Martijn quería tirar el colgante donde fuera. En los tortuosos días que siguieron desde la mañana de la partida de _____, había intentado hacerlo en la basura, en el río y por un precipicio, pero no lo había conseguido.
El día en que ella se había ido, había permanecido en un promontorio fuera del pueblo mirando cómo su coche desaparecía y, bastante después de perderse en la distancia, seguía allí con el colgante en la mano.
En las semanas que siguieron mantuvo la perla en un cajón de su habitación y había adquirido la costumbre de metérsela en el bolsillo de los vaqueros al empezar el día con la débil esperanza de que, después de un tiempo de vivir en la ciudad, ella se cansara y volviera a casa.
Mientras tanto, él realizaba su trabajo en el rancho como un robot. Cuando _____ había vivido en Copperville, le había gustado su trabajo, pero ahora la rutina diaria se le hacía insoportable sin ella. Era ella la que había hecho que su vida fuera interesante y ahora ella había cumplido su sueño y lo había dejado atrás.
En un caluroso día de finales de septiembre, estaba una tarde tirando piedras al río cuando llegó a una decisión vital. En cuanto sus padres murieran, vendería el rancho y se iría a recorrer mundo. Eso no supliría la pérdida de _____, pero tendría que servir.
Entonces, toda la farsa le pareció estúpida. Aparentar que amaba un rancho que no conservaría en cuanto sus padres murieran era una injusticia para ellos. Sin embargo, contarles la verdad después de tantos años, no sería fácil. Pero tendría que hacerlo y acabar con aquella hipocresía.
Esperó hasta que acabaron de cenar. Apenas había sido capaz de probar el mejor asado de su padre, pero se obligó a tomar hasta el último bocado y mantener una conversación sobre antigüedades y sementales.
Desde que había entrado en el rancho esa tarde, lo había visto con unos ojos nuevos. Ahora que había decidido que aquel lugar no lo encadenaría, podía valorar las brillantes vigas y la chimenea de piedra, el pesado mobiliario de cuero alrededor de la chimenea y la mesa de caoba labrada del comedor.
No sería un mal sitio para vivir.., algún día y con la persona adecuada. Pero no podía esperar que sus padres lo mantuvieran sin él hasta que se asentara, ya que antes de que llegara ese día tenía muchas cosas que hacer.
Por fin, apartó su plato a un lado y los miró.
- Tengo que hablar con ustedes. Es... bastante serio.
- Por fin -exclamó su madre con un suspiro.
Martijn la miró con sorpresa.
- ¿Qué quieres decir?
- Tu madre ha estado muerta de preocupación por ti desde que se fue _____. Y yo también un poco, debo admitir. Has estado comportándote como un robot, como si hubieras perdido a tu mejor amigo, que supongo que es lo que ha pasado.
Martijn sintió ardor en el cuello. Había estado tan absorto en sí mismo últimamente, que no se había dado cuenta de que su estado de ánimo había afectado a sus padres.
- Siento haber estado insoportable.
- Lo has estado -admitió su padre.
- No, no lo ha sido, Andy -Norah dirigió a su marido una mirada de advertencia-. Ha estado un poco sombrío, eso es todo.
- Para mí es lo mismo -dijo su padre.
- Estoy de acuerdo -aceptó Martijn-. Pero estoy a punto de serlo más -inspiró con fuerza-. Sé que los dos trabajaron mucho para levantar este rancho todos estos años.
- Ha sido un trabajo por amor -dijo Norah.
No se lo estaba poniendo fácil. Martijn se aclaró la garganta.
- Agradezco lo que han hecho y sé que el objetivo era pasarme el rancho a mí algún día, pero...
- No lo quieres -terminó su padre por él.
Martijn miró a su padre a los ojos y su resolución casi se derrumbó al ver la gran decepción en su mirada.
- Podría -dijo con suavidad-, con el tiempo, cuando me haya quitado esta ansiedad por recorrer mundo. Esta noche, he empezado a comprender lo bonito que es, pero ahora mismo para mí es como un elefante sentado en mi pecho y ahogándome.
- Quieres ir a Nueva York, ¿verdad? -preguntó su madre en voz baja.
- Quizá.
Desde luego que quería. No se había permitido a sí mismo seguir aquel derrotero en sus planes, pero ahora que su madre había puesto la idea en palabras, supo inmediatamente que empezaría por Nueva York, aunque no sabía cómo se lo tomaría _____.
- ¿Y qué diablos harías en Nueva York?
El tono de su padre traicionaba la profundidad de su decepción.
- No estoy seguro. Probablemente intentaría encontrar un trabajo en alguna pequeña compañía aérea o en algún aeropuerto. Ya sabes que me encantan los aeroplanos, papá.
Siempre me han gustado.
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