Capítulo 20. El Interrogatorio

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Creo que todo marchó bien en la noche de ayer, absolutamente todo. Como era de esperarse muchos terminaron por vomitar en el césped, dormirse, entre otras cosas comunes en una fiesta. La señora Bellamy,  bueno ella...
John tuvo que bajarla de una mesa de madera, donde ella estaba bailando. Fue un poco vergonzoso ya que sólo pensar que pasaría si esa fuera mi madre, creo que estaría con la pena más grande frente a los demás, pero a Judith, no parecía importarle en lo mas mínimo ya que ella misma le animaba a continuar. Ellas juntas siempre han tenido una excelente relación, son esa especie de mejores amigas. Pero tal vez la hubiésemos dejado bailar si tan sólo estuviese aunque sea un poco sobria, sin embargo no lo estaba...

Abro mis párpados lentamente, pero siento como si tuviese veinte libras de cansancio físico sobre mí. Quiero seguir durmiendo pero, siento la inmensa necesidad de pararme para dejar todo en orden después de lo que hubo ayer. Estiro un poco mis extremidades y cuando por fin logro abrir mis ojos por completos, enfoco mi vista y a mi lado está Elisa y a su lado derecho, Judith con una almohada por encima de su cabeza. Las tres estamos encima de una colchoneta inflable que está en el piso de la azotea. Sé que estamos aquí porque todo es un desorden total y hay ciertas cajetas etiquetadas con las palabras: "vidrio", "porcelana", "plástico"....

—¿Cómo diantres terminamos en la azotea y en un inflable?

Eso sí que es una buena pregunta, porque no tengo ni la milésima idea de cómo terminamos aquí, en lugar de una habitación. Sin mencionar que Elisa iría a su casa junto con John, su "conductor asignado".

Trato de quitar la pierna de Elisa que está justo por encima de la mía para poder sentarme. Ella se queja entre sueños, pero accede a retirarla para luego girarse y tirarla sobre el muslo de Judith.

—Típico de ti que quieras poner tus piernas por encimas de los demás —me dirigí hacía ella cómo si me escuchase, aunque sabía muy bien que ella está en un paseo muy largo junto con Morfeo.

Tomé la goma que estaba en mi muñeca izquierda e hice un buen amarre a mis desordenados cabellos, quité los zapatos de mis pies para así sentir la humedad del piso. Siempre me gustaba sentir el frío de la mañana sobre mis pies, a pesar que mi madre siempre me dice que no es bueno. ¿Por qué? No lo sé.

Trato de levantarme torpemente hasta tener un buen equilibrio para entonces buscar a alguien. Alguien que al menos esté despierto y sobrio.

Subo unos pequeños escalones a casi zancadas para dar con el pasillo que se dirige a la cocina. Cuando abro la puerta para así dar con el pasadizo la cierro para así continuar, pero siento que alguien me hala desde el vestido impidiéndome el paso. Miro hacía atrás y me doy cuenta que parte de mi vestido está zafado entre la puerta y el marco de madera blanca.

—¡Genial! —digo entre suspiros y sarcasmo. 

—En realidad no creo que eso sea genial.

Mis ojos buscan esa voz peculiar que me habló, pero es muy obvio quien es como para decir su nombre.

Tiro de mi vestido y continuo en caminar hasta estar justo delante de él.

—Buenos Días. —se fue acercando poco a poco y sentí un enorme calor.

¿Soy yo o está haciendo calor más de lo normal?

Tomó mi frente y dio un beso tierno sobre ella.  Sonreí tratando de no ser vista, sentí esa sensación tan cálida que sólo alguien puede transmitirte.
Quien diría que con algo tan mínimo como un gesto, puede crear la mejor de las sensaciones.

—Buen día —respondí entre sonrisas y luego besó la punta de mi nariz.

Se apartó un poco de mí para entonces decir:

Ni En Un Millón de AñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora