Matar.
Quería matar. Había ira acumulada dentro de mí, no paraba, era como la creciente de un rio en medio de una tempestad.
Rojo.
Veía todo rojo. Me hallaba débil, pero consciente de lo que quería, más consciente de lo que pude haber estado en mucho tiempo. No sabía qué hacía aquí, por qué mi padre me abandonó en este sitio, pero sí sabía que quería matarlos a todos.
Iba a hacerlo. Mi ser exigía derramar sangre. Entre la bruma espesa que eran mis pensamientos solo advertía flashes de figuras desmembradas, mis manos cubiertas de carmesí mientras separaba las cabezas de los cuerpos.
Parpadeé un par de veces. Esas imágenes no se apartaban y al verlas me atenazaba el deseo de llevarlo a cabo. Era como un perro rabioso que ansía hincar los colmillos en lo primero que viera.
—Kozlov —dijo una voz.
Sacudí la cabeza y determiné al sujeto que me llamaba. Usaba una bata blanca y gafas, fue lo único que llamó mi atención de él.
—Huelo tu miedo —siseé. Sus pupilas se dilataban y bailoteaban de un lado a otro sin ser capaces de enfocarse en mí—. Me temes.
Mi voz sonaba ronca, me dolía la garganta y cada centímetro de mi cuerpo, pero era más el dolor de la frustración de no poder rasgarle la garganta. Me sentía acorralado, herido, necesitado de venganza.
—Lo han tenido aquí durante dos años, venimos a liberarlo —explicó trémulo. Una sonrisa pérfida adornó mis labios agrietados y rotos.
—¿Seguro que quieres hacerlo? —Mi lengua luchó por mojar mi boca— No te puedo asegurar que te deje vivir.
Tragó saliva y dio un paso al frente, llevaba una jeringa en su mano. Aprendí a temerles, me inyectaban antes de torturarme, según entendí, ellos necesitaban tenerme en un punto donde estuviera inestable, vulnerable y roto, esto hacía que aquel prototipo se adentrara a mi torrente sanguíneo con mayor efecto. El veneno se adhería a cada espacio y destrozaba todo a su paso. Absolutamente todo. Yo solo era un robot que ya no sentía dolor.
—Le pondré un suero, le ayudará a recuperarse para salir de aquí, su padre lo está esperando.
—Mi padre —escupí—, ese bastardo —reí como un loco—, me ha dejado aquí.
Él se acercó, le temblaban las manos. No efectué ningún movimiento cuando inyectó el suero en mi cuello. Tensé el cuerpo y advertí un ligero ardor rompiendo espacio a través de mis venas.
—No se contenga —susurró. Comencé a marearme un poco—. Mátelos a todos.
—Matarlos a todos.
—Sí. Obedezca.
Sí, por supuesto que lo iba a hacer.
Segundos después él se había ido y mi cuerpo quedó libre de ataduras. Miré mis muñecas y reparé en las marcas que dejaron los grilletes. Las sobé despacio y pasados unos minutos logré ponerme de pie. Reparé entonces que había ropa para mí, agua y armas.
Mis piernas se tambalearon al primer paso, caí y nuevamente volví a ponerme de pie. Cogí los pantalones y me los puse, no me importó estar lleno de suciedad, posteriormente seguí con la camisa blanca y al final el abrigo y las botas. Bebí el agua y la sentí fría al recorrerme la tráquea, sabía diferente, la que me estuvieron dando sabía a pura mierda.
Abrí y cerré los dedos un par de veces. Mi cuerpo dejaba de estar entumecido, recuperaba las fuerzas y comenzaba a sentir mejor que nunca, pero todo mejoró cuando pude sostener en mis manos las armas que yacían en el suelo. Eran preciosas. Y las navajas, joder, al ver mi reflejo en el filo experimenté emoción, estaba eufórico y a punto de dejar salir mi sadismo.
Entonces la puerta de metal se abrió, la luz llegó a cegarme, pero deprisa me acostumbré a ella. Reconocí a quien me miraba estupefacto, era uno de los hijos de puta que me torturaban.
Ni siquiera le di tiempo de hablar, de un disparo le volé la cabeza. Fue automático, no lo pensé, solo jalé del gatillo como si mi mente estuviera programada para llevar a cabo este tipo de acciones.
Su cráneo se abrió debido a la bala expansiva y la sangre salpicó mi cara. Me acerqué a su cuerpo y lo miré desde arriba. La sangre escurría y los ojos quedaron dispersos a través del suelo, al salir pisé uno y este causó un sonido asqueroso que me supo a gloria.
