Capítulo 10

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Seis meses después.

Bebía, era lo único que me calmaba ahora.

El alcohol aumentaba el ardor que provocaba la herida que tenía en mi labio inferior a causa de la pelea que acababa de tener y la cual como siempre, gané.

Sin embargo, aquel dolor me gustaba, era de esos dolores que disfrutabas, que por más daño que causara, era placentero sentirlo.

La botella que estrujaba apenas rebasaba la mitad de líquido en su interior.

Bebía de ella y tenía como panorama a los chicos en mi entorno; debo decir que me molestaba ver mujeres aquí, no por que tuviera algo en contra de ellas, sino que eran tan jóvenes y... se encontraban tan jodidas ya. No eran demasiadas, quizá tres o cuatro de ellas, las demás ya eran mayores, muy mayores para jóvenes como nosotros.

No obstante, la protagonista aquí era otra: la droga. La droga no podía faltar entre aquellas paredes que nos aprisionaban y presionaban para caer en los vicios; nada de esa porquería me atraía o quizá sí lo hacía, pero era lo bastante listo para no meterla a mi sistema. Esta destruía, y yo necesitaba estar bien. Tenía un imperio en mis manos, bueno, pronto lo tendría y no permitiría que nada arruinara eso.

—Sasha, Sasha. —Hice una mueca y miré mal a Liam que, como cada noche, se sentaba a mi lado. Ahora se encontraba muy drogado, apestaba a alcohol al igual que todos aquí.

Su camiseta blanca estaba rota y cubierta de sangre y polvo, aunque eso a él no le importaba; su cabello rubio caía sobre sus orbes, pegándose a su frente debido al sudor que la cubría y su vista estaba tan perdida, pero se vislumbraba lo podrido que él se encontraba.

—Buena pelea —comenté. Volví mi rostro hacía el frente. Analicé a una mujer voluptuosa de grandes caderas y carnosos labios; me gustaba.

—Soy el mejor. —Esbocé una mueca y di otro trago a la botella. Vaya ego.

—Por supuesto —coincidí. Tragué aquel líquido sin hacer mohín alguno.

—Aunque sé que de nada sirve ser el mejor, al menos no aquí —murmuró. Lo examiné; sus ojos cristalinos y rojos, ahora se llenaban de melancolía.

—Ya lo vas entendiendo —musité sin quitarle la atención de encima. Él se volvió a verme. Ladeó su cabeza y achicó sus luceros verdes.

—¿Cómo haces? —soltó, desconcierto.

—¿Cómo hago qué? —repliqué sereno.

—Para no permitir que esta mierda te joda. —Reí y di otro sorbo, uno largo. Deseé que aquel alcohol aminorara las heridas que tenía por dentro, mejor dicho, una herida, la más grande de todas.

—Estoy jodido, pero tengo cerebro, algo que veo que tú careces o bueno —mascullé y me detuve para recorrerlo de pies a cabeza—, sí que lo tienes, pero las drogas no te dejan usarlo.

Liam soltó una risa y murmuró algo ininteligible. Movió sus manos e hizo ademanes. Luego, con algo de dificultad, se levantó del sofá, y no tardó en tambalearse de un lado a otro como cualquier ebrio.

—Tal vez tienes razón. Adiós. —Dio la vuelta y se condujo por el pasillo que llevaba a las habitaciones.

Negué y apoyé mi espalda contra el respaldo, desvié ahora mi interés hacia un hombre que no dejaba de verme; a kilómetros se notaba que él no pertenecía a este mundo. Se le veía pulcro, correcto, con una mirada llena de repugnancia hacia todo lo que aquí veían sus ojos.

Al notarme, irguió su cuerpo y acomodó su saco. Se acercó a paso suave.

Bien, esto sería interesante.

Sádico ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora