Capitulo 7: Cara a cara

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—¿Dra. Quinzel, me mostraría su identificación? —me dice el guardia de seguridad especial.

La directiva no quiere tomar ningún riesgo con el Sr. J. Han decidido que lo trate en un área especial llena de seguridad especial. No creo que sea necesario. Sé que tiene fama de impredecible, pero estoy segura de que no me lastimaría. ¿Para qué me pondría un guardaespaldas si luego planeara hacerme daño mientras trato de ayudarlo? 

—Claro —respondo, y muestro mi carnet de identificación. 

Lo revisa con desconfianza y me deja pasar

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Lo revisa con desconfianza y me deja pasar. Un largo y oscuro pasillo conduce a una puerta grande de metal. No sé si él está adentro, o si lo traerán cuando ya esté lista. 

Una vez estoy parada frente a ella, otro guardia recibe la señal. Introduce una llave, marca una contraseña y baja una palanca. Se abre. Lo primero que salta a la vista es una mesa y dos sillas en cada extremo de ésta. Una mirada fija y profunda me espera. Él permanece sentado, amarrado a su asiento, con camisa de fuerza y una mordaza. 

—¿Es esto necesario?

—Lo es, doctora, le guste o no —responde el guardia. 

—Imagino que le quitará la mordaza. Tengo que escuchar lo que quiera decir, de eso se trata la terapia —digo, un poco enojada. 

—Bien —se acerca al Sr. J y se la quita. El Sr. J hace una mueca e intenta morderle la mano.

—Está jugando —digo, antes que lo golpee. 

—Él siempre está jugando. 

El Sr. J pone una expresión de sorpresa burlona en el rostro y me guiña un ojo. Me saca una pequeña sonrisa. Me siento frente a él. El guardia se va con una rabieta. 

—Sabia que lo conseguiría, doctora.

—¿Qué cosa?

—Llegar hasta mí. 

Me sonrojo. 

—¿Hace cuánto que está aquí?

—Cuatro meses.

—¿Ha hablado con otros doctores, está familiarizado con la psicoterapia? 

—Sólo quiero hablar con usted —susurra, mientras mira mis labios. Me pone tremendamente nerviosa. 

—Muy bien —tartamudeo—. Primero hablará usted, me dirá lo que quiera, de lo que tenga ganas de hablar. Luego, le iré haciendo preguntas. Y también haremos algunos ejercicios. ¿Está bien?

—Estoy a sus ordenes, doctora. 

—¿Cómo lo han tratado aquí desde que llegó?

—Creo que no entienden mis bromas, nadie se ríe. ¿Soy el problema?

—Claro que no. 

—Sé que usted sí lo haría. 

Y sólo con decir eso, lo hago, me río un poco avergonzada. 

—Tiene una risa adorable. 

—No deberíamos hablar de mí. 

—Yo quiero conocerla. 

—¿Cómo fue atrapado? —cambio el tema.

—No me atraparon, yo me entregué —me sorprendo—. Quiero cambiar, doctora, ¿me ayudará?

—Por supuesto, Sr. J.

—Me encanta que me llame así —sonríe—. ¿Cuál es su nombre completo? —pregunta, buscando mi gafete en mi bata.

—Harleen Quinzel. 

—Ohhhh, suena como Arlequín. Me gusta. ¿Sus amigos la llaman Harley?

—Yo no tengo esa clase de amigos. Bueno, es decir, sí, pero amigos para salir de fiesta y no hablar de nada importante, no amigos que me conozcan tanto como para ponerme apodos lindos. Bueno, tengo una nueva amiga. Y la quiero mucho. 

—Puede considerarme su otro amigo verdadero, doctora. Si quiere. 

—Claro que sí. Y yo también quisiera ser su amiga.

—Ya lo es, claro. ¿Dónde estudió?

—En la Universidad de Gotham.

—¿Ah si? ¿Sabe? Yo también estudié ahí.

—¿Qué? —me deja sin palabras. En su expediente, no hay absolutamente nada de su vida pasada, antes de ser El Joker. Nadie sabe quién es, o cuál es su verdadero nombre—. ¿Qué estudió?

—Leyes. Pero, al parecer, me especialicé en romperlas. 

Nos reímos juntos. 

—¿Cómo es que se convirtió en un criminal?

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—¿Cómo es que se convirtió en un criminal?

—Sólo se necesita un mal día para llevar al hombre más cuerdo a la locura. 

—¿Y cuál fue ese día para usted?

Gira la cabeza a otro lado, y no responde. No quiere decirme. ¿Le resultara doloroso? Me da pena. Siento en él un aura de tristeza, de soledad. Quiero ayudarlo. Quiero hacer todo lo que él necesite que haga para que vuelva a ser feliz. Siento una conexión. Toda su vida ha sido una persona incomprendida. Necesita cariño, eso es todo. Puedo con esto. Yo lo sacaré del agujero en donde está y lo devolveré a la vida. El Sr. J se recuperará, tengo fe en eso. 

Oímos pasos. Están abriendo la puerta.

—¡Doctora! —dice con apresuramiento—. ¿Volverá pronto?

—Lo haré, Sr. J. Soy su psiquiatra privada, hablaremos mucho.

Su expresión facial se relaja. Me ofrece una gran sonrisa sincera y susurra algo. No logro escuchar qué fue, ni estoy segura si me lo dijo a mí o a él mismo. Sus ojos azules y grandes se vuelven casi cristalinos. Sé que es bondad y amabilidad lo que noto. 

—La estaré esperando. 


Obsesión suicidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora