Capítulo N° 2 - Las Fiestas

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El pueblo se preparaba para recibir las fiestas. Aquellos eventos muy reconocidos y al mismo tiempo especiales que se llevaban a cabo en aquel lugar de una manera única y diferente. La navidad, que estaba a punto de celebrarse en unos días, mantenía a todos los ciudadanos del lugar ocupados comprando los mejores árboles y adornándolos de la manera más extraña posible. Y, como era de esperarse, en la casa de Kem sus padres aspiraban cada año a tener el mejor y más extravagante árbol de toda la ciudad, como si eso determinase el rango en el que querían que todos los vieran. 

Bajo ninguna circunstancia permitían a sus hijas acercarse al árbol, sólo los sirvientes podían armarlo y decorarlo a gusto de la Señora Adams quien los dirigía casi como si fuera una directora de escuela. Adornos por aquí, guirnaldas por allá, luces más acá entre tantas otras cosas que decoraban aquel inmenso árbol de navidad.

Kem, habiendo cumplido ya sus 17 años y habérsela pasado exactamente todos ellos sin poder siquiera acercarse a aquel icono representativo de la festividad, tomó la iniciativa de ayudar a los sirvientes sin importar lo que sus padres pudieran llegar a decir, este año no se quedaría con los brazos cruzados como lo hizo siempre. Sin embargo, no pasaba lo mismo con su pequeña hermana menor, que por más de ya ser una adolescente en todo su esplendor con casi 15 años, no se sentía capaz de pasar por encima de las reglas de sus padres. Kem insistió varias veces en que la acompañara pero ella se resistió a participar. En cierto modo era la más sumisa de las dos, y por ser menor sentía aquella presión de tener que obedecer las órdenes que se le imponían.

Aún así sus padres tampoco le dieron demasiada importancia al hecho que quieran armarlo, tan solo querían tener el árbol más caro, con los adornos más finos y ostentosos y por poco ni se percatan que su hija mayor estaba a la par de sus sirvientes ayudando a ornamentarlo.

En la sala de entrada, en la esquina opuesta a la del piano, instalaron el inmenso pino para recibir la navidad a los pocos días. A diferencia de las Navidades típicas, en este lugar la gente debía dejar una regadera junto a las raíces de su árbol como decía la tradición.

Y, como era de esperarse, los Adams querían tener la regadera más grande para que el árbol brinde muchos más regalos a toda la familia.

"¡Qué ingenuos! Como si fuesen a florecer regalos para ellos" pensó Kem para sus adentros, mientras colocaba unas bolitas doradas en una rama. Afuera nevaba con fuerza, las casas estaban totalmente blancas y los niños hacían muñecos en la nieve mientras reían a carcajadas.

— ¡Vamos afuera! — Gritó Kem de un salto dirigiéndose a su hermana y tomándole la mano.

— Padre, ¿puedo ir? — Preguntó Bick muy temerosa ante la respuesta.

— Pregúntaselo a tu madre — contestó rápidamente sin siquiera desviar su mirada de un folleto de muebles que sostenía entre sus manos — ¡Mira Lorine el nuevo armario de pared!

Bick no se atrevió preguntarle a su madre, la misma estaba muy compenetrada observando las que podrían ser sus nuevas e innecesarias adquisiciones.

Aún un poco dubitativa, Bick se dirigió hacia el colgadero de abrigos y se colocó su chaqueta, un gorrito de lana y unos guantes. Afuera hacia mucho frío, podían notarlo en el vapor que salía de la boca de aquellos niños que correteaban de un lado a otro.  "Ven Bick, ¡corre!" Se escuchaban los gritos de Kem desde afuera. 

La menor se apresuró en salir y se llevó una gran sorpresa al ver que todo estaba gris. Nadie sonreía, todos estaban demasiado serios haciendo sus trabajos casi como si fuese una actividad automática. Los niños y Kem eran los únicos sonrientes de todo el lugar.

—¿Por qué tan feliz? No hay motivo para sonreír, hace mucho frío y...

—Hermana, tranquilízate — sonrió Kem extendiendo su mano — Diviértete, quizá mañana no tengas la posibilidad de jugar en la nieve.

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