Las leyes de Elisian

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Marta, aturdida y derrumbada, habiendo perdido toda la confianza de sus amigas, tenía que seguir con el plan. Todas esas muertes, las amenazas por parte de Ben y Navaja... No estaba segura y las elisianas estaban en peligro, si no hacía algo rápido y Cristina no actuaba pronto no habría nada por lo que arriesgarse.

Llegó a palacio necesitando relajarse un poco, cosa que sería imposible. Justo cuando estaba en la entrada de la gran sala de visitas del palacio paró en seco para contemplar como una figura enclenque se aproximaba a Minho. Los labios de la rubia platino se aproximaron al oído de Minho, como si compartir un secreto fuese el mayor de los pecados. Minho escuchaba atentamente, siendo embaucado. Marta no podía permitir eso. Muchos intentarían manejar a Minho ahora que era el único que ostentaba el poder, y muchas de esas pretensiones no serían positivas para Ciudad Esperanza.

—¡Rubia de mierda! ¡Se acabó la fiesta!

El odio de Marta hacia la rubia fue impulsado por los celos como si una onda electromagnética hubiera atravesado el lugar.

—¡Marta!— gritó Minho en tono de reproche— Eso no es comportamiento adecuado para una dama de palacio.

—Soy Marta de Elisian, no de palacio.

—Yo...— Interrumpió Marifé.

—¡Tú a la puta calle, barbie de los cojones!

La rubia miró atentamente a Minho esperando su confirmación para salir de palacio. Fue cuando este asintió cuando se marchó. Justo cuando pasaba al lado de Marta esta le agarró del brazo y la aproximó a ella. Acercando su boca a su oído le hizo una amenaza velada.

—Como intentes otra vez manipular a Minho y hacerte con el poder te arranco las paredes del útero lentamente mientras veo como te desangras. ¿Ha quedado claro, pija?

La rubia asintió tragando con fuerza hasta que finalmente se soltó del agarre de esta dejando el palacio atrás.

***

Serían poco más de medio día cuando Cristina se aproximaba a una casa, más bien mansión. Esta era enorme. El ladrillo decoraba todos sus muros y el color rojizo era el protagonista de la vivienda. Enredaderas y plantas decoraban las paredes y muros, sin embargo ,nada de eso impresionó a Cristina quien iba con un único propósito. Tocó al timbre sonando una melodía empalagosa de las que se enroscaban en los oídos de los visitantes haciendo que la espera fuera tortuosa. "Que abran ya joder", pensó la rubia.

—No hay nadie.— Dijo una voz tras de sí.— Acabo de llegar, deja que yo te abra.

—¿Dónde está tu familia Marifé?— Intentó indagar la joven.

—En el consejo de la ciudad, probablemente discutiendo algún tema sobre las provisiones y la muerte de Hahca.

—Ah, vale. Tenemos que hablar. Ahora.

Tras varios minutos se encontraban en una gran mesa. Tan alargada que ambas chicas se encontraban a unos cinco metros de distancia. El salón, decorado con cabezas de animales disecados, hacía que el eco retumbara en las paredes. Aún así, la niña rica desde que se había sentado no había pronunciado ni media palabra, a la espera de lo que tenía que comunicarle la rubia.

—Tenemos un problema. Minho tiene todo el poder, Marta no piensa ceder en esto, y apuesto que pronto se cargarán a Minho de un solo tiro y la anarquía reinará en las calles. O hacemos algo o esto se desmadrará.

—Necesitas mi ayuda.

—Por eso estoy aquí, doña pensante.— Dijo Cristina en actitud chula.— Si tu familia me apoya podré hacer algo grande, muy grande. Empezar una revolución. La cuestión no es quitarle el poder a nadie, si no dárselo.

Elisian: Ciudad EsperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora