Depresión

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Estuve llorando durante un par de horas mientras que el sangrado tanto de mis brazos como de mis piernas no paraba, con un completo odio hacia mí misma tomé un frasco de alcohol etílico y comencé a limpiar todas y cada una de las heridas con algodón. No pude evitar dejar escapar uno que otro quejido debido al insoportable ardor, pero eso no importa, me lo merezco por haber hecho sufrir a Nathanaël.

Al salir del baño me tumbé en mi cama e intenté dormir para tratar de olvidar todo esto, pero lo único que podía hacer era llorar. Era aproximadamente la una de la mañana y seguía con los ojos completamente abiertos y húmedos, lo más probable es que mi depresión llegó a su máximo punto.

Nunca había sentido algo parecido por alguien, nunca creí que alguien se acercaría a mí sin intenciones de hacerme daño o burlarse de mí, nunca mi corazón había latido tan fuerte. Ni siquiera hace un año cuando estaba convencida de que Félix era un buen chico en su interior, solo que actuaba de esa manera para que los demás tuvieran otra imagen de él —lo cual fue solo una estúpida ilusión— sentí algo parecido a lo que siento por Nathanaël. Lo admito, sin darme cuenta terminé perdidamente enamorada de aquel pelirrojo entrometido que ojeaba mi cuaderno de poemas el primer día que asistí a mi nueva escuela.

Sabía desde un principio que nunca se iba a fijar en mí, Nathanaël solo me veía como una amiga. Él es demasiado dulce y talentoso, su sueño siempre fue tener una vida perfecta con el amor de su vida y estoy convencida de que algún día lo encontrará, a pesar de todo me siento feliz por él y le deseo lo mejor.

Por más que intentaba cerrar mis ojos y dormir era muy difícil hacerlo, sin saber que hacer tomé un bolígrafo y mi cuaderno de poemas y comencé a plasmar mis sentimientos en él.

Hasta ahora no me perdono lo que te he hecho,
cada vez que vea tus ojos sentiré una punzada en el pecho.

Serás más feliz si me olvidas,
si vivimos por separado nuestras vidas.

La soledad siempre será mi única compañera,
por más que me duela es la única manera...
la única manera de evitar herirte.

Aprovechando que mi madre había salido con sus amigos me dirigí a su habitación, abrí el cajón de la mesita de noche y robé unas cuantas pastillas para dormir. Al regresar me tomé una para luego recostarme en mi cama, gracias a esa pastilla pude conciliar el sueño.

Al día siguiente

Desperté muy adolorida, al levantarme y verme en el espejo mi aspecto era terrible, incluso más que de costumbre. Tenía unas ojeras enormes, mis ojos estaban rojos e hinchados y ni hablar de mis brazos y piernas, las heridas seguían aún abiertas y debía ocultarlas de cualquier forma para que mi madre no pudiera verlas.

Noté que ella ya se encontraba en casa, pues al pasar por su habitación la vi durmiendo, probablemente despertaría en la noche. Apenas podía caminar, las piernas me dolían demasiado y cada paso que daba era toda una tortura, intenté ser silenciosa y caminé hasta el baño, al llegar sentí como mis cortadas empezaban a sangrar nuevamente.

Me desvestí y me di un baño rápido con agua fría, al salir de la ducha busqué en el botiquín alcohol y algodón para evitar que las autolesiones se infecten, por último tomé unas vendas para ocultarlas. Como imaginarán el ardor fue tan insoportable como ayer... pero por otro lado —por más increíble que suene— estaba convencida de que el dolor era lo único que me calmaría.

Por último coloqué las vendas alrededor de mis antebrazos y muslos, sinceramente sentía que lo hacía en vano, porque probablemente esta noche volvería a cortarme sin aún poder perdonarme a mí misma por lo que le hice a mi amigo.

Salí del baño y sin siquiera desayunar comencé con los quehaceres, no tengo ganas de recibir insultos por parte de mi madre así que debo dejar todo perfecto. Al finalizarlos terminé completamente exhausta, tenía unas enormes ganas de tomar mi celular y pedirle perdón a Nathanaël a pesar de que probablemente no aceptaría mis disculpas.

Pasaron un par de horas y mi madre ya había despertado, me dirigí a su habitación aún sintiendo dolor en mis piernas.

—Hice todos los quehaceres —dije con nerviosismo.

—Estás muy rara ¿Qué te pasa? —preguntó de forma seca ignorando por completo lo que dije.

—N-no es nada —contesté con una sonrisa fingida.

Mi madre se quedó callada y yo me dirigí a la puerta dispuesta a salir, mientras caminaba me tropecé con una de las patas de la cama haciendo que cayera y mis piernas con las heridas aún abiertas se golpearan contra el suelo, el dolor fue tal que grité y mis ojos se humedecieron. Definitivamente mi torpeza no tiene límites.

—¡Auch!

—¡¿Qué sucede ahora?! ¡Dime la verdad! —exclamó con el ceño fruncido.

—S-solo me caí, eso es t-todo —contesté tartamudeando.

Mi madre me tomó del brazo con fuerza haciendo que me levantara del suelo y cerrara los ojos por el roce de la manga del suéter con las heridas, sin pensarlo dos veces la remangó con brusquedad y al ver las vendas se quedó callada durante unos segundos.

—¡¿Qué es esto?!

Me quedé en blanco, no supe qué demonios hacer, no tenía caso inventar una excusa. Con la piel erizada y las manos temblorosas comencé a retirar la venda que cubría mi antebrazo izquierdo, tenía mucho miedo.

—Estuve ocultándote esto desde hace ya varios años... —dije sintiéndome la persona más valiente del mundo— Cada vez que me siento triste me desquito conmigo misma —añadí cabizbaja.

Antes de poder levantar la mirada me dió una bofetada —quizás la más fuerte de mi vida— y un par de lágrimas rodaron por mis mejillas.

—Entonces ¡¿Además de rara y antisocial eres una maldita suicida?! ¡¿Qué mierda hice para merecer una hija así?! Tuve la peor suerte cuando naciste.

Bajé la mirada apenada, mi madre seguía parada frente a mí y mi cuerpo no reaccionaba.

—¿Sabes qué? No me interesa lo que hagas con tu vida, solo no quiero que termines en un hospital y tener que gastar dinero por culpa de tus estupideces, ¡Lárgate de aquí! —exclamó para luego abofetearme de nuevo.

Con las mejillas adoloridas y probablemente hinchadas caminé a paso lento hasta mi habitación y cerré la puerta tras de mí, nunca creí que mi propia madre me diría cosas tan horribles, estoy convencida de que nunca seré querida por nadie. Uno de mis sueños casi imposibles es sentirme amada por alguien y dejar atrás toda la tristeza, pero como van las cosas se que no sucederá jamás.

Me senté en una esquina abrazando mis piernas y tratando de contener las ganas de tomar una cuchilla e irme al baño, no podía resistirlo, cortarme se ha vuelto casi una necesidad para mí. Ya con la cuchilla me encerré en el baño y me quité todas las vendas para luego comenzar a desquitar todos esos horribles sentimientos acumulados dentro de mí, mis brazos y piernas se veían horribles y algunas lágrimas se mezclaron con las gotas de sangre en el suelo.

La Chica de las Cortadas [Julenath]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora