CAPÍTULO 11

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Me detengo en una cafetería de camino a casa para tomar mi dosis diaria de cafeína y despejar un poco mi mente.

Estoy enojada por la mierda de día que he tenido y todas las consecuencias que alteraciones en pequeñas acciones me han traído. Me siento como una fracasada porque no puedo resolver un caso que lleva meses en mi escritorio, con un montón de pistas y el mejor equipo que pudiese pedir. Y me siento perdida porque no tengo ningún lugar a donde ir o alguna persona a la que correr.

Esa persona suele ser Camila, pero después de su actitud anoche no me siento bien llamándola para decirle lo que me ha pasado en el trabajo. Es lo que una persona vulnerable y débil haría, y yo no soy así.

Me ubico en la mesa más alejada del lugar mientras espero a que mi pedido llegue y me recuesto en el sofá, poniéndome lo más cómoda posible. Me siento tentada a revisar mi teléfono, pero no le veo el sentido a abrir algunas de mis redes sociales para ver las fotos de personas con las que nunca he hablado en mi vida, ni a revisar las noticias del día.

En vez de eso, vuelvo a mi auto y busco el libro que empecé varias semanas atrás y que aún no he tenido la oportunidad de terminar.

La mejor manera de despejar la mente es transportándote a otro lugar a través de las combinaciones precisas de palabras que un libro me ofrecen, acompañada del delicioso olor a café que emana el lugar.

Tengo cientos de cosas más prioritarias que hacer que quedarme leyendo en una cafetería a media mañana, pero no les tomo importancia. Mi mente es un caos en este momento y necesito dejarla en paz por un tiempo si no quiero sobrecargarla y hacerla explotar.

*

Tras haber leído nueve capítulos, alejo el libro de mi cara y cambio de posición en mi asiento. Los ojos me arden un poco y la posición de mi espalda deja de sentirse cómoda. Reviso la hora en mi reloj de pulsera y considero que es hora de volver a casa a encargarme de mis deberes, o probablemente a dormir.

Pero cuando estoy por salir del lugar, noto una cabellera que se me hace bastante familiar. Camila está sentada en una de las mesas que dan a la ventana y tiene la mirada fija en su teléfono. Frunzo el ceño al verla, y mis pies me dirigen sin pensarlo hasta su mesa.

— Camila— digo desde su espalda. Ella se gira para verme y me mira con curiosidad.

— ¡Mi amor! ¿Qué haces fuera de la oficina tan temprano?— Cuestiona, con una mezcla de confusión y curiosidad en su voz.

— Me dieron el día libre— es todo lo que respondo, obviando la razón de ello.

— Eso no suena nada bien. ¿Pasó algo?

Camila ensancha la mirada, y luego toma mi mano para hacerme saber que cuento con su apoyo. Es algo que acostumbra a hacer cuando sabe que necesito a alguien a mi lado, y se siente bien que a pesar de toda la mierda por la que hemos estado pasando, ella siga recordándolo.

— Le grité a un superior.

— ¿Por qué? ¿Él te falto el respeto?

— No, fue mi culpa... Pero no importa. Solo ha sido por hoy.

— ¿Segura que no pasa nada?

— Segura.

Camila está actuando como si la noche de ayer no hubiese existido, y por alguna razón extraña prefiero que sea así. Cuando saqué nuevamente el tema de tener hijos estaba en una nube en la que no procesaba lo que decía antes de que saliese de mi boca, y aun no estoy lista para afrontar las consecuencias de ello.

— ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?— Pregunto, levantando una ceja. Camila claramente está esperando a alguien.

— Voy a reunirme con un distribuidor de máquinas para ver qué presupuesto me da— responde con ilusión—. Pero es de esos que andan por las nubes y creen que pueden darse el lujo de llegar tarde.

roses; camrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora