Un nuevo comienzo

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Las vacaciones fueron largas y aburridas, me la pasaba horas enteras escuchando música y ayudando a mi madre con los quehaceres de la casa. No volví a ver a nadie de mi vieja escuela y es muy probable que no vuelva a verlos nunca más, me siento muy nerviosa por mi primer día en un lugar distinto.

Françoise Dupont, mi nueva escuela. Comencé a investigar en internet acerca de ella, se ve tan distinta a la anterior... es colorida y la luz del sol se encuentra presente en cada rincón, a pesar de mi amor por el color negro y las cosas que son consideradas "extrañas" para las de personas de mente cerrada, no estaría mal estar en un nuevo ambiente que me haga olvidar todos los malos recuerdos del pasado y que me ayude a no sentirme tan deprimida. El lunes empezarán las clases así que por más difícil que sea intentaré actuar de una forma que pueda ser considerada "normal" por los demás, ser más segura y no dejarme llevar por las emociones. Por ahora solo quiero descansar y despejar mi mente un poco porque mi madre me hizo ir al supermercado dos veces con la excusa de que no había comprado todo lo de la lista.

Lunes

Apenas la luz se coló por la ventana de mi habitación me levanté, una ola de nervios recorrió mi cuerpo al saber que hoy empezaré las clases en mi nueva escuela. Me di una ducha rápida, me vestí casi completamente de negro, delineé mis ojos y por último me puse un suéter con unas mangas muy largas para ocultar las horribles cicatrices de mis antebrazos.

Bajé a la cocina a desayunar y me encontré con mi madre, quien me miraba con el ceño levemente fruncido.

—¿Irás así a la escuela? —preguntó viéndome de pies a cabeza— No se que hice mal para que mi hija fuera tan rara.

Decidí no contestar para evitar problemas, sinceramente no tengo mucha hambre —una razón por la que mi madre a veces dice que tengo problemas alimenticios— pero no me quedó de otra que comer algo para no sentirme mareada en medio de las clases.

Tomé mi mochila y salí en dirección a la escuela, para mala suerte mía no quedaba tan cerca que digamos, así que tuve que caminar por un largo rato. Al llegar miré la edificación de arriba a abajo antes de tomar el valor suficiente e ingresar.

Mientras estaba caminando me distraje y noté que había chocado con alguien haciendo que sus cosas cayeran al suelo, quise ayudar para dar una buena impresión pero antes de poder hacerlo la chica de cabello rubio habló.

—Lo que faltaba, una emo torpe —dijo mientras me lanzaba una mirada llena de desprecio y arreglaba su cabello— ¡Sabrina! ¡Recoge mis cosas!

Luego de decir eso en un abrir y cerrar de ojos apareció una chica de cabello naranja y se puso a recoger las cosas de la rubia, me dio algo de lástima por la forma en como la trataron así que la ayudé a levantar las cosas del suelo, ella me sonrió dulcemente y ambas le entregamos sus cosas a la ojiazul.

—¡Dámelas! No quiero que les pegues tus malas vibras —exclamó mientras me quitaba bruscamente las cosas.

Bajé la mirada con tristeza, ni siquiera he llegado a mi aula y esto ya empezó mal, toda la ilusión que tuve por estar en una nueva escuela se desvaneció por completo y lo único que quería era volver a casa. Caminé a paso lento hasta llegar al aula, la maestra me vio y se dirigió hacia mí para luego llevarme delante del pizarrón y llamar la atención de los demás chicos, para mala suerte mía aquella rubia era mi compañera.

—¡Atención! Ella es su nueva compañera, su nombre es Juleka Couffaine.

Me quedé callada y sentí que mis manos sudaban debido a los nervios, jalé las mangas de mi suéter y eché un vistazo a todos mis compañeros, ese chico rubio de la primera fila me recordaba tanto a Félix... con la diferencia de que su mirada reflejaba inocencia y amabilidad.

Caminé a lo largo del aula buscando un lugar donde sentarme, en la fila de atrás se hallaban dos mesas, una que estaba completamente vacía y otra en la que se encontraba un chico pelirrojo haciendo un dibujo, probablemente ni siquiera se dió cuenta de que la maestra me presentó delante de todos. Sin pensarlo dos veces me senté en la mesa que estaba vacía y saqué todo lo necesario para la clase de matemática junto con mi cuaderno de poemas.

