Capítulo 2

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—Ven Sasha.

Sergey me sacó de mi ensoñación, tiraba de mi brazo siendo de todo menos sutil. Me arrastró fuera del círculo de personas que seguían con sus gritos sin que nadie se molestara en atender al joven que con cada segundo que transcurría se veía peor.

Lo seguí por el mismo pasillo por el que entré. El murmullo de los muchachos se hizo más notable mientras que los resoplidos a mi espalda se desvanecían.

En la habitación sucia, en la que hace poco estuve, se encontraban unos jóvenes. El más adulto quizá no pasaba de los dieciocho; estaban sentados sobre muebles algo desgastados. Frente a ellos yacían mesas de centro repletas de botellas de alcohol y cerveza, así como varias líneas blancas bien hechas, de lo que supuse sería cocaína.

Pasé mi vista por todos ellos; unos se drogaban con heroína y no dudaban en inyectarse. Otros bebían y tenían mujeres con ellos; ellas eran jóvenes, probablemente de quince a veinte años.

Clavé mi mirada en ese chico que vi hace poco. Estaba solo e inhalaba la droga, bebía y observaba a todos con asco y repugnancia. Tuve curiosidad por preguntarle a Sergey sobre él, pero me abstuve de hacerlo.

—Dime hijo, ¿qué es lo que quieres, ¿droga, mujeres, alcohol...? Cualquier cosa pídela y la tendrás.

No miré a Sergey. ¿Drogas? ¿Mujeres? Jamás besé a una, mucho menos había llegado a tocar a alguna más allá de un simple roce con mis manos con la servidumbre de la casa. Tenía trece años, ¿acaso debería un niño de mi edad cuestionarse acerca de qué sería mejor, si mujeres o drogas?

No, por supuesto que no.

Pero así me tocó vivir, el destino decidió arrebatarme mi niñez y mi inocencia. El tatuaje en mi espalda era la prueba de ello.

Debía dejar de hacer comparaciones y preguntas estúpidas; no servía de nada, no cambiaría nada. No iba a lograr que alguien viniera a salvarme. Nadie lo haría. Nadie querría salvar al desastre que era, pues Sergey me lo recordaba a cada minuto.

—No quiero nada —contesté en tono seco. El cuerpo comenzaba a dolerme a consecuencia de los golpes que recibí; quería descansar.

—Elije algo... o te castigaré, ¿es eso lo que quieres, Sasha? —averiguó. Presionó con más fuerza mi brazo—, ¿has olvidado lo que te enseñé?, ¡¿eh?!

Apreté los puños. Bien podía golpearlo, desquitar mi furia y mi impotencia. No obstante, estaría muerto en cuestión de segundos por los hombres que se encontraban a mi alrededor. Cualquiera de ellos me dispararía o quizás el mismo Sergey lo haría si le faltaba el respeto.

—Debo de tomar lo que me des sin replicar, ni cuestionar —respondí segundos después.

—Exacto. Haz hecho un buen trabajo, te estoy recompensando y tú rechazas mi regalo, ¿crees que eso me pone contento?

—No —contesté con celeridad—. Quiero una mujer. Una sola —añadí antes de que decidiera castigarme. Su agarre en mi brazo cedió.

—Ve por ese pasillo y entra a la última habitación de la izquierda. —Me señaló el lugar con su dedo índice.

No le contesté e hice lo que me ordenó.

Me alejé de los jóvenes que reían. Parecían felices siendo consumidos por aquellas drogas que les afectaban las neuronas, pero al menos les otorgaban unos momentos de felicidad al imaginar estar fuera de toda la mierda en la que estábamos atrapados hasta el cuello.

Caminé por el iluminado pasillo con luces rojas que se encendían y se apagaban como las de un árbol navideño, aunque jamás vi uno en mi corta vida, los había visto en la televisión. Todas esas familias felices sentadas alrededor de un gran comedor que pintaban los anunciantes al llegar esas épocas; veía sus sonrisas, las de los niños al llegar esta época y en el momento de abrir sus regalos.

Sádico ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora