Cenaba en silencio. Miraba a Anka de vez en cuando. Ella fruncía sus labios, surcaba sus cejas, apretaba con fuerza los cubiertos y lanzaba de tanto en tanto miradas llenas de odio a Sergey que cenaba con nosotros como si nada, cuando hace una semana me castigó sin el menor remordimiento.
La entendía, pero también comprendía a Sergey. Lo dejé en ridículo frente a esa gente, le fallé cuando gracias a él Anka y yo teníamos comida qué llevarnos a la boca. Además, me permitió tenerla y no se metía con ella en lo absoluto.
Tenía una lucha interna entre odio y agradecimiento contra él, algo que me ponía mal. No me gustaba sentirme así, mucho menos acabar en situaciones como aquellas.
Esperaba que lo de hace una semana no se volviese a repetir.
—En cuanto termines, vas a acompañarme —habló Sergey por primera vez en la cena—. Vas creciendo y es tiempo de mostrarte mi negocio que, si me complaces, podría pasar a ser tuyo.
Esa también era una de las razones por las cuales aceptaba estar así, a su merced y bajo sus órdenes. Necesitaba aprender cómo se manejaban los negocios, seguir cada indicación de Sergey. Ser listo, muy listo para poder llegar a la cima.
Sabía que el camino quizá no sería difícil, lo difícil era mantenerse en la cúspide de la mafia, algo que me iba a encargar de lograr.
Yo, Sasha Buric, llegaría a la cima para quedarme en ella.
Dejaría de ser un niño al que manejaban a su antojo, me convertiría en una máquina, en un hijo de puta, en alguien letal para cualquiera, amigo o enemigo; quien se opusiera a mí pagaría las consecuencias. Tenía que aprender a no tentarme el corazón para con nadie.
Solo Anka era lo único valioso que tenía.
Sí, sonaba ridículo pensar así, pero le había cogido cariño a la niña de ojos claros y mirada dulce.
Fue demasiado pronto, pero probablemente se debía a que jamás le brindé mi cariño a nadie y todo él salió por completo desde que ella me miró para suplicarme que la salvara.
Sí, debía de ser eso.
—Sí, padre —contesté momentos después con respeto, tal como a él le gustaba.
Sergey se levantó de la mesa, dejó caer los cubiertos contra el plato de forma chocante y provocó un sonido molesto que sobresaltó a Anka, mas se mantuvo con la vista fija sobre su ya escasa comida.
—Date prisa —habló antes de salir de la estancia, dejándonos solos al fin.
Anka lo miró hasta que se fue. Soltó un bufido y creó una mueca de repugnancia que me hizo reír.
—¿Qué te causa gracia? —increpó. Entornó sus ojos, sus párpados eran tan blancos que hasta podía diferenciar sus delgadas venas a través de su piel.
—De que, si las miradas matasen, Sergey ya estaría bien muerto. —Me mostró una mueca risueña.
Anka relajó su cuerpo y abrió por completo sus ojos claros; sus labios se estiraron en una sonrisa que le llegó a sus luceros. Se quedó quieta. Me observó con tranquilidad como una hermosa estatua tallada por un ángel al igual que lo era ella.
—Pues es una lástima que no sea así. Lo odio. —Negué con debilidad.
Yo no lo odiaba, a decir verdad, me encontraba agradecido con él por dármelo todo. Nada en esta vida era gratis y yo debía de aprender a obedecer, mientras lo hiciera, Sergey no me castigaría otra vez; no le fallaría absolutamente en nada. Seguiría sus órdenes sin importar cuáles fueran y a quién afectarán, porque al final de cuentas nadie vendría a recibir un castigo por mí.
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Sádico ©
Художественная проза[PRIMER LIBRO SAGA AZUL] Mientras crecía, aquel hombre que llamó padre fue plantando en él el deseo de asesinar, acabando con toda su bondad; a veces él se preguntaba, ¿qué era peor? ¿asesinar o sentir satisfacción al hacerlo? Infligir dolor era lo...