Por alguna razón me sentía observada, decidí ignorarlo, pero esa sensación me tenía bastante incómoda y no me dejaba concentrarme en los complicados ejercicios de trigonometría. Ví de reojo a todos los chicos del aula y me topé con aquel pelirrojo mirándome fijamente. Sus ojos son turquesas.

El chico no notó que lo había visto y siguió con la mirada clavada en mí, me comenzaba a fastidiar que me viera de una forma tan poco disimulada, así que decidí girar la cabeza para cruzar miradas y hacer que él volteara. Como lo supuse, el chico dejó de verme para luego mirar hacia el pizarrón, sonreí levemente por haberme librado de aquella molestia.

Al tocar la campana del receso, se me acercó una chica con un extraño cabello azulado atado en dos coletas —aunque pensándolo bien, no soy nadie para hablar de cabellos raros.

—Hola, bienvenida —dijo con una radiante sonrisa— Me llamo Marinette, Marinette Dupain-Cheng.

—Hola —contesté desviando la mirada y jalando las mangas de mi suéter, lo cual ya se me hizo una costumbre.

—Lindo suéter —dijo aún con esa contagiosa sonrisa que era imposible de no devolver.

—Gracias.

La chica no me pareció una mala persona, felizmente no todos en esta escuela son unos idiotas como la rubia con la que me choqué en la mañana. Me dirigí al baño a retocar el delineado de mis ojos y observar mis cicatrices, moriría de vergüenza si es que alguien las llegara a ver.

Regresé al aula la cual se hallaba vacía, suspiré cabizbaja y me dirigí hacia mi lugar. Noté que había un pequeño papel sobre la mesa, lo tomé y vi en el reverso un dibujo de un pequeño tomate sonriendo, no me importó mucho quien lo hizo ni por que razón lo dejó en mi lugar, aún así lo guardé porque se me hizo bastante adorable.

Este día fue algo difícil por ser el primero, me sentí incómoda durante las clases y ni hablar del receso, por suerte tocó la campana de la salida así que me fui apresuradamente del aula junto a la mayoría de mis nuevos compañeros.

Al bajar sentí que algo me faltaba, así que revisé mi mochila para comprobarlo... ¡Mierda! ¡Mi cuaderno de poemas!

Regresé corriendo al aula y me encontré con aquel pelirrojo que me estaba mirando durante la clase de matemática ojeando mi cuaderno, fruncí el ceño y me acerqué a él.

—¡Dame eso! —exclamé haciendo que se sobresaltara para luego quitarle el cuaderno.

El chico se me quedó viendo en shock, ese idiota seguramente leyó los poemas que había escrito acerca de las cortadas que solía hacerme en los brazos, se supone que esos poemas no debían ser leídos por nadie más que por mí.

—L-lo s-siento, no quise molestarte —dijo el pelirrojo notoriamente asustado por mi reacción.

—¡No debiste haberlo leído! Eso es muy personal —exclamé viéndolo fijamente a los ojos aún molesta.

—Wow ¿Tus ojos son rojos? —preguntó repentinamente cambiando por completo el tema.

—Sí —contesté solo para terminar con la conversación a pesar de que la respuesta no era correcta.

Salí del aula rápidamente y separé con mi dedo índice la página que se encontraba leyendo el pelirrojo, la cual felizmente se encontraba casi vacía, a excepción de un pequeño poema.

Cortes dolorosos,
me hacen verlo todo más hermoso.

1,2,3 pierdo la cuenta,
no importa el dolor que mi alma sienta.
Cortes dolorosos.

Suspiré al recordar la razón por la cual lo escribí, después de hacer aquel poema de amor escribí este otro luego de ser rechazada por Félix y sentirme la chica más estúpida sobre la faz de la tierra.

Me dirigí a casa aún con esa sensación de incomodidad al pensar en ese chico de ojos turquesas que probablemente leyó algunos poemas que hablaban de cosas demasiado personales, probablemente no pueda dormir esta noche porque mi mente se dedicará a torturarme y hacerme pensar en cosas que de repente no son ciertas, pero quizás mañana sea un mejor día.

La Chica de las Cortadas [Julenath]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora