Capitulo 12: Mi reina infame

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La vista se me aclara de a poco. Siento los pasos de Mario mientras me lleva en brazos hasta la entrada del edificio. Si cierro los ojos, podría jurar que estoy bajo el agua, casi no tengo sensibilidad en ningún miembro de mi cuerpo. El dolor ha sido tan grande, tan desgarrador que ya no siento nada. 

Los rayos del sol me deslumbran y me obligan a volver en sí. Hay personas corriendo en todas direcciones. En el cemento, la sangre está esparcida por doquier; al igual que los cadáveres. Veo varios camiones de bomberos estacionados y paramédicos a mi alrededor. 

—Nosotros nos encargaremos —anuncia uno de ellos. Me ponen en una camilla. Miro a un lado y logro distinguir la silueta de un hombre alto vestido de negro de pies a cabeza. Él también me mira.

Mario nota que no dejo de observar al hombre, así que me dice: —Es Batman. Él fue quien la salvó.

—¿Qué? —susurro.

—El Joker iba a llevársela, luchó contra él y lo impidió.

¿Llevarme?

La camilla avanza entre la multitud de heridos y socorristas. Siento una sacudida y ya estoy dentro de una ambulancia. Mario me dice que estaré bien, que sea fuerte, pero yo no quiero serlo, sólo quiero llorar hasta morir. 

Antes de que las puertas se cierren, Batman se para justo en medio. 

—¿Ella estará bien? —pregunta, con voz desafiante e intimidante. Aún en mi estado, noto que algún tipo de regulador de voz hace que no se pueda oír la suya. 

—Tenemos que llevarla al hospital, recibió descargas eléctricas para matar a un caballo, nada es seguro por ahora —las puertas de la ambulancia se comienzan a cerrar y él sigue ahí. Todo vuelve a ser negro y empiezo a sentirme adormilada.

Vuelvo a despertar. ¿Dónde estoy? El dolor vuelve a dominarme. Grito, grito con todas mis fuerzas. 

—Tranquilícese, señorita —dice una voz—. Está en el Hospital de Gotham, está a salvo.

No puedo controlarme. Quiero romper cosas —como en la tienda de juguetes. Siento un insaciable impulso de destruir. 

—Dra. Quinzel, soy el médico a cargo de su caso —otra voz. No reconozco los rostros, sólo veo personas queriendo atacarme—. Tranquila, es parte de los efectos secundarios de la agresión que sufrió. 

Otro hombre, un enfermero, me mete a la cama y amarra mis muñecas. Siento un pinchazo. En seguida, siento un poco de tranquilidad. La luz de un lampara me deja casi ciega. 

—¿Dra. Quinzel? ¿Harleen... me oye?

—Ujum.

—Escuche, trate de estar relajada. Usted fue torturada con descargas eléctricas, se salvó de milagro. Lo que está experimentando es una desestabilización neuronal. Estará violenta, confundida, tendrá alucinaciones, cambios de humor. La ayudaremos. 

Tonterías. Sé que estoy rota, añada. No volveré a ser la misma. Y lo peor es que no sé si fue por lo que me pasó, o por él, porque no lo voy a ver otra vez. 

Por horas, trato de actuar normal. Quiero que crean que fue un milagro y que me curé. Necesito salir de aquí. Pero la verdad es que estoy lejos de estar normal. Mi cabeza va a explotar, no puedo sacar de mi mente ese momento de agonía, lo repito una y otra vez. Las cosas se mueven, las paredes, el piso. Cuando las enfermeras se acercan, tengo que contener el impulso de morderlas, de volarles los dientes con mi bate.  

***

Se lo han creído todo. Estoy libre. En mi apartamento, no puedo dejar de caminar de un lado al otro. Golpeo mi frente con las paredes. No he quitado la vista del televisor, de las noticias, con la esperanza de saber dónde está. Y cuando casi estoy por rendirme, un reportero anuncia que El Joker comete un robo masivo en este instante. Está en la 5ta con 15. Tengo que ir. ¡Tengo que ir! Va a decirme en mi cara que se burló de mí. Necesito oírlo de su boca. 

Obsesión suicidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora