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- LA CIUDAD -

Cuatro semanas después.

Sentarme en la mesa de mi madre no era una situación ideal.  Sin embargo, aquí estaba, mirándola en absoluto silencio mientras bebía chardonnay de un vaso de cristal de tallo largo.

La vida en la ciudad de Nueva York. La misma mierda que había sido antes. Al menos Finn estaba de vuelta, aunque hubiera optado por quedarse fuera de mi agradable cena familiar. No lo podía culpar, yo también quería optar por quedarme fuera. 

Desde que había visto por última vez a mi madre hace casi dos meses, parecía que había tenido aún más trabajo estético en su cara, lo cual era prácticamente una cirugía plástica ahora. Esa nariz no era la misma nariz que recordaba; era demasiado estrecha y puntiaguda. Era difícil creer que en algún momento habíamos compartido características similares. Su cabello también era unos tonos más claros que su color castaño natural, y tenían un aspecto poco natural en ella. Como de costumbre, estaba vestida con un vestido caro, azul marino, con lo que parecía ser un ridículo cuello de piel de mapache. Sus manos menudas estaban adornadas con anillos y pulseras. 

George, su marido número cuatro, por otra parte, parecía que podría ser su padre, sentado a la cabecera de la mesa con el pelo canoso y su arrugado rostro. Su mano derecha estaba temblando mientras sacaba con la cuchara sopa de langosta de un cuenco de porcelana cupé.
El Parkinson habían empeorado en el último año desde que se casó con mi madre, y junto con algunos otros problemas de riñón y corazón, no lo estaba haciendo tan bien como cuando comenzaron a salir hace un par de años. 

—¿Necesitas un poco de ayuda, George querido? —le preguntó mi madre, con un tono tan dulce como la miel. Le encantaba jugar el papel de la esposa cariñosa, tratando de actuar como si ella le importara, cuando la maldita verdad era que nadie era tan importante para ella, como ella
misma.

Él la despidió con un gesto con la mano izquierda, con el ceño arrugado. 

—Puedo hacerlo, Danielle.

Los labios quirúrgicamente mejorados de mi madre se fruncieron con irritación, pero no respondió. Tenía que permanecer en su buena gracia hasta que muriera, después de todo. Eso era, si quería heredar una parte de su inmensa fortuna. 

George siguió comiendo su sopa a un ritmo muy doloroso. Tan doloroso que en realidad quería ir allí y forzarlo a darle de comer, para no ver lo débil que se había vuelto.Su mente seguía siendo aguda, a pesar de su condición física. Obviamente, ya no satisfacía sexualmente a mi madre, y me preguntaba si alguna vez lo hizo, y tal vez por eso estaba buscando otras alternativas. 

Ante el recuerdo de ella el día de su cumpleaños, mi agarre en la cuchara se apretó, hasta que estuve bastante seguro de que podría doblar el metal. Rápidamente la dejé a un lado y cogí el vaso de agua a mi izquierda, tragando. 

Desde que había regresado a la Ciudad de Nueva York, había logrado evitar ver a mi madre. Había sido difícil, y había logrado engañarla llamándola más a menudo, pero finalmente se dio cuenta de lo que estaba haciendo y exigió que viniera a comer.Decir que estar alrededor de ella era la tortura pura, era una subestimación.

—Así que, dime Harold —arrastró las palabras, girando sus ojos morados brillantes en mí—. ¿Qué te ha parecido trabajar para Stephen? Horrible, asumo. 

Hace alrededor de cinco semanas había empezado mi posición como consultor de adquisiciones y desarrollo en el MDC. Básicamente, estaba empezando desde abajo, en la planificación y la comunicación con terceros durante el proceso de adquisiciones. Mi padre me había dicho que solo era temporal y que me iba a pasar a proyectos más grandes para el final del año.

Sin embargo, aun cuando me zambullí en mi trabajo, lo hice con la consciencia de que era privilegiado y que había gente por ahí que no tenían lo que yo tenía. Y no era porque escogieron andar así, sino porque así nacieron.

Twisted Minds |HS| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora