La gran acusación

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La fiesta había terminado y como era de esperarse el recinto acabó hecho un asco. Mesas tiradas por el suelo junto con aquello que tenían encima, gente durmiendo la mona por los rincones. El suelo se sentía pegajoso y al caminar se sentía como pisar un chicle.

Estaba amaneciendo, el cielo se tornó de colores propios como ocres y granate.

Marta, Lidia y Cristina caminaban en silencio hacia la Cuna de los Piojos, lugar en el que se hospedaban. Javi se quedaba con Hacha, pese a la desaprobación de las elisianas, especialmente de Lidia. Ben y Navaja las seguían un poco más atrás.

—Oye, ¿sabéis algo de María?—preguntó Lidia.

—La ví irse con Evan en mitad de la fiesta.— respondió Marta.

La Cuna de Piojos. No era un mal sitio. Se trataba de un barrio pegado a la muralla, bastante tranquilo a decir verdad. La vivienda que les habían asignado, de un extraño color ceniza, se encontraba tranquila. Entraron y prendieron las luces. Evan y María se encontraban durmiendo juntos sobre el mullido sofá de tres plazas.

—¿Qué? ¿Y a ti qué tal con Minho?— quiso saber Cristina a la vez que le daba un codazo a su amiga.

Marta, sintiéndose observada por Ben y Navaja, contestó un simple "bien" y se encerró en el cuarto de baño. Lidia y Cristina se miraron confundidas; Ben y Navaja complacidos.

Serían las cuatro de la tarde cuando unos golpes en la puerta despertaron a María. Se sintió reconfortada al verse entre los brazos de Evan. De nuevo aquellos golpes. Se levantó molesta y abrió la puerta. Era Minho.

—¿Qué...?—comenzó a decir ésta.

— Tenéis que presentaros en palacio.—ordenó.— Ya.

María confundida asintió. Se acercó a sus amigas y las despertó.

—Despertad.— las zarandeó.— Nos requieren en el palacio.

—Qué esperen.— gruñó Marta entre sueños.

—Era Minho...

—Ya estamos tardando.— dijo mientras se colocaba sus vaqueros.

***

Casi una hora después, el grupo se encontraba siendo guiado por un Minho algo alterado. Los condujo por enorme corredores con ventanales, salones recién pulidos e incluso por un patio interior. Las elisianas miraban a su alrededor embobadas. Ni en sus mejores sueños habrían podido imaginar un lugar como ese.

 Junto a Minho se encontraba Evan, muy atento a lo que el asiático le contaba. Estaban tan inmersos en la conversación que no notaron la presencia de Hacha. Lidia puso una mueca. Había algo en ella que no le terminaba de cuadrar. Primero, ¿para qué coño quería al esclavo?; y segundo, no le gustaba ni un pelo esas miraditas que la gótica le echaba. Javi por su parte era su perrito faldero: iba a donde ella iba, hacía lo que ella le ordenaba... Lo tenía completamente dominado.

—Por aquí.— por primera vez desde que llegaron Minho pronunció palabra.

El asiático abrió una pesada puerta de metal, la cual conducía a una especie de laboratorio. La sala era espaciosa, probablemente más que la casa en la que se estaban hospedando. Las paredes pintadas de gris perla combinaban a la perfección con los estantes metálicos en perfecto estado. Sobre estos había numerosos botes y pipetas con líquidos de todos los colores. En el centro de la sala, y rodeados de médicos con la bata puesta, había dos camillas, ambas tapaban con una sábana lo que parecían dos cuerpos.

Minho se acercó a las camillas y, con un dócil movimiento, levantó ambas sábanas, mostrando el rostro de los cadáveres.

Marta sintió como el mundo se le venía encima.

Elisian: Ciudad EsperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora