No cumplía aún los quince. No debía de conducir y, sin embargo, lo hacía; no es como si alguien fuera a decirme algo y si lo hacían, con facilidad lo arreglaría.
No conocía la ciudad para nada, pero no era un idiota. Además, tenía la dirección a donde quería ir. Sergey no me preguntó el porqué, ni se interesó en saber mi curiosidad por ver el lugar donde vivía Liam. Solo me advirtió que no me acercara en lo absoluto a la casa de Joseph, lo cual haría. Mi interés y la atracción hacia esa pequeña podía más.
Sus palabras sobre Erin seguían rondando en mi cabeza. Se repetían de tanto en tanto y me hacían dudar sobre lo que yo pensaba acerca de ella.
¿La lastimaría tal como él aseguraba?
La idea me molestaba, odiaba que él haya dicho aquello con tal seguridad, seguro de sus palabras, como si de alguna manera pudiese ver el futuro.
Pero odiaba más el que yo dudara por completo de mí mismo y de los límites que tenía; recordaba los ojos llenos de sufrimiento de Erin y me preguntaba si llegado un momento disfrutaría verlo y causarlo en ella, ser yo él que colocara el dolor en su mirada.
La idea me aborreció, me fue obscena. La ansiedad se abría paso en mí y se adueñó de mis sentidos por completo. Temía muchísimo y tal vez ese temor me llevaría a alejarme por completo de Erin. Ella no se merecía más agonía en su vida, suficiente tenía con el padre que Sergey le impuso a tener, aunque era probable que al lado de Joseph sufriera menos que con su propia sangre.
Interrumpí mis pensamientos y fijé mis ojos en Liam.
Él salió de aquella mansión tan ostentosa y elegante; su ropa ya era distinta, con facilidad se podría decir que él siempre perteneció a la alta sociedad, a ese mundo de personas adineradas; su rostro limpio, su cabello bien arreglado, tan elegante y pulcro.
¡Ja!
Para cualquiera sería un chico más con padres millonarios, pero para mí no. Porque sabía que debajo de aquella ropa costosa, oculto bajo el perfume caro, estaba ese chico, esa bestia que iba a salir de una u otra manera, tarde o temprano.
El cambiar a una persona de ropa y de casa, incluso alterar su estilo de vida, no va a tener el mismo efecto en el interior de ella, mucho menos cuando se encuentra muy jodida. Les costaría bastante tiempo y esfuerzo hacer de la bestia, un hombre de bien, limpiar las impurezas de su caparazón de luchador y drogadicto.
Deseé quedarme a observar cómo se jodía, cómo avanzaba, cómo con el pasar de los años salía a flote el hombre de bien que siempre debió ser, el mismo que yo debía de ser. No obstante, Liam y yo tomamos caminos muy distintos. Y en el sendero que es la vida, él pudo elegir ir por el lado de los buenos y yo... Bueno, lo que elegí está de más como para decirlo.
No me quedaba opción, así debía de ser.
Encendí el auto y le di una última mirada a Liam. No lo volvería a ver en muchos años. Pero algún día lo tendría de frente de nuevo y entonces veríamos quién es mejor que el otro.
Ella se encontraba debajo de un árbol. No había felicidad en sus ojos, por el contrario, amargas lágrimas resbalaban por sus mejillas pálidas. En sus manos tenía a su muñeca de porcelana, le acariciaba el cabello una y otra vez.
Mi corazón dolió. Y pude estar seguro de que jamás le haría daño, ¿cómo herirla si al mirarla lo único que quería era protegerla?
Avancé hasta donde ella. Usaba una falda larga en color celeste y una blusa blanca de botones. Su cabello iba tomado en un moño alto y un listón lo sujetaba. Era muy bonita.
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Sádico ©
Ficción General[PRIMER LIBRO SAGA AZUL] Mientras crecía, aquel hombre que llamó padre fue plantando en él el deseo de asesinar, acabando con toda su bondad; a veces él se preguntaba, ¿qué era peor? ¿asesinar o sentir satisfacción al hacerlo? Infligir dolor era lo...