CAPÍTULO 8

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Tras pasar varias horas sentada frente a la computadora haciendo todo lo que tengo pendiente, abro la carpeta del caso y le doy un vistazo, pero segundos después decido dejarlo a un lado. Mi cabeza duele de solo pensar en el, y por primera vez me doy cuenta de que tal vez ha habido días en los que me he obsesionado con resolverlo.

Me estiro sobre mi silla con cansancio y los portarretratos que están sobre mi escritorio entran en mi campo de visión. En el primero está una foto de mis padres, con una sonrisa sincera en el rostro del día en que mi papá le pidió matrimonio a mi madre; la segunda es de Camila con la mirada perdida en Times Square cuando visitamos Nueva York por nuestro aniversario; y la última, es de Camila y yo el día de nuestra boda, cuando habíamos dejado a un lados los tacones y nos habíamos recogido el cabello en moños algo desordenados mientras los invitados comenzaban a irse. Camila estaba acurrucada en mi cuerpo, con las piernas sobre mi regazo a la vez que ambas nos mirábamos con una pequeña sonrisa en nuestros rostros. Dinah, mi mejor amiga, la había tomado con su celular y nos la había mandado poco tiempo después de la boda. Aunque teníamos al menos unas mil fotografías tomadas por fotógrafos profesionales, aquella siempre había sido mi favorita.

Mi pecho se encoge al verla.

**

Camila ha planeado su boda desde que puede recordarlo. Yo, en cambio, nunca le he prestado atención a eso. No me importa qué tipo de flores lleven las damas de honor, en que asientos estén ubicados mis familiares ni el clima del lugar. Lo único que he querido toda mi vida ha sido poder encontrar a alguien a quien pueda visualizar a mi lado por el resto de ella.

Por suerte, no me toma mucho tiempo hacerlo. Camila es esa persona.

Cada vez que la miro, solo pienso en lo increíble que sería hacerlo durante cada mañana al despertar por los próximos setenta u ochenta años, lo precioso que sería llegar a casa después de un largo día de trabajo solo para ser recibida por sus cálidos brazos, lo emocionante que sería comenzar a ampliar nuestra familia juntas y las historias que les contaríamos a nuestros nietos mientras envejecemos. Cuando estoy con ella todo lo que puedo pensar es en lo afortunada que soy de que mis sentimientos sean correspondidos y una persona tan maravillosa quiera formar parte de mi vida para siempre.

Aun si el sol se apagara, los planetas dejaran de girar y la tierra dejara de existir, la simple dicha de haber compartido parte de mi vida con Camila Cabello hace diminuto ese mártir.

Camila quiere una boda en la nieve, así que trasladamos a todos nuestros invitados a una gran cabaña en Aspen. El salón de la ceremonia es precioso. Tiene grandes ventanales que van desde el suelo hasta el techo, dejando una vista privilegiada de una montaña, en el lugar exacto para apreciar la puesta de sol.

Nuestra boda es cualquier cosa menos convencional, por lo que ninguna de las dos se inclina por un vestido blanco. Tampoco vamos a esperar por la otra en el altar, sino que nos encontraremos al inicio de este. Lo único medianamente tradicional que conservamos es no vernos el día anterior a la ceremonia. Nuestros amigos nos mantienen lejos la una de la otra para evitar que nos escapemos, y esto solo hace que me sienta más ansiosa de ver a Camila.

La ceremonia está pautada para dentro de cinco horas, y me gustaría poder decir que van a pasar lentas, pero con todas las cosas que debo hacer, lo menos para lo que voy a tener tiempo es para ponerme a pensar en los minutos que faltan para que empiece.

El escuadrón de la belleza —como Dinah lo llama—, llega poco después del desayuno. Han sido contratados para ocuparse de cada mínimo detalle que tenga que ver conmigo; desde mi cabello hasta los dedos de mis pies. Su trabajo es hacerme lucir resplandeciente aunque no haya dormido nada en toda la noche y mi piel no esté en uno de sus mejores días.

roses; camrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora