Capítulo 20

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Bajé del auto cuando Carlos abrió la puerta para mí. Recibí el acostumbrado frío chocar contra mi rostro, tan seco, tan helado. Entumeció mi cara, pero la sensación me agradaba, además, me encontraba acostumbrado a ella.

Después de lo sucedido con Damien, no regresé a casa. Sinceramente mis ánimos para estar entre las piernas de Mara, eran nulos. Ella me atraía, mas no me era indispensable.

Mientras caminaba, pensaba en Damien, ese chico pelinegro que, desde tan joven, como lo era yo, comenzaba a inducirse en este mundo. No obstante, él era distinto, tenía algo. Era muy listo, estratégico y lo más importante de todo: era leal. Me convenía tener de mi lado a personas como él y no a idiotas incompetentes como Fedor, que si se encontraba donde estaba, era por su familia, porque le dieron su lugar, uno que no le correspondía.

Él no luchó para llegar a donde estaba, en cambio yo, como muchos otros, nos partíamos la espalda para escalar la cima, aunque lo difícil no era llegar, sino mantenerse en ella.

—Señor Kozlov —saludó el encargado del club al que cada semana venía a recoger dinero; era un hombre robusto y calvo, de baja estatura, usaba trajes caros, pero ciertamente carecía de buen gusto, además de desprender un asqueroso olor a perfume barato.

—Vengo por el dinero —comenté sin mirarlo.

Recorría el club con la mirada, observaba a las chicas que ahí trabajaban, unas bailaban en la pista, otras se prostituían. No me agradaba venir aquí, odiaba que Sergey controlara estos negocios sobre tratas de blancas. Eran un asco.

—Oh, sí... por supuesto, yo... yo ahora...

—Deja de hablar tanto y dame mi puto dinero, imbécil —espeté y me fijé en sus facciones.

Lo vi tragar saliva y limpiar el sudor de su frente con un pañuelo que volvió a guardar en el bolsillo de su pantalón mientras su mirada iba y venía de mí a mis hombres que se encontraban a mi espalda.

—Las ganancias disminuyeron.

Se dirigió por un pasillo conmigo y Carlos siguiéndole.

—Ah, ¿sí? ¿Y a qué se debe esta vez, pedazo de mierda? —increpé y él se detuvo volviéndose para enfrentarme.

—Usted sabe...

—Yo sé que abusas de mis chicas.

Me repugnó decir aquello, como nunca antes. Recordé que al igual que ellas, yo también sufrí abusos.

—Las golpeas, les imposibilitas para trabajar y es por eso las ganancias bajan, ¿o me equivoco, bastardo?

Yuri trastabilló y volvió a sacar su pañuelo en un acto de claro nerviosismo.

Vi a una de las chicas caminar hacia nosotros, se dirigió a la pista; su cuerpo delgado se oscilaba levemente a causa de los tacos tan altos que usaba, era obvio que no estaba acostumbrada a ellos. Al ver a Yuri, agachó la cabeza, tomó su cabello con las manos y colocó como una cortina entra su rostro y nosotros.

Percibí el temor en ella, era notable y justo cuando pasaba por mi lado, la tomé del brazo con firmeza, pero sin causarle daño.

Ella se tensó y levantó la cabeza, dejó escapar un sonido lastimero de sus labios y clavó sus ojos avellana en mi rostro.

El de ella era bonito, pero había tanto maquillaje, que no me pareció atractiva en lo absoluto; entonces me di cuenta de leves hematomas en su mejilla, ojos y labio, los cuales inútilmente intentó ocultar.

—¿Qué te pasó en la cara? —Ella miró de soslayo a Yuri— No lo mires a él, tu jefe soy yo. Responde.

—Él me golpeó mientras me obligaba a hacerle sexo oral —escupió con asco, el mismo que era notable en mi rostro.

Sádico ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora