- Podría decirse que sí.
- También me da la sensación de que esta vez podría ser una novia en serio.A Martijn no le gustó oír aquello.
- No. No estoy preparado para sentar la cabeza todavía.
- Pues yo creo que sí. Te he visto cómo miras a los Lambert y a sus familias. Lo que creo es que eres muy selectivo y eso está bien. Pero nunca te había visto tan distraído. Así que, si la mujer a la que llevas todo el día llamando está preparada para formar un hogar y una familia, te sugiero que vayas adelante.
- No lo está.
- ¡Oh! -miró a su hijo un largo momento-. ¿Quieres que vayamos a tomar unas cervezas frías y hablamos de ello?
- La cerveza me parecen bien, pero no hay nada de que hablar.
- Si tú lo dices... pero la oferta queda abierta para cuando quieras.
- Ya lo sé, papá. Y te lo agradezco -Martijn pasó el brazo por los hombros de su padre-. Vamos a comer. Me estoy muriendo de hambre.
La furgoneta de envíos llegó a la casa de _____ a la mañana siguiente. Mientras firmaba el recibo, se fijó en el sello de Flagstaff. Bueno, al menos no le había mandado otro ramo de flores, la segunda vez le hubiera costado mucho explicarlo.
En cuanto se despidió del conductor, cerró la puerta y rasgó el papel del paquete. Dentro había un par de guantes de una piel increíblemente suave. Se los puso y notó que eran demasiado grandes para ella, pero dentro de uno de los guantes encontró una nota.
Querida _____.
Los vi en unas rebajas. Podría haberlos llevado el sábado por la noche, pero he decidido mandártelos para que pases las próximas treinta y seis horas imaginando lo que sentirás cuando me los ponga y recorra todo tu cuerpo con mis manos. Mientras tanto, disfruta de las margaritas.
M.
Con un grito de frustración, se los llevó al pecho. ¡Qué hombre tan diabólico! Qué maravilloso y provocador. Sonrió para sí misma. Aquello era por haberlo torturado por teléfono. Se puso un guante y lo deslizó por el brazo desnudo. Oh, Dios.
- Hola, hola. ¿Puedo pasar?
_____ se levantó justo cuando su madre abrió la puerta principal, que siempre estaba abierta. Era una costumbre que no había tenido sentido cambiar. Hasta el momento... Con el corazón acelerado como si la hubieran sorprendido con el frasco de la mermelada, se metió la nota de Martijn en el bolsillo y esbozó una sonrisa de bienvenida.
- Hola, mamá. ¿Cómo te va?
- Hace días que no he sabido nada de ti, así que decidí pasarme para averiguar tras lo que andas. Hija, tienes una cara más culpable que un pecado. ¿Qué es lo que está pasando?
- Nada, mamá.
Debbie Lambert era una mujer baja, regordeta y bonachona. _____ no quería que perdiera ni un gramo de peso, pero sí un poco de su sagacidad.
Debbie miró la mesa con los restos del paquete y después los guantes, uno en la mano de _____ y otro contra su pecho.
- ¿Qué es esto, una broma? ¿Guantes en medio de una ola de calor?
_____ pensó con rapidez.
- Eso es. Me los ha enviado Martijn desde Flagstaff como para decirme: "mira qué frío pasamos aquí mientras ahí se estan asando".