Capítulo 14

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El club de Beth se encontraba sobre la calle Lafayette, más allá de Manhattan. Conduje hasta él y estuve ahí pasadas las seis de la tarde. Mara venía a mi lado, Carlos y otros dos tipos en el auto de atrás.

Apagué el motor. Mi vista dio un recorrido exhaustivo de la entrada, que por ahora se encontraba desierta, el rótulo con el nombre del club apagado me atrajo la atención y solo había un par de autos aparcados a un costado de la acera.

No había ningún hombre cuidando la entrada, lo que me resultó un tanto sospechoso.

—¿A cuántos has matado, ruso? —resopló Mara.

—No los suficientes —respondí despectivo.

Tomé mi Motorola y llamé a Carlos que respondió enseguida.

—Diles que se aseguren que no haya ninguna sorpresa —ordené.

—Sí, joven.

Colgué. Pasados unos minutos los dos tipos que venían con Carlos bajaron del auto. Cruzaron la calle de forma sigilosa y se perdieron dentro del club sin ningún problema. Esperamos un poco y uno de ellos nos dio luz verde.

Bajé del auto y Mara hizo lo mismo. Carlos como siempre, me cuidó las espaldas; avanzamos al interior del club donde solo podía escucharse con debilidad la música.

Atravesamos un corto pasillo y tuvimos frente a nosotros un club espacioso y grande. Columnas de concreto se alzaban firmes, y unas escaleras de cristal templado conducían al segundo piso. Se podía albergar a muchísima genta aquí dentro. Ahora comprendía el porqué la urgencia de Sergey por adquirirlo.

Sin prisa, me dirigí hacia el bartender. En cuanto me vio sus cejas se fruncieron, examinó a mis acompañantes y su expresión cambió por completo.

—Busco a Beth. ¿Dónde está?

Sus cejas parecieron unirse en cuanto escuchó mi acento.

—En su oficina —contestó con celeridad. Enarqué ambas cejas—. Es por allá, la última puerta a la derecha. —Señaló con su dedo.

—Gracias —bufoneé al ver su nerviosismo.

Les hice una seña a mis hombres y se precipitaron hacia la oficina de Beth. Había un hombre en la entrada que no le quedó más opción que bajar su arma y dejarnos entrar. Me pregunté por qué carecía de seguridad. ¿Acaso nunca la habían amenazado? Probablemente no.

Carlos abrió la puerta, los tres entraron antes que yo. Escuché un grito que supuse era de Beth. Caminé sin prisa a su oficina; ya dentro y con el arma en la mano, evalué la situación.

Beth se hallaba de pie detrás de su escritorio amenazada por una pistola que Carlos colocó en su cabeza. Había tres tipos más que ya habían sido sometidos por los míos sin tener oportunidad.

—¿Quién eres?, ¡¿qué demonios quieres en mi club?! —exclamó.

Era una mujer de color, cabello rizado y corto, muy delgada, pero de mirada intimidante.

—Quiero tu club.

Tragó en seco.

—El Ruso de Kozlov —dijo con desprecio.

—El mismo —coincidí.

—Ya se lo dije a tu padre. Mi club no está a la venta —espetó.

—Deberías reconsiderarlo, Beth. Puedes aceptar la oferta. Tal vez mi próxima visita vaya a ser para matarte —advertí con calma. Su mirada se posó en mis manos y evaluó las calaveras que había en mis dedos.

Sádico ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora