Capítulo 0

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Papá siempre dice que existen dos tipos de personas. Las que después de mirar una película de terror se acuestan a dormir con espalda hacia la pared y las que duermen con su cara hacia la pared. Creo que tiene razón. Porque si duermes con tu espalda hacia la pared, puedes ver, incluso en la penumbra, si el asesino serial que viste hace unas horas en la película, o el muñeco endiablado, o el payaso loco, o los fantasmas, quien sea, viene a por ti. Significa que estás dispuesto a luchar, que prefieres verlo venir e intentarlo, a quedarte de espaldas a ello y esperar que todo pase.

Significa que eres valiente... o que estás muy loco.

Significa que eres como Nico.

Lo obligué a venir a casa esta noche, lo metí en el auto y le dije que era suficiente.

Hace ya tres meses desde el accidente, Sami fue trasladado dos semanas después de aquello, de la UCI a una habitación particular, y cuando eso pasó, fue un festejo para todos.

Pero somos inteligentes, y a veces eso es una maldición ¿sabes? Nos llevó un día darnos cuenta de que estábamos estancados. Nadie iba a retirar los tubos que atravesaban el cuerpecito de mi bebé en diferentes sectores.

Nadie estaba especialmente ilusionado con la idea de que él iba a volver, salvo nosotros. Nadie lo creía posible.

Ahora estoy sentada en la cama de Nico, y acabo de notar cuanto me tranquiliza acariciar su cabello mientras esta tumbado en la cama, con su espalda hacia la pared.

Me gustaría poder decir que no creo en las predicciones de los médicos. Me gustaría decir que sigo firme en mi idea de que él va a volver a nosotros.

Pero solo me permito mentir en mi trabajo. Intento mantener la mentira alejada de mi vida personal, para marcar un límite en mi conciencia o algo así. No lo sé, lo he hecho por un largo tiempo ya. Y ahora creo que lo haré con mayor fuerza que nunca, es decir, necesito hacer algo para ganarme mi pase al cielo, necesito ver a Sami otra vez. Tiene que haber otra vez. Aquí, allá, donde sea.

Necesito a mi bebé conmigo.

Mis ojos empiezan a mojarse, nunca terminan de estar secos, en realidad, lloro al menos una vez al día y eso está empezando a preocupar a Nico, así que ahora tengo que ocultarlo mejor. Encontré que un buen truco para ello es pensar en Amanda retorciéndose en la cárcel como una maldita cucaracha. Sin embargo, últimamente su efectividad no es tan buena, es más, está comenzando a joder con mi cabeza. No lo suficiente como para desvelarme por las noches... aún. Y difícilmente me verán intentar reducir su pena, incluso si eso fuese posible, pero sí, supongo que me siento un poco mal por ella también. Fue un error. Un pie puesto unos centímetros más a la derecha. Un conductor con un poco más de experiencia no cometería ese error. Es decir, ella manejaba un maldito auto con cambios, tus pies casi se chocan juntos cuando vas a frenar porque tienes que presionar el maldito pedal de embrague a la vez, ¡¿Cómo, en nombre de Dios, puedes ser tan estúpida?!

Y luego pienso en su padre, tal vez debí dejar que él se culpara...

Miré hacia el techo, sin dejar de acariciar el cabello de Nico y escuchar su respiración tranquila.

Yo hubiese preferido cambiar de lugar con Nico, así que supongo que su padre no merecía tanta piedad de mi parte. Además, de cualquier forma el estaría en la cárcel por un año por obstrucción a la justicia. No me había encargado de su caso, de haberlo hecho, seguramente hubiese logrado algo más que un maldito año, pero como sea.

Mamá dice que no debo ser rencorosa.

Hace un rato ya que estoy aquí. Arrastré a Nico a casa desde el hospital alrededor de las ocho, no pudo seguir permitiendo que duerma en ese sofá duro casi todas las noches. Es un adolescente, debería hacer algo más que ir a la escuela y sentarse en el hospital al lado de la cama de su hermano y comer basura de la cafetería. No es sano.

EdipoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora