Cuchillas & Lápices

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Un mes. Un mes pasó desde la última vez que tomé una cuchilla para auto lesionarme, y un mes pasó desde la última vez que escribí un poema en aquel estúpido cuaderno lleno de dolor.

Abrí el cajón del escritorio y tomé el pequeño cuaderno, el cual tenía una finísima capa de polvo cubriendo la tapa. Página por página, verso por verso, cada uno peor que el anterior, haciendo que miles de recuerdos volvieran a mi mente atormentándome como si se tratara de almas en pena revoloteando a mi alrededor. Lágrimas derramadas, toallas de papel usadas, cuchillas en el basurero, y una Juleka arrepentida y destrozada.

¿Cómo pude ser tan idiota? ¿Cómo pude dejar que mis emociones pudieran más que mi mente? Mi yo de hace un mes, o mejor dicho de hace ya seis años, necesitaba con urgencia ser escuchada. Quizás la ayuda psicológica por parte de un profesional hubiese sido una gran opción para terminar rápidamente con toda esta tortura, pero a mi madre le importaba una mierda mi bienestar.

La última página del cuaderno se hallaba completamente en blanco, tomé un bolígrafo y decidí ponerle fin a aquella horrible etapa.

Con los cortes, paré,
con el dolor, terminé,
¿Tanto me costaba acabar con esta agonía?

Una sonrisa en mi rostro, dibujé,
un beso en tus dulces labios, dejé,
¿Tanto me costaba darme cuenta de que tu amor era lo suficiente para mí?

No quiero llorar, no quiero sufrir;
quiero felicidad y risas, durante el tiempo que me quede por vivir.

Quizás no el mejor de mis poemas, pero definitivamente el único que verdaderamente disfruté escribiendo, sin necesidad de derramar lágrimas. Guardé el cuaderno nuevamente en el fondo del cajón, para luego subir lentamente la manga de mi suéter rayado y observar mis cicatrices.

Las heridas sanaron por completo, pero tanto mis antebrazos como mis muslos quedaron marcados de por vida, varias líneas horizontales de un color rosado pálido se hallaban trazadas en ellos. No me sentía para nada orgullosa de poseerlas, pues solo mostraban mi enorme debilidad. Pero no todo es malo, ya no siento aquella ansiedad que solo podía tranquilizar realizando tajos en mi piel, e incluso mi físico cambió, ya no me veo cansada, ni poseo esas ojeras tan marcadas, mi cabello creció un poco, aún manteniendo mi característico fleco morado.

Al observar el reloj de la pared, éste marcaba las dos de la mañana. A pesar de tener clases dentro de unas horas, no lograba simplemente cerrar mis ojos y dormir, sentía algo extraño, quizás un mal presentimiento, no lo sé. No podía negar que tuve otros fogosos encuentros con mi pequeño pelirrojo cada vez que la oportunidad se nos presentaba, pero cuando esto ocurría, procuraba tomarme las pastillas robadas del cajón de mi madre, quien milagrosamente no lo notaba.

El miedo empezó a esparcirse a lo largo y ancho de mi ser, el sudor que empapaba por completo mis manos y pies se hacía cada vez más insoportable. Cerré mis ojos, pero solo pude engañarme a mí misma y fingir que estaba durmiendo.

A la mañana siguiente, desperté con un dolor de cabeza pequeño, pero verdaderamente molesto. Me sentía extraña e hinchada, supuse que fue por la falta de sueño, pues ya había perdido la mala costumbre de amanecerme.

Me levanté de mala gana, y me bañé con agua fría para lograr despertar por completo. El día estaba nublado como siempre, esta vez más gris de lo normal, probablemente empezaría a llover. Al bajar a desayunar noté que mi madre no estaba en casa, probablemente salió a festejar un día más de vida y yo ni lo noté.

El camino hacia la escuela fue tortuoso, el dolor de cabeza no cesaba y me hacía caminar con lentitud. Llegué jadeando a la escuela, tarde. Luego de lidiar con la maestra y convencerla con la excusa de mi dolor de cabeza, intenté mantener el equilibrio hasta llegar a mi lugar de siempre.

—¿Juleka? —susurró Nathanaël.

—Estoy bien, no es nada —contesté antes que él hiciera la pregunta que ya veía venir.

El dolor fue aumentando al igual que la lluvia que se apreciaba a través de la ventana, mierda, ni siquiera traje un paraguas. Nathanaël se veía completamente sumergido en el mundo de sus dibujos, haciendo lo que parecía ser la continuación de su cómic de super héroes; me pregunto si la tal "Reflekta" habrá hecho una aparición oficial en él...

—¡Nathanaël!

La maestra Mendeleiev hizo que nos sobresaltemos del susto, y sin decir más, tomó el cuaderno de Nathanaël y lo colocó sobre el pupitre, el pelirrojo no hizo nada más que mirar al suelo apenado. La maestra empezó a hablar de la nomenclatura de las sales, y al cabo de unos minutos el pizarrón ya se hallaba totalmente lleno. Me costaba demasiado entender lo que explicaba, pues el dolor de cabeza aumentaba constantemente para luego reducirse, simplemente terrible.

Las horas de clase fueron más lentas de lo habitual, si no pude soportar química, mucho menos pude hacerlo con física. Apenas inició el receso fui corriendo en dirección al baño, ignorando por completo al pequeño artista, quien no dejaba de mirarme preocupado.

Al llegar, ingresé a uno de los cubículos y me puse de rodillas, vomitando el escaso alimento que había consumido en el desayuno. Empecé a sentirme débil y la cabeza no paraba de fastidiarme, quizás lo más adecuado sería volver a casa, pero si la maestra se comunica con mi madre, ella probablemente creería que estoy mintiendo y que solo quiero escaparme de la escuela.

La ansiada campana de la salida fue como música para mis oídos, cierto nerviosismo hacía que incluso me olvidara de lo que ocurrió en el baño. Me despedí de Nathanaël, su mirada reflejaba confusión total, era obvio que había notado mi extraña actitud durante todo el día. Me hacía sentir mal no haberle dicho nada, me recordaba cuando le oculté por bastante tiempo que me cortaba, o cuando no me atreví a decirle que Marinette no le correspondría jamás. Sin mirar atrás salí de la escuela, ignorando que la lluvia había cesado hace tan solo un rato.

Pasaron segundos, minutos, o quizás horas. Aún permanecí encerrada en el baño, sentada sobre la tapa del excusado abrazándome a mí misma y con las piernas temblando, no quería saber que me esperaba, el estómago se me revolvía y las ganas de vomitar regresaban apenas esto llegaba a mi mente. Exhalé profundamente y tomé aquel pequeño objeto de plástico sin esperanza alguna.

Positivo.

La Chica de las Cortadas [Julenath]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora