Capítulo 27. Soborno

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—¿Así que todo fue una confusión? —Preguntó de lo más calmado John.

Vaya drama que vivimos hace dos horas. Por un momento, creí que Marcus dejaría a ese chico en el hospital o tal vez, ambos hubiesen quedado allá. Elisa y yo quedamos con hacer algunas compras, cuando de pronto un chico llamado Damián saludó a mi amiga con mucha familiaridad. Por un momento me sentí algo incómoda, pero ella le respondía a su gesto de lo más natural.

—Marcus no se contrala por nada. Sus celos me tienen cada día más al límite. Lo quiero, pero no puedo estar viviendo esto cada vez que el crea que algún chico guste de mi. Damián es de mi clase y sólo quiso ser gentil con nosotras.  Marcus de pronto apareció ebrio y dio un tirón de lo más rudo. No sé de donde apareció el así, pero ya estoy hastiada de sus escenas de celos. Hoy sí que se pasó.

No sabía en si qué rayos estaba pasando,  pero lo que sí sabía es que Marcus no estaba en sus cinco sentidos cuando golpeaba de forma desenfrenada a ese chico.

—Marcus es algo terco algunas veces —continuó. —Pero ya no quiero sentirme más así. Él es como una burbuja, si lo tocas de un rose, explota.

Juro que este es el momento en donde quisiera decir "te lo dije" o "él siempre ha sido un idiota". Pero no es apropiado que ella escuche esas palabras de mí. Ella misma pudo conocer como es realmente Marcus, pese a que nunca estuve de acuerdo con esa relación. Sin embargo, ella era mi amiga o más que una amiga, una hermana. Y por ello debía estar con ella.

—¿Él no te tocó verdad? —la voz de John sonó más severa de lo que creí.

Por un instante los pocos vellos de mi piel se erizaron ante su pregunta.

—No, no lo hizo. —respondí, mirando hacía él.  —Y aunque lo hubiera intentado, jamás se lo permitiría.

—Él estaba tan enojado —ella miró hacia la nada.

Asintió y salió de la habitación. Él sabía que queríamos privacidad.

Abandoné la casa de Elisa en cuanto supe que estaba más serena. No quería que cuando llegaran sus padres, me hicieran un interrogatorio de por qué ella estaba encerrada en su habitación o actuando de una manera extraña. En mi hogar, como es de esperarse sólo estaba Matías con unos amigos, él no sintió mi presencia al llegar y por un instante agradecí la torpeza de mi hermano. Él no sabía que estaba en la plaza, sólo pretendía fugarme unos 15 minutos.

Caminé hacia la cocina y desde aquí podía oír claramente los gritos de sus amigos cuando alguno perdía o ganaba. "Hombres". Al parecer están jugando FIFA en el PlayStation.

—¡Me debes cincuenta dólares, amigo! —Chilló Christian desde la sala de estar.

Pongo mis ojos en blanco y vierto un poco de chocolate frío en mi taza de los vengadores. Desde que Marvel apareció en mi vida, digamos que me volví fanática de sus superhéroes. Y por qué no,  si en su mayoría tienen fantásticos poderes. Sin embargo no todas mis amigas desprendían el mismo fanatismo que yo tenía al momento de ver las películas.

—Eres un jodido tramposo —Espetó por lo alto la voz de Matías.

Su voz me sobresaltó, causando que el afrodisíaco líquido chocolate se regara sobre mis pantaloncillos color crema. "Genial". Caminé directo hacía ellos con los humos en la cabeza y dije:

—Les importa bajar un poco la voz.

Pero los cinco chicos hicieron caso omiso a mi presencia. Ellos siguieron con sus insoportables gritos o empujones por haber perdido. Coloqué mis dedos sobre mis labios, di un leve estirón en ellos y sonó un silbido bastante audible. Todos miraron a la par y sonreí ante su atención.

—Disculpen por interrumpir. Pero, quiero ver unas cuantas películas y sus alborotos no me dejan hacerlo. ¿Podrían tan solo reducir un poco el estropicio? —digo de lo más amable, aunque mi en  interior, sabía que no estaba calmada.

—Lo siento, muñeca. —respondió un castaño con una sonrisa de modelo de Balmain.  A él no le conozco, juraría que en mi vida, jamás lo había visto dentro del circulo de amigos adolescentes de mi hermano.

—Mucho cuidado Thiago, esa enana es mi hermana.

Matías fulminó con su mirada a Thiago y con una expresión de "cuidado con que te metes", que a cualquiera asustaría. Aunque a Thiago pareció no inmutarle en lo más mínimo.

—Mucho gusto, linda. Soy Thiago Caballero y sí, sí soy un caballero—guiño un ojo de lo más coqueto. —Y disculpa nuestros escándalos, es que tienes un hermano que no acepta ser perdedor.

Asentí con mi cabeza y tendí mi mano para estrechar la suya.

—Y fue un juego limpio.

Agregó Christian, dando énfasis a las palabras de Thiago. A Christian sí le conocía desde que tengo siete años de edad. El y mi hermano eran casi inseparables, algunas veces les llamaban los siameses, ya que iban juntos a cualquiera lugar que fuese uno o el otro. A excepción cuando Matías decidió por irse a Chile con papá, al parecer allí si no tuvieron suerte.

—Qué tal veinte dólares para dejarnos ser libres.

Matías metió su mano izquierda en el bolsillo de sus vaqueros, sacó su billetera y de ella tomó un billete de veinte. Si cree que va a sobornarme de esa manera, está completamente en lo correcto.

Tomé el billete entre sus dedos y sonreí complacida.

—¡Qué disfruten su juego chicos!

Me despedí de los chicos con un simple movimiento de mano y fui a parte trasera de la casa. Al menos había ganado veinte dólares fácil. Creo que los chicos deberían de venir más de seguido.

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—¿Qué hizo qué?

Exclamó Judith desde la otra línea.

—Lo que dije. Él estaba mal.

—Sé que Marcus es presumido, arrogante, ególatra y algunas veces hasta idiota; sim embargo, jamás lo imaginé ebrio y peleándose con otro chico así nada más. No vayas a creer que lo estoy defendiendo, Susan. Pero hay cosas que no encajan con lo que dijiste. —Silencio —¿Quién es ese tal Damián?

Su pregunta me tomó por sorpresa, ya le había explicado con anterioridad quién era. ¿Es que acaso cree que entre Elisa y Damián hay algo?
Dejo que el silencio se apodere entre las líneas, mientras trato de decir algo que no suene del todo molesto.

—Es solo un conocido. —respondí cortante.

—Nena, tengo que irme, pero ten en cuenta que Marcus no es como lo catalogas. El también tiene sentimientos hacia Elisa. Sé que el y tú  no son o serán los mejores amigos, pero ambos tienen algo en común. Se preocupan por ella.

Terminamos nuestra llamada telefónica y vi instantáneamente un mensaje de voz de John.

—Estoy manejando hacia tu casa, estaré en 10 minutos. Bueno talvez 6 minutos. ¿Crees que si sobrepaso el límite de los 60 kilómetros tendré una infracción?

Negué en un risa ahogada.
Y no contesté, puesto que no quería formar parte de su imprudencia en cuanto el manejaba.

Ni En Un Millón de AñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora