Capítulo 13

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Dos días después de haber salido con Mara, estacionaba el auto fuera de la casa de Erin. Joseph no se encontraba, estaba en su empresa en compañía de Sergey; él lavaba nuestro dinero, lo dejaba totalmente limpio para poder usarlo sin ningún problema.

La ayuda de los empresarios era, en realidad, importante en la mafia, nos servía para pasar desapercibidos ante las autoridades que en ocasiones se volvían un verdadero dolor de culo.

—¿Está seguro que quiere hacer esto? Su padre lo prohibió —me recordó Carlos mientras caminábamos por el camino de grava hacia el interior de la casa. El hombre de seguridad ya me conocía.

Me volví para verlo. Miraba con verdadera tristeza a su alrededor. Llevaba poco tiempo conmigo, al parecer era él quien se hacía cargo de cuidar a Marian, la difunta madre de Erin; su funeral no duró, fueron cuestión de horas, después se deshicieron de esa mujer sin darle oportunidad a Erin de que se despidiera de ella. Fue triste.

—¿Qué puede hacerme? Los castigos se acabaron —exclamé, desdeñoso. No permitiría que me golpeara de nuevo.

Entramos a la mansión. No había un solo sonido en ella, todo estaba callado. Era un lugar enorme que distaba de parecer un hogar. No tenía vida, no era apropiado para una pequeña, al menos no sin tener la compañía adecuada. Sin lugar a dudas, prefería que ella viviera aquí a que fuera encerrada en un orfanato de los que Sergey manejaba. Si bien, había muchos que se regían ante la ley, que de verdad cuidaban a los niños que llegaban a ellos, pero dudaba que mi muñequita llegara a uno de ellos.

—Joven Kozlov —nos recibió un hombre vestido de negro que vigilaba el jardín.

—¿Dónde está Erin? —Pregunté.

—La niña se encuentra en el jardín.

Asentí y sin pedir su consentimiento me dirigí hacia allá. Carlos se quedó con el hombre; abrí la puerta de cristal que separaba el jardín de la casa. Salí y busqué a Erin. Entonces la encontré sentada debajo de un árbol. Ella peinaba el cabello de su muñeca de porcelana. Sonreí y me apresuré a llegar con ella. No se había percatado de mi presencia, así que me detuve metros antes de alcanzarla.

La miré como si no fuera real. Usaba un vestido blanco con algunos holanes y encima un suéter rosa pastel, su cabello tomado en una coleta que caía sobre su hombro izquierdo; había mechones pelirrojos haciéndole cosquillas en la cara, los mismos que ella de vez en cuando se encargaba de apartar.

Como siempre, no se le veía feliz, estaba muy triste. Me mataba verla así.

Realmente era extraño estar aquí porque me sentía raro. Con Erin era una persona diferente, cuando salía de esta casa volvía a ser el hijo del mafioso, el ruso que asesinaba.

Ahuyenté esos pensamientos, no era bueno que mi mente los evocara ahora.

—Muñequita —llamé su atención.

Enseguida alzó el rostro. Sus ojos se abrieron un poco más de lo normal. Poco a poco sus labios se desplegaron en una sonrisa y en menos de lo que pensé, corrió hacia mí. Como solía hacer siempre, envolvió mi cintura con sus brazos y presionó su mejilla contra mi pecho; respiró con profundidad y me esforcé por no abrazarla demasiado, ya que arruinaría su obsequio.

—Mi ángel. Estaba pensando en ti —confesó.

—Ah, ¿sí? —Inquirí sin soltarla.

—Escuché por ahí que cuando más piensas en algo, más es la posibilidad que existe de atraerlo. ¡Y funcionó! Estás aquí.

Me aparté de un poco de ella sin que mis brazos soltaran su pequeña cintura. Era bajita; me gustaba mucho ser más grande que ella. Se sentía bien, como si pudiera protegerla.

Sádico ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora