"Nunca van a llover rosas: cuando queramos tener más rosas, debemos plantar más árboles" — George Elliot
Siento la mitad de mi cuerpo dormido, al tener un gran peso apoyado sobre el. Una sonrisa involuntaria se forma en mi rostro al recordar que se trata de Camila.
Ella está acostada boca abajo con sus extremidades extendidas por toda la cama y el cabello desordenado sobre la almohada, mientras que yo estoy atrapada bajo su pierna y uno de sus brazos. La cobija con la cual nos arropamos antes de dormirnos apenas cubre hasta debajo de su trasero, y me da una vista privilegiada de su espalda desnuda. Puedo ver los lunares y los delicados vellos que adornan el área, y sin pensarlo mucho, llevo mi mano libre hasta el lugar y comienzo a acariciarla con la yema de mis dedos. Siento como se remueve levemente, para luego volver a hundirse sobre el colchón.
Al llegar de la playa, dejamos las palabras morir en nuestras gargantas y que fueran nuestras manos quienes hablaran por nosotras. Nos tocamos, nos acariciamos. Hicimos el amor de la manera más pura y delicada que puedo imaginarme. No fue un simple acto de deseo y lujuria, fueron dos cuerpos volviéndose uno, uniéndose sin restricciones y sin nada más que besos robados, mordidas inesperadas y caricias deseadas de por medio.
— Lauren— balbucea Camila contra la almohada.
— Sigue durmiendo— murmuro. Acaricio su espalda con delicadez, hasta que siento que su respiración es más calmada y sé que está durmiendo de nuevo.
Me gusta ver a Camila dormir. Es lindo como sus facciones se relajan y se ve tan frágil y vulnerable, a diferencia de la expresión fría y dominante que usualmente tiene cuando está despierta. A veces sonríe de la nada y en otras arruga su nariz de manera adorable. Me gusta pensar que lo hace porque está soñado con cosas lindas, cosas que no atormenten su sueño.
— Lauren, mi amor— repite Camila, levantando su cabeza de la almohada aun con los ojos cerrados—. Hay algo vibrando en la mesa.
— ¿Compraste un vibrador y no me dijiste? —Bromeo, lo que hace que Camila abra los ojos solo para rodarlos y volver a cerrarlos.
Hago a mi esposa a un lado y me levanto para ir hasta el otro lado de la cama en donde está el bolso de Camila sobre su mesa de noche. Saco de el su teléfono y visualizo el nombre de Ally en la pantalla.
— Espero que haya una buena razón para que me estés llamando un domingo a las ocho de la mañana— digo tras contestar. Mi tono suena más tosco de lo que espero, pero no es mi culpa no tener el mejor humor en las mañanas.
— Buenos días, querida Lauren. ¿Cómo te va en este encantador día? — Responde ella con burla.
— Mal.
— Parece que alguien no llegó anoche, ¿es eso?
— Te quiero, pero a veces puedes llegar a ser un dolor en el culo, ¿lo sabías?
— Es una de mis mejores cualidades... En fin, no te llamaba para saber sobre tus actividades sexuales. Quiero saber si tú y Camila prefieren rigatoni o linguine.
— ¿De qué mierda estás hablando, Ally?
— Hablé con Camila el viernes y quedamos en que almorzaríamos juntas hoy, pero supongo que olvidó mencionarlo— explica. Me siento avergonzada de decirle que Camila si me había dicho, pero ninguna de las lo había recordado—. Y necesito saber qué tipo de pasta prefieren.
— Oh— es todo lo que digo—. Para mi todas saben igual sin importar la forma, así que elige la que quieras.
— Está bien. Te veo en unos veinte minutos.

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roses; camren
Storie d'amoreCuando equilibrar el trabajo y la vida personal se vuelve demasiado, Lauren Jauregui se ve envuelta en un enredo del que no sabe cómo salir. Su matrimonio parece estar cayéndose a pedazos y ella está lejos de conseguir el ascenso que se propone obte...