Veinte.

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No sé cuándo llegamos a este punto. ¿Cuánto ha pasado? ¿6, 7 meses? Es increíble cómo las cosas pueden cambiar de un momento para otro.

—Somos dos bombas, ¿lo sabías?—pregunta, mirándome a los ojos desde la otra esquina del sofá.

—Tenemos el mismo carácter, eso lo sé.

Suelta un suspiro y yo hago lo mismo. Segundos después niego con la cabeza y me acerco a ella para rodear sus hombros con mis brazos y miro hacia la televesión, que se encuentra delante de nosotros.

—¿Qué estás haciendo?—veo de reojo que frunce el ceño y una pequeña sonrisa sale de sus labios.

—Te abrazo por los hombros—respondo como si nada.

—¿Por qué?

—¿Debe haber una razón para todo lo que haces, azul?—giro mi rostro y la miro—. Si seguimos pensando tanto, las neuronas se nos van a acabar todas y ha sido un largo día. Así que, ¿por qué no tratamos de ver televisión un rato? O si quieres conversar también, eso es posible. Pero debemos apagar el cerebro por un rato.

—Así que el plan es dejarnos llevar, huh?—asiento y le sonrío—. Me gusta.

Se acomoda mejor a mi lado y nos quedamos viendo la televisión sin decir más. A veces le toco la mejilla para llamar su atención y ella gruñe para que la deje tranquila, lo que me hace reír.

Más tarde decido pedir pizza y empezamos a conversar. Sin darnos cuenta una cosa nos lleva a la otra.

—Sí... esos fueron buenos tiempos—termina diciendo después de contarme un par de anécdotas de varios campamentos de verano a los que fue cuando era menor.

—Entonces tengo a una pequeña bromista delante de mí—comento y ella sonríe orgullosa—. Interesante...—agarro uno de los pepperonis y se lo pego en la mejilla, y antes de que le de tiempo a reaccionar, camino lejos de ella.

—No-lo-hiciste—dice lentamente y se pone de pie después de quitarse el pepperoni de la cara.

Se va acercando a paso lento hacia mí y alzo mis manos en señal de paz cuando mi espalda choca contra la pared. Trato de no reír ante el notable enojo en su rostro.

—Solo fue una simple broma—digo, y fallo al intentar no reír, pues las carcajadas salen de mi garganta sin poderlo evitar.

Puedo notar que ella intenta aguantar las carcajadas cuando su rostro se acerca al mío.

—¿Qué haré contigo?—pregunta pícara.

—Dejarme ir—contesto, siguiéndole el juego.

—No lo creo—alza su mano y empieza a acariciar mi rostro—. ¿Quisieras que te bese?—su voz suena seductora, e intento descifrar si habla en serio o no—. ¿O tal vez algo más?

Trago saliva cuando siento sus labios en mi oído derecho.

—¿Te gustaría si te acaricio por aquí?—siento su mano bajar a mi cuello y tocar esa área sensible de mi cuerpo. Cierro los ojos cuando me estremezco—. ¿Y por aquí?—su mano sigue por mi pecho y la mueve lentamente—. ¿Y por...?—gruño cuando la siento bajar hasta mi cinturón.

De repente su mano se aleja y segundos después sus carcajadas se escuchan por todo el apartamento. Abro los ojos de golpe y la veo retorciéndose en el piso sin parar de reír. Alza sus manos en señal de paz, justo como lo había hecho yo minutos atrás.

—Solo fue una simple broma—repite lo que dije y sigue riéndose.

Entrecierro los ojos mientras la miro tirada en el piso, y no logro ocultar una sonrisa mientras niego con la cabeza y respiro hondo.

«La chica sarcástica tiene un buen sentido del humor».

N/A:

Aquí el último capítulo del maratón. Espero que les haya gustado. Esto lo hice con el fin de agradecerles por haber esperado y seguir conmigo a pesar de que desaparezco constantemente.

¡Los quiero inmensamente!

Maratón: 3/3.

Endless, xox.

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