Kingsley Shacklebolt pasaba la mayor parte del día en su despacho en el Ministerio de Magia, leyendo informes y recibiendo visitas de los jefes de los distintos Departamentos. Wood, el jefe del departamento de Deportes y Juegos Mágicos, había estado allí hacía un rato, explicándole distintas cláusulas del acuerdo con el Ministerio Ruso, que insistía que el próximo mundial de Quidditch se celebrase en Moscú.
En esos momentos, revisaba unas peticiones de Granger sobre los aumentar los salarios para los elfos domésticos. Kingsley suspiró. Hermione Granger era sin duda la bruja más brillante de su generación, pero no entraba en razón respecto a aquel movimiento al que ella llamaba PEDDO. Los elfos domésticos no querían un sueldo, y sólo tras que ella insistiese mucho, habían aceptado un galeón al mes. Bueno, eso, y un gorro de lana para cada uno. Suspiro, y pensó cómo explicarle a esa mujer que no iba a poder ser. Seguro que le saldría con lo mismo de siempre. ¡Los elfos domésticos no son esclavos! ¡Incluso está mal llamarlos domésticos! ¡No son objetos, como una lavadora! Kingsley no tenía la menor idea de lo que era una lavadora, pero siempre le daba la razón a Granger y le decía que trataría de hacer algo al respecto.
Escuchó unos golpes en la puerta, y temiendo que se tratase de Hermione con un montón de propaganda del PEDDO abrió. Cuando vio los ojos negros que sonreían maliciosos, deseó con todas sus fuerzas que se hubiera tratado de Granger. Una cara familiar llena de cicatrices, rodeada por una cabellera negra, más larga de la que recordaba. Era Augustus Rookwood.
Kingsley corrió hasta situarse detrás del grueso escritorio de caoba, pero el mortífago no se movió. ¿Cómo era posible? No habían sabido nada de Rookwood desde el dos de mayo de mil novecientos noventa y ocho, y le habían dado por muerto en la Batalla de Hogwarts. ¿Dónde había estado durante veinticinco años? ¿Cómo es que no le habían encontrado?
Kingsley sacó su varita y apuntó al hombre, que no parecía preocupado en absoluto.
-Ministro – dijo -. Es un placer volver a verle.
-¡Desmaius! – exclamó Kingsley. Rookwood hizo un movimiento con su varita y paró el golpe antes de reír amargamente.
-¿Vas a aturdirme, K? – soltó otra carcajada.
Kingsley agarró el micrófono que conectaba con la megafonía del Ministerio.
-Aurores al despacho del Ministro. Repito: Aurores al despacho del Ministro. Es un código siete. Un código siete.
-Lo lamento K, pero eso no va a servirte de nada.
El Ministro, empezando a sudar, apretó su varita.
-¿Qué...
Rookwood abrió los brazos, abarcándolo todo a su alrededor.
-¡Este será mi despacho a partir de ahora! – Su risa era la auténtica risa de un loco -. ¡Hemos tomado este nido de ratas! ¡El Ministerio es nuestro!
Aprovechando el momento de distracción de su enemigo, gritó:
-¡Expelliarmus!
La torcida varita de Rookwood salió disparada hasta su mano. El mortífago parecía desconcertado. Cuando Kingsley iba a darle el golpe de gracia, escuchó una vocecita ridículamente aguda:
-Crucio.
Un dolor insoportable le recorrió desde la punta de los dedos hasta sus orejas. Ya había sufrido antes la maldición cruciatus, pero no es un dolor al que uno pueda acostumbrarse. Cayó al suelo, pero antes pudo ver a la menuda mujer con cara de sapo que le había maldecido. Umbridge. Había sido un estúpido dejándola salir de Azkaban. Potter se lo había advertido, y también su cuñado, Percival.
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Te Odio, Rose Weasley
FanfictionLa primera parte de esta historia se encuentra en mi perfil (Te Odio, Scorpius Malfoy).