Capítulo 29. Bienvenidas al Pasado

18 0 0
                                    

Capítulo 29 Bienvenidas al Pasado

—Estate quieto, John. Sólo es una corbata.

Luché contra la indómita tela, para así acomodarla alrededor de su blanca camisa. Su corbata era de un celeste cielo. Su camisa a la medida, remangada hasta sus prominentes codos y a juego; sus pantalones oscuros, le otorgaban un aspecto muy clásico y varonil. Claramente no fue idea de él, como tampoco mía que fuese tan formal; sim embargo, Elisa insistió en que fuese de tal manera tan superficial.

Di la última vuelta a la corbata y la ajusté. Mostré una sonrisa de orgullo tras crear mi perfecto y elegante nudo y Elisa aplaudió al ver que habíamos terminado.

—Literalmente me siento cómo un niño de cinco años cuando su mamá le dice que vestir. —Dio un gran suspiro.

Le di un beso en la mejilla y el me lo devolvió en mi frente.

—Te ves bien —susurré junto a su oído. —Mucho más que bien.

Yo aún no estaba del todo lista. Solo había arreglado mi cabello con la coleta alta y nada más. Un pequeño retoque de maquillaje, vestido, zapatos, y estaría lista.

—Esta bien. Ustedes son tan tiernos... —Juntó Elisa sus manos —Pero a la vez tan empalagosos.

Intente poner mi rostro neutral, pero fue imposible cuando las carcajadas inundaron la habitación.

—Podrías pasarme el aderezo, Susana.
Mi madre señaló el gran tarro. Asentí y tome.

—Así que... cuéntanos John, ¿qué haces? ¿en qué instituto estudias? —enderezo sus esbeltos hombros hacía tras en muestra de superioridad. Aunque a ella le hacía sentir de lo más relajada.

—¡Mamá ve al grano por Dios! A ver,  Johnson. ¿Cuáles son tus intereses con mi hermanita? —espetó Matías.
Su voz sonó firme, pero el no se dio cuenta que le oí un poco de burla en su tono.
Definitivamente solo quería intimidar a John.

John miró a Matías de soslayo y sus labios  formaron una apenas visible sonrisa.

—Pues verá Señora Fernández.

Miré rápidamente a John. Di una leve patada a su pierna, pero el pareció ignorarlo.

En este momento rogaba que mamá ignorase que le llamaron por su apellido de casa o mejor dicho... divorciada.

—Me encantan los deportes, en especial el fútbol. —continuó — Ese deporte es magnífico, lleno de adrenalina. Y...  respondiendo su pregunta que de dónde estudio. Estudio en East Coast Institute. Este es mi último año y...

—¡Oh vaya! No creí que ambos estuvieran en el mismo instituto.

Esbocé una media sonrisa a mi madre y luego mire a John.

—Sí aunque no compartimos las mismas clases por desgracia.

—Qué mal —Matías hizo un mohín en sarcasmo.

Lancé una mirada hacia a él en advertencia, pero pareció sólo divertirle. Como si yo fuese mono de un de un circo.

La cena terminó en su mayoría bien. Más de lo que creí. Algunas veces reíamos y otras veces, Matías sacaba sus comentarios de indiscretas-amenazas.

—¿Lo hice bien?

Mi mejilla descansaba sobre su pecho. Podía escuchar claramente sus latidos uno por uno, el ascenso y descenso de su pecho cuando suspiraba. Mi mano estaba dentro de mi propio abrigo debido al incontrolable frío nocturno.

—Sip. Sip. —dije en un tono divertido.

—Sabes... —se enderezo un poco y yo hice lo mismo. —Alguien debería decirle a tu hermano que no pienso lastimarte.

—Sólo está celoso.

—No debe. El te tiene todos los días, yo no.

Se acercó hacía mi y depositó un beso pequeño en mi nariz.

—Susana, quiero que sepas que jamás te haría daño.

—No he...

Puso sus dedos sobre mis labios obligándome a callar.

—Hacerte daño a ti, seria como clavarme una estaca a mi mismo. Si tan solo pudiera decirte todo lo que siento, pero creo que no terminaría esta noche u otra en decirte todo lo que mi corazón siente con solo mirarte.

Quede estupefacta ante sus palabras. Quería decirle lo mismo mucho más de lo que el había dicho. El se había convertido en algo tan vital para mi, en un equilibrio, en un pilar importante. Con tan solo mirarlo me bastaba. Ya conocía cada parte de su hermoso rostro; su perfilada nariz; sus penetrantes ojos que, podían fácilmente mostrarte al desnudo frente a él .
Debería ser prohibida esa clase de mirada que él solo sabe como dar.

—Y no espero que digas algo a cambio. Solo quiero que tengas una idea de lo que siento por ti.

Mi garganta aun seguía en un nudo. Pues cada vez que intentaba decir algo, solo se escapaba un pequeño suspiro de entre mis labios.

—¡Susana!

La voz de mamá nos sobresaltó a ambos, obligándonos a ponernos de pies.

Camine junto con John el pequeño tramo hacia la sala, y entonces vi a la ultima persona que creí ver al menos esta noche.

Mi corazón empezó a latir tan fuerte, pero no podía distinguirlo si era de la alegría o del enojo.

—¡Conejita qué grande estás, princesa!

Aquel hombre de castaños cabellos corrió a mi lado y acunó con fervor sus brazos hacia mi delgado cuerpo.
No supe cómo reaccionar. Al no corresponderle su agarre, pudo notarlo puesto que deslizó sus fuertes y grandes brazos de mi.

—¿Acaso no dirás nada? He viajado hasta aquí solo por ti, mi niña. Creí que no habías visto mis cartas.

Parpadeé estupefacta un par de veces y John carraspeó, para que contestara al menos.

—Solo dame un minuto.—miré rápidamente a mi invitado y dije: —Te veo mañana.

Salí de la sala de estar sin dirigir ni una palabra, solo a John.

—¡Cariño espera!—dijo papá con su voz ronca.












Ni En Un Millón de AñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora