Todo en mi cabeza se vuelve tranquilo. La sensación de alerta desaparece. Mis sentidos se suavizan. Mi respiración se vuelve normal. Mis piernas se mueven hasta que salgo del auto.
Suspiro, y entro a la casa. Las luces están encendidas, una música suave está sonando y el olor de la cena es perceptible desde el recibidor. Las zapatillas deportivas están tiradas a un lado de la puerta. Camila está en casa.
Me desabrocho dos botones de mi camisa de vestir blanca, y me quito el blazer azul marino. Dejo la placa y la pistolera en el sillón, y me doblo las mangas antes de entrar a la cocina. «Nunca te me acerques con un arma». Es la única regla que ella me ha puesto.
Camila está de espaldas a la puerta cuando llego. Tararea de manera distraída una canción mientras le agrega aceite de oliva al sartén. Me apoyo en el marco de la puerta mientras la veo cocinando. Hay algo malditamente atractivo en la manera en la que se mueve de manera tan natural cuando está en la cocina.
Y me gusta.
Tanto como me gusta que me mire con una sonrisa en las mañanas al despertar, que se despida de mi antes de irse a trabajar, que me mande mensajes diciéndome lo mucho que me extraña, que me reciba con un beso de bienvenida o que se cuelgue a mi como si fuese un koala cuando pasamos más del tiempo normal separadas. Me hace sentir bien. Me hace sentir como que estoy en casa.
Termina su tarea en el sartén y ni siquiera se voltea a mirarme, pero sé que está sonriendo porque ha notado mi presencia. Tal vez lo hizo desde que estacioné el auto, pero no hizo gestos de reconocerme porque sabe lo mucho que me gusta verla distraída. Si pudiese hacer una película sobre mi vida, serían tres horas enteras de mi cara de estúpida enamorada mientras miro a Camila.
— ¿Cómo estuvo tu día, mi amor?— Pregunta, mientras corta rápidamente la cebolla. Siempre quise tener su habilidad, pero apreciaba más mis diez dedos.
— Tranquilo. ¿El tuyo?
— Un idiota me dio algo de problemas, pero después de que lo puse a levantar treinta kilos se quedó callado.
Por primera vez en toda la noche, Camila me mira, y sonríe. Le correspondo la sonrisa. Aunque no sé a qué se deba el gesto.
— Te he dicho cientos de veces que deberías usar mi chaqueta de policía. Eso les enseñaría que eres la chica equivocada con la que intentar algo.
Camila rueda los ojos, al igual que siempre lo hace cuando presumo el poder de una pequeña insignia de policía. En realidad, a las personas no parece inspirarle mucho respeto. Pero a Camila le gusta sentirse protegida por mí. Y a mí me gusta que le guste.
— Puedo defenderme sola— me recuerda, con un ligero tono de advertencia en su voz. No le gusta que la haga sentir como si fuese incapaz de defenderse. No le gusta recordar el hecho de que duermo con un arma a un lado de la cama. Antes estaba bajo la almohada, pero a Camila le causaba inquietud saber que dormía con eso tan cerca.
A Camila no le gusta saber el peligro que corro en mi trabajo. Así que solo finge que yo juego a ser policía. Parece que eso la mantiene tranquila. Yo no le reclamo. No me gusta que Camila piense en todas la cosas malas que podrían pasarme.
— Ve a colocar la mesa.
Dejo mi lugar en el marco de la puerta y camino hasta la gaveta en donde tenemos los individuales, las servilletas de tela, los cubiertos de plata y la vajilla que reservamos para fechas especiales. Los dejo en la mesa de la manera más delicada y ordenada posible, esperando que se vea refinada. No lo hace.
Busco un par de velas y las enciendo, tratando de mejorar mi intento de cena romántica. Nada cambia. Pero cuando Camila llega con la comida en lindos recipientes, parece una cena elegante. Cualquiera pensaría que estábamos celebrando algo.

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roses; camren
RomanceCuando equilibrar el trabajo y la vida personal se vuelve demasiado, Lauren Jauregui se ve envuelta en un enredo del que no sabe cómo salir. Su matrimonio parece estar cayéndose a pedazos y ella está lejos de conseguir el ascenso que se propone obte...