#Capítulo 5: Hogwarts.

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-No nos lo han contado porque creen que haremos alguna locura – les explicó Scorpius, contándoles lo que había hablado con su madre un par de noches antes. La Madriguera no era lo suficientemente grande para poder hablar con tranquilidad, y les había dicho a los chicos que se lo contarían en el Hogwarts Express. Lily, Albus, James, Frank, Rose y Scorpius se habían ido a un vagón lejos de los demás.

Cada uno de había reaccionado de diferentes formas, pero todos coincidían en que era Umbridge la que estaba detrás de todo aquello, por mucha cabañita en Liverpool que tuviese.

-Malditos... - masculló James, indignado. Tenían derecho a saber lo que estaba pasando, y se lo habían ocultado.

- ¿Cómo puede el Ministro de Magia ser tan idiota? – gruñó Lily, con una reacción parecida a la del mayor de sus hermanos. Albus, por su parte, miraba a un punto fijo en el suelo, pensando en el asunto.

- Probablemente crean que son un pequeño grupo de fanáticos – dedujo -. No sería la primera vez que pasa desde la Guerra Oscura.

- Sí, pero esos grupos no tenían dementores a su disposición – dijo Scorpius -. Eran magos y brujas a los que se les fue ido la olla y decidieron hacer vandalismo en nombre de Voldemort. Pero era sólo eso, vandalismo.

- Esta gente han asesinado a aurores – le secundó Rose.

Scorpius palideció, recordando cuando aquel auror le había sacado a rastras de su habitación, y cómo había muerto delante de sus ojos.

-Cuando Voldemort vivía tenía agentes en Ministerio – dijo Frank, haciendo su primera aportación a la conversación.

- Eso no va a volver a pasar – negó James -. Crouch tenía la cabeza llena de pajaritos pero no Kingsley.

- No está haciendo nada, de todas formas – se quejó Rose dejándose caer en el asiento.

- Si le dijéramos lo que sabemos... - propuso Scorpius.

- No – exclamó ella zanjando el asunto.

- Podrían hacerte daño – le recordó Lily.

James pintó en su rostro esa sonrisa de macarra que tanto le caracterizaba.

-Bueno, por mucho que me cueste, ahora eres de la familia, Malfoy. – Chocó su puño contra la palma de la mano -. Y si esos cabrones vienen a por ti, ten por seguro que les daremos guerra.

Scorpius sonrió, agradecido. Le gustaba llevar aquel jersey Weasley. Le alegraba ser parte de aquella familia de pelirrojos.

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-¡Pedazo de tormenta! – exclamó Hannah, empapada, mientras el equipo de Quidditch de Gryffindor entraba al Gran Comedor. Habían tenido la mala suerte de que la mayor tormenta que recordaran hubiera sucedido justo el día que les tocaba entrenamiento. Los siete integrantes del equipo estaban llenos de agua, y con las botas atestadas de barro. El campo de visión era tan reducido que habían perdido una snitch, las bludgers habían sido un peligro inminente, y era casi imposible pasar la Quaffle. Pero James quería realizar un último entrenamiento antes del partido de aquella tarde contra Ravenclaw.

-¡Eh, Potter! – gritó Parkinson, llamando la atención de toda la mesa de Slytherin -. ¿Tan mal jugáis, que la lluvia os lo impide por pena?

James y Fred fueron a responderle, pero Gus agarró al capitán por el hombro.

-No merece la pena – les dijo el golpeador -. McGonagall nos está mirando. Sabes que a los Gryffindor no nos pasa ni una.

Gus se sentó en la mesa junto a unos chicos de sexto, que le recibieron con preguntas sobre aquella tormenta. Rose se quedó mirando la directora McGonagall. Recordó la conversación que había escuchado entre la directora y los jefes de las casas antes de su primer partido de Quidditch:

Te Odio, Rose WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora