Capítulo 4

55.5K 6.5K 848
                                    

Iba solo en el auto de regreso a casa. Sergey se fue en otro, era seguro que si viajaba conmigo no se contendría para golpearme y no quería hacerlo así, quería disfrutarlo, tenerme a su merced completamente sin interrupciones.

Con certeza, el miedo era nulo en mí. Sí, no me era agradable saber lo que me esperaba en pocos minutos, pero ya vivía resignado. Dolería, sí, pero el dolor se desvanecería, aunque las cicatrices nunca lo harían. Al menos me encontraba tranquilo conmigo mismo al no tener que hacer algo que no quería por primera vez; la diferencia no sería mucha, cualquier otro tipo iba a golpear a ese niño, mas no sería yo.

El chofer detuvo el auto y bajé antes de que siquiera intentara abrir mi puerta. Avancé hacia el interior de la casa directo al despacho del ruso. Veía las luces de su coche atravesarme desde la espalda, de ese modo me hizo saber que él también había llegado.

—¡Solnyshko, llegaste! —Corrió Anka a saludarme con una sonrisa, pero al ver mi rostro se detuvo en seco—. ¿Está todo bien? —inquirió, preocupada.

—Ve a la habitación y no salgas de ahí, escuches lo que escuches.

—Pero...

—¡Obedéceme! —vociferé. Escuché los pasos de Sergey aproximarse.

Anka supo que algo no iba bien. Sus ojos se llenaron de lágrimas y se volvió con celeridad para subir las escaleras.

Entonces seguí mi camino. Advertía la mirada de Sergey tras de mí. Abrí la puerta de su despacho al llegar y la dejé abierta para él, quien entró momentos después, cerrándola con fuerza.

—De rodillas, ruso —ordenó con voz severa. Era la primera vez que me llamaba así.

Suspiré y lo obedecí.

Mis rodillas tocaron el suelo. Mantuve la espalda erguida y la mirada hacia al frente, nunca con la cabeza gacha. Jamás me haría mirar al suelo, humillado. ¡Eso nunca!

Por el rabillo de mi ojo atisbé mi reflejo en el espejo que se encontraba a mi costado derecho.

Ahí estaba, yo:

Un niño de trece años

Sin miedo en su gélida mirada azul.

Sin que mi cuerpo temblara en lo absoluto cuando el primer azote llegó de lleno en mi espalda.

Apreté los labios y recibí otro, luego otro y otro más.

Sentía cómo mi piel se abría, al igual que una flor en primavera; también percibía un líquido correr por mi espalda. De verdad me golpeaba muy fuerte, tanto que con tan pocos golpes provocó heridas graves.

Mi espalda dolía, mas no lo demostré.

—¿¡Eso te gusta, ruso!? —No detuvo sus azotes al expresarse—. ¡Te lo doy todo!, ¡todo! No permito que Iván te toque, no te prostituyes como los demás, tienes una cama, algo que esos niños hace mucho no ven —escupió con rabia— ¡Tienes un techo, seguridad, comida en tu mesa para ti y esa niña, ¿y así me pagas!?, ¡desafiándome y volviéndote ante el hombre que te ha dado todo!

Mis manos se apretaron y mi cuerpo se precipitó hacía el frente; estaba agitado, subía y bajaba con rapidez. Mi piel sudorosa se adhería a mi camiseta, pegándose a ella, de esta manera, provocó que las heridas dolieran más y ardieran debido al sudor.

—No podía, padre. Era un niño —susurré.

—Tienes que aprender a no pensar en los demás, ruso, ¿acaso ves aquí a ese niño recibiendo tu castigo? —Silencio—. ¿Acaso hay alguien que lo dé todo por ti?, ¿que te defienda?

Sádico ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora