El fuego camina conmigo

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Tras una semana, Anakin se había trasladado a la Cuna de Piojos. Técnicamente Cristina no se había mudado (solo había pasado una semana) pero pasaba todas las noches allí con Minho.

Él le daba lo que ella necesitaba y supuso que él tenía de ella lo que quería: sexo duro. Había mucha desesperación y rabia cuando follaban, muchas veces le había hecho daño a la joven, pero no le importaba porque el placer era mayor que el dolor.

Habían empezado a jugar con el sadomasoquismo, pero algo muy leve, solo a atarse a la cama. Cristina supuso que con el tiempo, la cosa iría a más. Pero, ¿quería ella estar con Minho? Tampoco se lo había planteado mucho.

Estaba muy cachonda y necesitaba estar con alguien, al menos físicamente. Minho ya no lloraba. Solo lloró la primera noche. Sin embargo ella si lloraba algunas veces por la muerte de Navaja.

''Se llama asesinato'' se dijo a sí misma.

Minho pasaba casi todo el día en la droga y todo lo que la campaña de desintoxicación había conseguido se estaba yendo al traste. Daryl seguramente estaría enfadado con ella, pero no le había visto tampoco.

Ni a Marifé. Aunque seguramente la chica estaría haciendo alguna orgía en la calle. Haciendo una cubana. Huum, esa noche le haría una cubana a Minho.

María también estaba un poco perturbada. Perder a su niño no nato solo la había perturbado un poco, lo que realmente le impresionaba era la desaparición de Evan. Ni rastro. Tal vez se hubiese escapado con Marifé. O estaría chupándole el coño alguna en la calle.

La Soma hacía cosas extrañas en la gente.

Pero sin duda la que peor estaba era Marta. Cristina subió a sus habitaciones y la encontró en la oscuridad, comiendo Soma, a palo seco. Hasta ahora no había habido ninguna sobredosis de Soma, pero seguro que la primera iba a ser la pelirroja.

—Deberías comer algo—dijo Cristina intentando abrir la ventana para que entrara la luz.

—¡No!—gritó la chica mientras se abalanzaba a Cristina.

Clavó sus uñas en el brazo de esta. Estaba muy demacrada por solo alimentarse de Soma.

—Tía... estás muy mal—dijo la rubia.

Marta abrió los ojos mucho y se acercó a la cara de Cristina demasiado.

—Si abres esa ventana... el fénix entrará aquí... y querrá cuentas. Querrá lo que es mío—suspiró y se escondió debajo de la cama—.Lo noto. Me persigue cuando ando, me escucha cuando hablo. Cada vez que cierro los ojos,—dijo tocándose los parpados—lo noto mirando a través de ellos.

Marta estaba empezando a asustar a Cristina, mucho. La rubia la obligó a salir de la cama, viendo como su vestido estaba hecho girones. Seguro que no se duchaba desde que se metió en el cuarto. Tal vez no quería volver a salir. Quizás deseaba la muerte y por eso tomaba Soma.

Había que intervenir.

—Tienes que dejar la Soma.

Marta se subió a la cama y se puso de rodillas, mirando el cielo. Luego miró a Cristina con desesperanza.

—El fuego camina conmigo.

De repente se escuchó un gran y estrepitoso ruido. Por un segundo Cristina creyó que era obra de Marta, pero luego se asomó a las ventanas y lo vio. Sintió verdadero pánico y se quedó paralizada: las murallas de Ciudad Esperanza habían caído.

Vio como una avalancha de zombies había destrozado la muralla de piedra y ahora se esparcían por las calles como si fuera una marea apestosa que traía la muerte. Volvió a recobrar el sentido de la realidad cuando escuchó una voz masculina.

—¡He dicho que te muevas!—gritó Daryl.

Cristina se giró y vio como el hombre intentaba sacar a Marta de la habitación pero esta se resistía con uñas y dientes. Rápidamente cogió una bolsa de Soma y le dio un poco a Marta, que instantáneamente regresó al lugar mágico del Soma.

Daryl la cogió como si no pesara nada.

—¿Dónde están los demás?—preguntó Cristina.

—¡Ven con nosotros fuera!—gritó.

—¡Hay que encontrarlos!—dijo la rubia mientras se internaba en los pasillos del palacio.

De repente, vio un zombi comiéndose a una esclava. Corrió al lado contrario de puro terror, y se escondió en una esquina. Al oír pasos fue a matar al zombie y se encontró con María, Minho, Lidia y Javi.

—¡Vámonos coño!—gritó Lidia cogiéndola de la mano y arrastrándola. Minho les enseñó unos pasadizos secretos donde Anakin les esperaba con una antorcha. A sus pies había dos zombies muertos con unos ojos grabados en la frente.

Debajo se podían escuchar los gritos de la gente. De vez en cuando se abrían grietas y varios zombies atacaban, pero Anakin los aniquiló a todos. Con ojo incluido. Era demasiado bueno.

Tenía que tener el Don, pensó María. Llegaron por fin fuera del túnel a tiempo de ver como todas las murallas caían encima de los edificios y aplastaban a las personas y a zombies por igual, destruyendo también el palacio y el templo.

—¿Dónde está Marta?—preguntó María.

Con la prisa habían asumido que estaban todos juntos, aunque en realidad Marta nunca había llegado a juntarse. Minho parecía medio ido, con los efectos secundarios de la Soma, así que no contestó.

—Quedé con Daryl aquí fuera—explicó Lidia—, fuera del túnel. Si no están aquí...

—Esperémosles un día—dijo Javi.

Todos se sentaron a admirar la triste belleza de ver como la centenaria ciudad caía con la luz del atardecer mientras se preguntaban que harían ahora que no tenían hogar. Justo entonces empezó a caer pequeños copos de nieve, aunque ninguno lo notó al estar tan absortos mirando el desastre. Todos menos Anakin.

—Antes de irme con Janson, estaba en un templo donde entrenaba con el Don—dijo a regañadientes.

Aquello captó la atención de Javier, ya que él siempre quiso entrar en uno y nunca le dejaron.

—¿En serio?—preguntó.

—Sí, está un poco por debajo de los Pirineos. Él nos acogerá—miró a Cristina—, tu, también puede entrenarte a ti. Es un gran maestro.

Cristina suspiró.

—¿Cómo se llama?—preguntó.

—Obi-Wan Kenobi.

Elisian: Ciudad EsperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora