Anka nació en San Petersburgo el cinco de junio de 1982.
Su hermano se llamaba Edik, contaba con mi edad. Los padres de ambos murieron en un asalto, lo que llevó a ambos hermanos a vagar por las calles solitarias y peligrosas. Edik robaba comida para darle a su hermana. Sobrevivieron cuatro meses en las calles antes de que la gente de Sergey los encontrara. Lo demás no era necesario decirlo.
Sentía lástima por Edik, era seguro que no la estaría pasando bien, pero yo en su lugar habría hecho lo mismo por mi hermana.
Hoy veía a la pequeña Anka que leía pegada a la ventana, siempre estaba haciendo eso; sus piernas cruzadas una sobre la otra y su libro sobre sus pantorrillas sostenido por sus delicadas manos que se aferraban al borde del lomo grueso que parecía no tener fin.
Llevaba una semana conmigo sin causar ningún problema. Ahora que usaba ropa adecuada para ella.
Su belleza se acentuaba, sus mejillas cogieron algo de color, como el rojo de las manzanas, y sus labios también lo hicieron, aunque eran delgados y finos.
Su cabello limpio brillaba más, como el oro. Caía tupido por su espalda recta y de vez en cuando sobre su rostro de ángel para acariciar sus mejillas sonrojadas.
Me gustaba contemplarla, era una niña muy bonita, atractiva igual que yo.
Quizá para muchas personas el ser atractivo les parecía muy bien; la belleza algunas veces les facilitaba las cosas, mujeres u hombres por igual. Pero a nosotros nos jodía. Nos hacía blancos deseables para depredadores como Iván o el mismo Sergey que elegía a los niños por su belleza, otros por su fuerza y así. Buscaba en ellos algo que le pudiera servir.
A veces deseaba no ser el chico rubio y atractivo de ojos azules. Deseaba ser normal, quizás así Sergey me habría dejado en donde pertenecía.
—¿No te cansas? —preguntó mi Malyshkae.
Su cabeza se oscilaba levemente hacía la izquierda, para así dejar caer su peño sobre las páginas del libro.
—No —contesté sin dejar de hacer flexiones.
Hacía ejercicio la mayor parte del tiempo cuando terminaba de hacer mis deberes. Era posible que hoy volviese a luchar, así que al menos estaría un poco preparado.
—¿Sabes qué pasó con mi hermano? —inquirió en voz baja.
Suspiré y me detuve un momento para mirarla con fijeza, tal y como ella lo hacía conmigo.
—No quieres saberlo, Malyshka. Olvídate de él, no volverás a verlo —espeté con frialdad, sin el menor tacto. Era hora de que se acostumbrara y entendiera que aquí nadie la trataría de forma suave solo por ser una niña.
—¿Por qué nos pasa esto a nosotros, Solnyshko? —averiguó lo mismo que yo todo el tiempo.
¿Por qué? No lo sabía. La vida era injusta. Permitía que personas como Sergey vivieran como reyes mientras los niños que estaban bajo su poder pasaban hambre, desgracias y un dolor enorme al ser sometidos día con día.
—No lo sé, Malyshka.
Volví a mi rutina.
—¿Crees que algún día escaparemos? —Sonreí.
—Con el paso del tiempo, te acostumbrarás. Toda esta mierda que te rodea te va a consumir y no habrá nada en ti qué salvar, así que tus deseos por huir serán nulos.
—No —replicó. Cerró el libro y se puso de pie. Se mostró mordaz y seria, con una determinación en sus ojos que me hizo esbozar otra sonrisa—. Yo jamás voy a lastimar a nadie. —Enarqué las cejas sin parar de sonreír.
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Sádico ©
General Fiction[PRIMER LIBRO SAGA AZUL] Mientras crecía, aquel hombre que llamó padre fue plantando en él el deseo de asesinar, acabando con toda su bondad; a veces él se preguntaba, ¿qué era peor? ¿asesinar o sentir satisfacción al hacerlo? Infligir dolor era lo...