El frio me recibió, alcé la cara y disfruté del olor de la sangre y la pólvora, mis pensamientos se despejaron de a poco. A continuación, dos sujetos más se acercaban a mí, también los conocía. A ellos les disparé en las rodillas, rompiéndoselas, siendo más fuerte logré acelerar mis pasos hacia ellos, vociferaban en ruso.
—Qué sorpresa, cómo cambian los papeles —gesticulé dichoso.
Puse mi bota en su garganta, el otro gritaba de dolor. Apunté a su cabeza y se la volé del mismo modo que lo hice con su compañero. El otro no tuvo tanta suerte, me incliné entre la nieve, sostuve su cabellera y atravesé su mentón con la hoja filosa, no solo una vez, sino varias, tantas que perdí la cuenta y lo solté cuando casi desprendía su cabeza del cuerpo; visualicé los tendones, la carne abierta y sangrante, lo burbujeante de su garganta mientras emitía su último aliento.
Saboreé la sangre en mis labios, de nuevo estos tenían color. El color de la muerte.
Alcé la vista y vi a otros hombres venir hacia mí. Sonreí y me incorporé, los dejé venir mientras un alboroto estallaba en la prisión. Ellos sabían que me habían liberado, ellos sabían que el sádico de la celda diez estaba aquí para asesinarlos.
Puse balas en mi arma, ellos estaban desarmados, ignoraba por qué. Mis nudillos se contrajeron, mi dedo osciló en el gatillo, mas no lo presioné. Recibí un golpe en mi pómulo. Rei. No dolía en lo absoluto, ya me habían hecho lo peor, me volvieron inmune a su daño, pero ellos no eran inmunes al mío.
Destrocé sus rostros con mis puños, las armas quedaron en el suelo, las balas en mis bolsillos, mi navaja enterrada en la carne blanda de sus cuerpos. Les abrí los estómagos, me planteé delante de ellos para que me tocaran y así devolverles el golpe cien veces peor. Sin dificultad cortaba sus ropas cuando la hoja se movía con celeridad de lado a lado. Lo último que veían era mi sonrisa de suficiencia, yo solo su miedo.
En minutos estuve rodeado de cadáveres, no llevé una cuenta. La nieve se tiñó de rojo, era como un rio helado que llevaba la muerte en él. Viseras, carne, peste. Admiré mi obra, me complació ser el protagonista y descubrí que, aunque estaba satisfecho por haber descargado mi odio, aún no era suficiente. Necesitaba más, me sentía poderoso al arrebatar vidas, al ser yo quien decidía el momento en que terminarían. Era un puto Dios.
—Veo que te has divertido.
Me volví hacia el alto mando ruso que se encargó de tenerme encarcelado aquí. Avancé hacia él y me detuve a centímetros de su cara; no titubeó, era duro como una roca, incapaz de mostrar cualquier emoción que no fuera satisfacción de ver como torturaban a sus reclusos.
—¿Diversión? Aun no llego al premio mayor. Voy a sepultarte con este lugar —prometí.
—No lo harás. Soy intocable, Sasha.
—¿Para quién? —Inquirí— ¿Sergey? —Sonreí— Él te ha colocado justo donde debías ir. ¿No te lo dijo? Eres la carnada, imbécil, y yo la presa de la que te sentiste dueño sin saber que solo estabas alimentado el monstruo en el que me convertí.
La conmoción castigó sus rasgos. Bajó la mirada y vio como mi navaja se abría paso a través de su carne desde el ombligo, hasta el tórax. Trastabilló y cayó de rodillas delante de mí, entonces alcé su cara y acaricié su mejilla con la hoja.
—Morirás con tus soldados, has cumplido tu objetivo en el tablero.
Hundí el filo en su yugular y lo deslicé de lado a lado de su garganta. La sangre se precipitó hacia afuera, empapó mi camisa, brazos y manos. Cuando terminó de convulsionar con los intestinos de fuera, lo dejé caer de espaldas, acto seguido, pasé por encima de él, enterrando su cara en la nieve. Caminé hacia la salida, pero antes me volví a observar mi creación y no pude sentirme más orgulloso.
En esto me convirtieron.
No había piedad, ni miedo, no había un atisbo de un hombre bueno. Se acabó.
—He vuelto, el ruso de Kozlov ya está aquí.
ESTÁS LEYENDO
Sádico ©
Fiksi Umum[PRIMER LIBRO SAGA AZUL] Mientras crecía, aquel hombre que llamó padre fue plantando en él el deseo de asesinar, acabando con toda su bondad; a veces él se preguntaba, ¿qué era peor? ¿asesinar o sentir satisfacción al hacerlo? Infligir dolor era lo...