Siempre he odiado las rutinas. Nunca me he sentido cómoda apegándome a un horario o a actividades monótonas que se repiten una y otra vez sin tener fin. Es por ello que había desistido de muchas otras carreras que habían sido mis primeras opciones y había escogido entrar a la academia de policía.
Me gusta la acción y me fascina poder sentir la adrenalina correr por todo mi cuerpo cada vez que tenemos que salir con las patrullas y nuestras armas enfundadas. Nunca se sabe con qué vamos a encontrarnos ni el resultado de nuestro asalto, lo que hace de cada día en el trabajo uno impredecible.
Pero así como me gusta lo incierto y peligroso de mi trabajo, me gusta la simplicidad de los momentos que puedo compartir con Camila; cuando estamos acostadas en la cama mirando alguna de las series que a ambas nos gustan, cuando ambas estamos leyendo un libro pero nos acurrucamos en busca de una posición cómoda, cuando estamos hablando sobre nuestro día y las excentricidades con las que el mundo ha salido. Me gusta la rutina con Camila; que antes de dormir ella me dé un beso en la frente y yo se lo devuelva, que yo me coloque sobre mi costado derecho y ella se vaya acercando a mi hasta que está abrazándome, que mi despertador suene antes y me deje apreciarla mientras duerme por algunos minutos hasta que se da cuenta de mi ausencia y se despierte, que baje a la cocina a prepararme el desayuno — a pesar de que ella no tiene que levantarse hasta dos horas después— y se quede mirándome mientras yo como, porque ella prefiere esperar hasta despertarse por completo para comer. Me gusta la naturalidad con la que nos movemos cada día, como dos piezas de un engranaje que giran en perfecta sincronía para encajar sin ningún error. Me gusta que ella me cuide y se preocupe por cosas tan banales como que yo desayune algo más que un café y me vaya al trabajo con algo para merendar en caso de no estar libre para almorzar.
Así como a mí me gusta estar pendiente de comprar el suavizante con olor a vainilla que a ella le gusta y de separar su ropa por colores para el momento de lavado, porque sé que a ella le desespera tener que hacerlo.
Un matrimonio no es vivir con una persona, usar anillos que corroboren la alianza y empezar a planear un futuro lleno de hijos con esa persona. Se trata se apoyarse mutuamente, de ayudarse en lo más que se pueda, de enamorarse cada día como si fuese el primero. Es trabajo duro y dedicación, que necesita estar lleno de respeto y confianza para poder hacerlo funcionar.
Y aunque mi relación con Camila ha tenido ciertos altibajos en los últimos meses, conozco nuestra dinámica y confío en ella. Nos adaptamos la una a la otra sin problemas, sabemos estar ahí para la otra como un soporte cuando es necesario, le damos prioridad a las necesidades de la otra y estamos tan comprometidas en hacer que todo funcione como el día en que la vi entrar al salón el día de nuestra boda.
— Lauren Michelle— canturrea Camila con una vocecita adorable, entrando a la cocina en donde estoy terminando de preparar sándwiches con queso.
— Hola, mi amor.
Camila deja un beso en mi mejilla y me abraza por detrás, pasa sus manos alrededor de mi cintura y me muestra la rosa que sostiene en sus manos.
— ¿Es para mí?— Pregunto, volteándome para mirarla a los ojos.
— Es para la mujer más preciosa sobre la que he posado mis ojos. — Sonríe de manera tierna y luego me señala con incredulidad—. ¡Parece que eres tú!
— Idiota— respondo, con las mejillas sonrojadas. Ocho años junto a Camila y sigo sin acostumbrarme a recibir cumplidos de su parte.
— Te he dejado una nota en algún lugar de la casa— comenta con un tono travieso.
— ¿Dónde?
— Ah, no, eso tienes que averiguarlo tú.
Acerco mis labios a los suyos hasta que casi se tocan, pero sin llegar a unirlos. Llevo mi mirada hasta sus labios y noto que ya los tiene abiertos y preparados para recibir mi beso, al mismo tiempo que sus ojos están cerrados en anticipación. Suelto una risa silenciosa al notarlo y meto mi mano fría por debajo de su suéter, empezando a acariciar la piel suave de su abdomen.

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roses; camren
RomanceCuando equilibrar el trabajo y la vida personal se vuelve demasiado, Lauren Jauregui se ve envuelta en un enredo del que no sabe cómo salir. Su matrimonio parece estar cayéndose a pedazos y ella está lejos de conseguir el ascenso que se propone obte...