Capítulo 16

24.2K 3.1K 424
                                    

Estaba irritado. Sergey llevaba horas dentro de su despacho con un chico que jamás había visto. Su aspecto descuidado me llevó a pensar que pertenecía a alguno de los orfanatos.

En sus manos llevaba un maletín y cuando Sergey lo vio no perdió tiempo, se encerró con él y no tenía la menor idea de lo que hablaban o qué demonios planeaba.

Desde que salimos de Nueva York había estado serio, inescrutable. No me dirigió una sola palabra, únicamente al bajar del avión me miró por una fracción de segundo y después negó. No era el gesto, sino lo que me transmitió con esa gélida mirada.

Apagué la colilla del cigarrillo en el cenicero y me incorporé del sofá. Carlos se mantenía con discreción en un costado de la gran estancia que era la sala. Era extraño que todo se hallaba sumido en un silencio sepulcral que no me gustaba.

—Está nervioso —habló Carlos y su voz retumbó por las paredes como un gran eco, de ese modo, rompió así el silencio.

—Ansioso —refuté—. ¿Conoces a ese chico?

—Jamás lo había visto. ¿Por qué le preocupa?

—No lo sé, hay algo aquí que no me gusta. El que lleven tanto tiempo ahí dentro... No lo sé, Carlos, siempre he tenido un buen olfato para cierto tipo de situaciones —argumenté sin detener mi caminar. Mis pasos eran lentos y cuidados sobre el mármol.

—Y esta es una de ellas —acotó. Metí las manos a los bolsillos de mi pantalón, atisbé el teléfono y tuve la necesidad de llamar a Erin.

—¿Podrías hacerte cargo de algo? —musité. Resultaba extraña la manera en que me dirigía a Carlos, tan diferente a como trataba a los demás; de alguna forma sentía cierto respeto hacia él, quizá porque era el único que no me veía como un monstruo.

—Lo que usted me ordene, joven Kozlov —aceptó sin vacilar.

Me detuve frente a la gran pintura de manchas rojizas y azules que Sergey tenía sobre la chimenea. Era una especie de figuras sin forma, como si se tratara de salpicaduras de una herida hecha en la garganta, justo sobre la tráquea, sin perforar las arterias. La forma oblicua que poseían era escalofriantemente similar. Viré de manera levísima la cabeza hacia un costado, abstraído de manera momentánea por la pintura y me inquirí si todas las personas que le habían puesto atención la veían como yo.

Era muy probable que solo aquellos que habían cortado la garganta de alguien con una navaja de doce centímetros.

—¿Joven? —llamó mi atención Carlos. Restregué mi nuca con la mano.

—Cuida a Erin —murmuré—. Quiero que contrates mujeres para que la cuiden, necesita atención. Inscribirla a ballet y clases de piano estaría bien, el violín quizá le guste también. Estoy seguro que será arquitecta.

—Pensé que la traería a casa —comentó confuso.

—Creo que eso no será posible. —Me volví hacia él—. Quiero que me des tu palabra.

—Prometo que las cosas se harán como usted ha ordenado. Yo me encargaré de ello.

Asentí satisfecho. En ese instante oímos voces provenientes del pasillo. Carlos seguía mirándome, buscaba algo en mí.

—Usted la quiere, quiere a Erin —afirmó.

—La quiero, pero tal vez sea más que eso. Es una lástima que no lo sabré.

—Sasha.

La voz de Sergey fue autoritaria. Se me heló la sangre.

—¿Sí?

Sádico ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora