado al no verte en casa. Hacía mucho que no te ocurría ¿qué ha ocurrido?
Por primera vez en la vida, mi madre se estaba comportando como una adulta y se lo agradecía.
—Nada, necesito volver a por Antoine, y no puedo perder más tiempo. Prepara el coche, nos vamos— exigí mientras me enderezaba y subía las escaleras lo más rápido posible.
Tan solo había pasado hora y media desde que había hablado con Koke y si tenía suerte, lo conseguiría encontrar.
Cogí la mochila de encima de la cama y bajé las escaleras de nuevo. La puerta que daba a la calle está abierta dejando ver a mi madre sentada en el coche arrancándolo. Antes de salir, eché un vistazo rápido y vi el nuevo inhalador rosa que me acababa de comprar mi madre encima del sillón. Lo alcancé y salí por la puerta.
—Antes de todo, exijo saber adónde vamos— dijo mi madre mientras me montaba en el coche y dejaba la mochila entre mis piernas.
—Yo a la estación de tren— afirmé.
Durante el viaje de camino a esta descubrí que los billetes se podían coger por internet y que el siguiente tren saldría dentro de media hora, si nos apurábamos conseguiríamos llegar, así que compré un billete y apagué el móvil.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto?— preguntó mi madre mientras aparcaba a unos metros de la estación.
Miraba el reloj constantemente, quedaban diez minutos, diez minutos en los que tenía que buscar el tren adecuado y entrar.
—Más que segura— grité mientras corría hacía la entrada.
Miré a derecha e izquierda donde solamente pude encontrar alguna que otra cafetería. Aparté a un lado las ganas que tenía de tomarme un café después de días sin probar uno y corrí hacia delante. En cuanto asomé la cabeza pude ver una gran cola de gente entrado a uno de los vagones. Miré mi reloj de nuevo, dos minutos. Podía hacerlo.
Me apresuré al final de la fila y pregunté el lugar al que llevaba este tren. Una mujer que se encontraba delante de mí me respondió el lugar que quería oír. Con la felicidad corriendo por mis venas, esperé a que revisasen mi billete y entré en el inmenso tren.
Las voces de la gente retumbaban por los vagones. Busqué mi asiento y suspiré aliviada al ver que me encontraba al lado de la mujer que me había ayudado minutos antes. Me senté y el tren comenzó a moverse. Los nervios se apoderaban de mí, quería verlo, quería estar entre sus brazos y volver a besar sus perfectos labios.
Gracias a la mujer que se había convertido en mi amiga y a sus infinitos temas de conversación, llegué a mi destino antes de que me diese cuenta.
Me despedí de ella y salí pitando del tren. Mientras salía de la estación, alcancé el móvil y pedí un taxi ya que si decidía ir andando llegaría en días.
—Hola, buenas tardes— saludó el taxista amable. —¿Adónde quiere que la lleve?— preguntó mientras yo me montaba.
—A la playa de La Concha— contesté mientras una inevitable sonrisa se dibujaba en mi boca.
Atravesó varios barrios, giró a izquierda y derecha continuamente hasta que después de unos largos veinte minutos que parecieron una eternidad, pude ver, después de muchísimo tiempo, el mar azul verdoso, la suave arena y la preciosa forma de la playa.
Pagué al taxista y salí de nuevo corriendo mientras sentía como la adrenalina corría por mis venas. Fui al lugar al que siempre íbamos y bajé las escaleras que daban a la arena. Me quité las zapatillas antes de pisarla y salí disparada. Comencé a correr con la mochila a la espalda y los nervios a flor de piel mientras gotas de sudor caían de mi frente.
Después de minutos inacabables buscándolo me di por vencida de una vez por todas. No estaba, se había ido. Era tal mi seguridad de que iba a estar aquí que había conseguido ofuscarme.
Me puse de rodillas y comencé a llorar. Lo había perdido, y tal vez para siempre.
Después de soportar las miradas de la gente que pasaba, me levanté y salí de la playa sin saber muy bien que iba a hacer con mi vida.
No podía creer que después de todo lo que había hecho en estas últimas horas, lo hubiese perdido. Me senté en un banco y observé lo bonita que se veía la playa en un día tan soleado y caluroso como hoy.
—¿Nerea?— dijo una voz a mi espalda.
Y si, tal y como estáis pensando; era él. Con su pelo castaño con destellos rubios perfectamente peinado y con su preciosa sonrisa que hacía que se le achinaran los ojos débilmente.
Se sentó junto a mí y antes de que pudiera decir nada, me besó mientras lágrimas de alegría surgían de mis ojos.
Tal vez, no había sido tan malo como yo pensaba.
—Te amo— dije separándome de él unos pocos centímetros para coger aire.
—Te amo más que a nada— contestó antes de volver a besarme.
Y en estas últimas horas, mi vida había dado un giro de 180º en el que había pasado de ser la chica más triste del planeta a la más feliz del universo.
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"Sin ti no soy nada" TERMINADA [Antoine Griezmann]
FanfictionÉl no sabía que existía, ella lo amaba. Él creía que todas eran iguales, hasta que la conoció. En ese momento, todo cambió.