#Capítulo 10.

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La Sala de los Menesteres no había sido fácil de encontrar. No aparecía en el Mapa del Merodeador que James le había robado a Harry. En los planos de Hogwarts que habían en la biblioteca no parecía ni existir. Y no podían preguntarle a ningún profesor dónde estaba esa sala súper secreta en la que no debían entrar.

Y al final, había aparecido como debía aparecer: de casualidad.

Al no poder encontrarla, la Nueva Orden del Fénix, que era como habían llamado al pequeño ejército formado por Rose Weasley, había empezado a peinar Hogwarts. Y para colmo, fue gracias a Peeves. El travieso fantasma, haciendo honor a su nombre, decidió empezar con su pasatiempos favorito, gastarle bromas pesadas a algún Longbottom. Ya fuera, Alice, Frank, o incluso a Neville, que era profesor, a Peeves le encantaba hacerles rabiar. En esa ocasión eligió al pequeño de la familia, y lo interceptó cuando pasaba por el pasillo del séptimo piso, por delante de un tapiz de un señor vestido como un bailarín de ballet rodeado de trolls.

El poltergeist había seguido a Frank por aquel pasillo una y otra vez, apareciendo en un extremo y otro justo cuando el Gryffindor iba a escapar.

-¡Llamaré al barón sanguinario! – le había amenazado Frank, pero lo único que había hecho Peeves había sido reírse. Conocía a aquel chico desde su Selección, y había conocido a su padre antes que él, y sabía que jamás le dirigiría una sola palabra al fantasma de Slytherin.

En la tercera carrera de Frank a lo largo del pasillo, una gran puerta se había abierto en el muro de piedra. Y, ¡sorpresa!, la Sala de los Menesteres.

-¡Enséñanos a hacer un patronus! – le dijo Gus a Rose en cuanto toda la Orden estuvo allí.

Ella cruzó una mirada con Scorpius.

-Creo que deberíamos empezar con algo más sencillo... - dijo. Scorpius pareció pensar lo mismo.

- Rose tiene razón – admitió.

Un suspiro de decepción recorrió al grupo, acompañado por algunas muecas. Todos habían ido allí para convertirse en héroes, y Rose creía que no entendían el verdadero significado de estar en la Orden.

-Lo siento, pero no estoy de acuerdo – dijo una voz entre la multitud. Era Albus, para sorpresa de todos -. Hasta ahora, nuestro mayor problema han sido los dementores. Sólo Scor y tú sabéis combatirlos. – Scorpius frunció el ceño, ya que no entendía la manía de todos de llamarle así -. Si vuelven a atacar, estaremos perdidos.

El Slytherin cruzó una mirada fugaz con la Gryffindor. Albus llevaba algo de razón. Sólo un hechizo patronus podría acabar con un dementor, y los conjuros que planeaban enseñarles antes – Expelliarmus, Desmaius, Protego -, no servirían de nada a la hora de la verdad.

Al final del día, sólo dos personas, Lyss y Lorcan, almas enteramente puras y llenas de júbilo, habían conseguido conjurarlo. El Gryffindor una ardilla, y el Ravenclaw una pequeña liebre. Todos los demás tan solo habían conseguido algunas betas plateadas saliendo de sus varitas. James parecía realmente enfadado y alarmado.

-¡No me puedo creer que los lunáticos hayan conseguido sus patronus antes que yo! – se lamentaba, subiendo las escaleras hacia la sala común -. ¡Antes que James Sirius Potter!

-Oh, sí – se burlaba Hannah -. El gran James Potter, capitán de Gryffindor, don Juan de Hogwarts, no ha conseguido su animalillo.

James le sacó la lengua, antes de retar a Fred a una carrera hasta la Sala Común.

-Nunca cambiará, ¿verdad? – le susurró Albus a Rose. Ella se encogió de hombros.

-No, pero creo...

Te Odio, Rose WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora