13. Trabajos y borrachos.

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Amber.

—Amber, despierta. —Ariel agitó su mano tratando de que despertara.

—Estoy despierta, Sireno. —Lo miré a los ojos.

Esos ojos.

Amber —dijo—. ¿Me escuchaste?

—Uhm... Digo sí claro que sí —dije tratando de sonar segura.

—Bueno entonces repite lo que dije —dijo con una sonrisa burlona.

Mierda.

—No escuché ni una mierda de lo que dijiste. —Contesté avergonzada.

—Hoy en la tarde vendrás a mi casa. —Dijo sonriendo.

Lo miré confundida. ¿Para qué iría a su casa?

—Para hacer el trabajo —aclaró.

¿Segura qué harán el trabajo?

No me confundas, mini yo.

                         [...]

Estábamos afuera de su casa y era gigante.

—Yo pensé que eras pobre —murmuré.

—No Amber, no lo soy. —Dijo abriendo la reja de su casa.

Él pasó, y bueno, yo lo seguí. No me iba a quedar parada afuera como una idiota.

No es por alarmarte o algo así, pero conocerás a los padres de Ariel.

Rayos, era cierto.

Ariel abrió la puerta, dejando ver un lindo salón, con temática blanco y negro. Muy elegante.

—Tranquila, no hay nadie en casa, vamos a mi habitación.

Nadie en la casa, ósea...

Cállate mini yo.

Subimos hacia su cuarto mientras observaba como era el pasillo. Paredes blancas y uno que otro cuadro.

Entramos a su cuarto y estaba hecha un desastre.

—¿Cómo puedes dormir aquí? —pregunté viendo todo el desastre.

—Con los ojos cerrados, duh —rodé los ojos, y corrí un montón de ropa y una caja de pizza para sentarme.

Nos quedamos en un silencio incómodo, hasta que Ariel volvió a hablar.

—Ordenaré un poco mi habitación, sí quieres ve a buscar algo para comer a la cocina. —Asentí y salí de la habitación.

Oh rayos, no sé donde mierda queda la cocina y ésta casa es gigante.

Changos y más changos.

Baje las escaleras, porque sería extremadamente raro que la cocina estuviera en el segundo piso; recorrí varios pasillos, dando finalmente con la cocina.

Revisé su nevera y no encontré nada.

—¡POBRE! —Le grité Ariel.

—¡¿QUÉ?!

—¡NO TIENES NADA EN TU NEVERA!

—¡REVISA CERCA DE ALLÍ, CREO QUE TENGO GALLETAS!

Revisé toda la cocina y en un rincón encontré unas galletas, pero estaban caducadas.

Mierda y más mierda.

—¡TUS MALDITAS GALLETAS ESTÁN CADUCADAS! —Grité.

—¡AHG, YA BAJO! —Escuché los pasos apurados bajando por las escaleras.

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