#Capítulo 12

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Con los TIMOS a la vuelta de la esquina, los estudiantes en Hogwarts que cursaban quinto, estaban más alterados que nunca. Los profesores habían dejado de enseñar nuevos temas, y las clases se limitaban a repasar, e incluso a veces les dejaban esa hora solo para aprenderse los temarios.

-¿Alguien puede decirme de dónde es originario el diricalw? – preguntó Hagrid, sentado en el pequeño muro que bordeaba el Bosque Prohibido. Algunas manos se alzaron en el aire. El gran guardabosques señaló a un alumno de Hufflepuff bastante alto, con el pelo revuelto y una mancha negra de hollín en la mejilla.

-De la isla Mauricio.

-¡Correcto, señor Thomas-Finnigan! – exclamó Hagrid -. ¡Tres puntos para Hufflepuff!

Al terminar las clases, Hagrid hacía una serie de preguntas a estudiantes al azar, y otorgaba tres puntos para la casa correspondiente por cada respuesta correcta, ya que según él, eso les daría a los estudiantes un incentivo para aprenderse las lecciones.

-¿Y alguien se acuerda de cuánto mide un chizpurfle? – Nadie levantó la mano en ese momento -. ¿Frank?

Frank tragó saliva, nervioso.

-Eh... ¿dos metros? – dijo, más en tono de pregunta que de contestación. Hagrid hizo un sonido de negación y señaló a Albus. Lo bueno del semigigante, era que no penalizaba las respuestas incorrectas, pues según él, todos tenían derecho a equivocarse.

-¿Al?

-Chizpurfle... - se quedó pensativo, repasando mentalmente los apuntes de Cuidado de Criaturas Mágicas -. Oh, sí, medio centímetro.

-¡Bien, tres puntos para Gryffindor!

Rose pensó que si Binns ponía tanto empeño en sus clases como lo hacía Hagrid, Historia de la Magia sería mucho más divertida de lo que era. Aunque con aquel profesor fantasma, cualquier cosa, incluso mirar una pared, era más divertida. Era uno de los TIMOS que más le preocupaba, ya que las interminables charlas de Binns se entremezclaban unas con otras en su mente, y aún no le quedaba claro cuántas revueltas de duendes había habido desde la Edad Antigua. Hagrid empezó a hablar de una especie de fénix irlandés llamado augurey, y Rose recordó con cariño cómo Hugo llamaba así a tía Audrey cuando aprendió a hablar, y lo enfadado que había estado tío Percy. Aunque tras ver la belleza del animal flameante, a Audrey no le había importado demasiado. A veces, George seguía llamándola así sólo para fastidiar a su hermano mayor.

Cuando Hagrid estaba enumerando, demasiado convencido, las cualidades de las acromántulas, el conserje, Argus Filch, apareció entre el huerto de calabazas, con sus andares desiguales. La señora Norris se acomodó entre algunas raíces, sin apartar un ojo de Fang, con el que había tenido ya algunos altercados.

-Hagrid – dijo con desprecio -. La directora convoca a todos los alumnos en el Gran Comedor. Y a ti también...

Se dio la vuelta y se apresuró a dirigirse al campo de Quidditch, donde solía encontrarse la señora Hooch.

-Bueno chicos – concluyó Hagrid extrañado y apenado a la vez, ya que adoraba hablar de las acromántulas -. Continuaremos la semana que viene.

Cruzaron los jardines y entraron en el castillo en un santiamén, pues los pasos agigantados del guardabosques los hacía correr tras él. El Gran Comedor estaba cambiado. Las mesas habían desaparecido, y en su lugar había cuatro grupos de bancos, uno destinado a cada casa. Rose, Albus y Frank se sentaron en la de Gryffindor junto a James y Lily.

-¿Qué está pasando? – preguntó Albus. Sus hermanos se encogieron de hombros.

-No sé – dijo James -. Sea lo que sea, al menos me he librado de Historia. Seguro que Binns ni se ha dado cuenta. Seguirá hablando de las guerras de los gnomos.

Te Odio, Rose WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora