Capítulo 24

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—¿Cuándo piensas volver? —Su tono fue ausente; era obvio que no me extrañaba, pero le importaban sus negocios, los cuales no había descuidado en lo absoluto, pero lo entendía, nada era mejor que estar ahí y hacerse cargo uno mismo.

—Cuando nazca mi sobrino, necesito asegurarme de que todo vaya bien con el embarazo de mi hermana —respondí y miré a la aludida comer de malas toda la comida que puse en su plato.

—De acuerdo, solo sigue cuidando nuestro negocio.

Sonreí.

—De eso no te quede duda, padre.

Terminé la llamada.

Sophie hizo a un lado el plato, dejó la mitad de la comida en él, lo que no me hizo gracia alguna, debía de alimentarse bien por los próximos seis meses.

—Él no se merece que lo llames así —espetó de malas—. Ese maldito te alejó de mí y te convirtió en esto. —Me señaló; enarqué una ceja, cruzándome de brazos—. Ni siquiera lleva tu sangre.

—Padre no es el que engendra, Sophie, y sí, Sergey es un maldito, pero le debo la vida y todo lo que tengo —repliqué serio.

—¿A qué costo, Sasha? —Aseveró y frunció el ceño. Detonó la tristeza y el enojo en sus ojos.

—No importa el costo, mientras sigamos con vida —repuse sereno; ella se puso de pie, dejó caer las palmas de sus manos contra la mesa y lució intimidante, pero sin lograr intimidarme a mí.

Había estado frente a mafiosos, asesinos, narcotraficantes, hombres fríos y sanguinarios, y jamás me amedrenté, no lo haría frente a mi pequeña hermana, porque incluso cuando era mayor, para mí ella era pequeña y frágil, alguien a quien debía cuidar con mi vida si fuese necesario.

—No, Sasha, odio en lo que te has convertido.

—¿Y qué querías que hiciera, Sophie? ¿Ser el juguete de cualquier imbécil? ¿Un pélele que se deje dominar y humillar por cualquiera? —Inquirí borde— No, prefiero mil veces estar del otro lado. Y basta con el tema de mi trabajo, tenemos que ir al hospital para revisar al bebé.

—¿Y de verdad piensas llevártelo? No sabes ni siquiera cambiar un pañal.

Puse los ojos en blanco.

—Para eso tengo dinero, ¿sabes? Además, nadie nace sabiendo, todo se aprende, y cambiar un pañal no es nada del otro mundo—mascullé, cansado tener esta conversación siempre.

—Eres imposible —espetó y salió de mi vista.

Lanzó una y mil maldiciones contra mí. Me hizo reír y sentirme agradecido por haberla encontrado; la quería y mucho, aunque eso era algo que jamás le diría.

Salí de la cocina, yendo afuera para esperarla. Carlos estaba ahí, cuidándonos, mientras que el resto de mis hombres se mantenían alejados, rondando por las calles y toda la manzana, atentos a cualquier situación de riesgo. Pero siendo sincero, dudaba mucho que algo así llegase a ocurrir, sería más probable que sucediera en Rusia, aquí no tenía muchos enemigos, aún.

—¿Todo bien, joven? —Averiguó Carlos.

—Sí, solo esta niña que me hace rabiar.

Él rio; apoyé la espalda contra el auto, y me crucé de brazos.

Miré la casa y esperé que Sophie saliera de ella.

—Ella es mucho mayor que usted —murmuró con respeto.

Suspiré y sonreí un poco.

—Lo sé, pero solo en años, Carlos, porque su mentalidad es joven. La mía parece la de un anciano.

Sádico ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora