Capítulo -1

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Hoy te voy a hablar del miedo.

Pero no cualquier tipo de miedo. No te hablaré de ese miedo al subir a una montaña rusa en el parque de diversiones, tampoco del miedo al ver una película de terror en el cine. Ni el que sientes por los payasos, las agujas o la sangre. Te hablaré de un miedo intenso, real, un miedo que hiela tu sangre y te hace desear estar muerto.

Un miedo que ni siquiera se compara al ser perseguida por un hombre extraño a media noche.

Este es otro nivel de miedo, el más alto.

Lo sentí hoy, justo después de recibir una llamada.

Esa clase de llamadas que cambian tu vida...

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

Le arrojé un puñado de billetes al conductor y me bajé del auto antes de que se detuviera por completo. No estoy segura si aquel hombre me gritó algo o si se voy sorprendido, o si por el contrario, no era la primera mujer que veía bajar de su taxi como una loca corriendo hacia las puertas del hospital.

Mis tacones repiqueteaban estrepitosamente a cada paso, y me planté sacármelos, pero eso llevaría tiempo, incluso si los dejaba tirados en medio de la calle.

Empujé a una señora y esquivé de último momento a un chico en silla de ruedas, ni siquiera pedí disculpas.

-¡Señora, no puede correr por aquí!- me gritó alarmado un enfermero desde algún lugar a mi derecha.

Lo busqué con la mirada hasta que di con él.

-Mis hijos. -le grité. - Tiene que decirme donde están mis hijos.

-¿Cuáles son sus nombres?- me preguntó mientras se dirigía al área de consultas, girando al rededor del mostrador.

-Son Sam y Nicolás Ston. - El enfermero comenzó a teclear mientras yo sacudía mi cabeza. - Puede que estén por Benz, si mi hijo mayor los registró, puede que lo haya hecho bajo ese apellido.

El hombre levantó solo por un segundo la mirada, con una ceja alzada, pero inmediatamente asintió y siguió con su búsqueda.

-Aquí dice que Sam Ston está en cirugía ahora mismo. Nicolás Ston está en rayos x.

-Mis hijos están... ¿Qué? - Podía sentir como mi voz se quebraba, mis ojos se humedecían y mis pensamientos dejaban de tener sentido.

-Señorita, siéntese un segundo. - Las manos del enfermero estaban sobre mí y yo no tenía idea de cómo se había movido tan rápido. - Conseguiré a alguien que la informe sobre el estado de sus hijos.

-No debí dejarlo conducir.

-¿Qué dice?

-¡No debí dejarlo conducir! -le grité.

¿Por qué lo dejé conducir? ¿POR QUÉ LO DEJÉ CONDUCIR? Llegaba tarde al trabajo, Nico dijo que él se haría cargo. ¡Ni siquiera lo dudé! Le aventé las llaves y le dije que me había salvado. ¿Salvado de qué? ¡¿De llegar malditamente tarde a mi jodido trabajo?! ¡¿De ser una mamá?!

¡¿SALVADO DE QUÉ?!

Siento que me ahogo, lo he sentido desde hace un par de segundos pero ahora tengo que tocar mi cuello para asegurarme que no hay manos presionando allí. No las hay, pero algo debe estar allí porque el aire se niega a pasar, y no puedo respirar, no puedo respirar, no puedo respirar.

Siento que hay manos en otras partes de mi cuerpo, moviéndome, llevándome.

No. Quiero gritar. No quiero que me toquen, no quiero que me lleven.

EdipoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora